Hoy en nuestra intención de seguir dándo a conocer el nombre de mujeres artistas le toca el turno a una de las pintoras más destacadas de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata de la Angelica Kauffmann, quien aunque nacida en Suiza el 30 de octubre de 1741 pronto marchará a Italia debido a su gran precocidad con los pinceles. Su padre, el poco talentoso pintor Johann Josef Kauffmann, fue el primero que enseñó el arte de la pintura a su hija, quien además de resultar una alumna aventajada en la pintura demostró también gran habilidad a la hora de aprender idiomas -hablaba italiano, alemán, francés e inglés- y un notable talento musical.
Con tan sólo doce años su fama se había extendido por la pequeña ciudad de Austria en la que se crió, Schwarzenberg, queriendo obispos y nobles posar para que ésta les realizase retratos. A partir de 1754 su padre comenzará a llevarla a Italia, primero a Milán y posteriormente a Roma, Bolonia y Venecia, recibiendo gran elogio en todas partes tanto por su arte como por su encanto natural. Será durante estos viajes cuando Angelica comenzará a formase en las ideas neoclásicas que empezaban a extenderse en los círculos artísticos italianos. En 1763 se establecerá en Roma y allí emprenderá estudios de escultura clásica y perspectiva. Es en esos momentos cuando tomará contacto con intelectuales como Johan Winckelmann quien en una carta la describía como “bella” y “cantando puede igualarse a nuestro mejores virtuosos”. Fruto de su contacto con el arqueólogo e historiador alemán fue el retrato que de éste realizó la artista en 1764 y que se conserva en Zürich.
Es durante esos años de formación en Roma cuando la artista, por su facilidad a la hora de hablar en inglés, estableció contacto con un buen número de visitantes ingleses y americanos, muchos de los cuales se dejaron retratar por ella. Ejemplo de esto es el retrato al carboncillo que realizó del pintor americano Benjamin West, quien como ella había viajado a Italia para perfeccionar su arte.
Sus retrato lograron tanta fama y sus avances en el arte fueron tales que en 1765 fue nombrada miembro de la Academia de San Lucas. Ese mismo año abandonó Roma para dirigirse a Venecia donde estudió la obra de Tiziano y de los pintores venecianos del siglo XVI, allí conoció a la mujer del embajador inglés, Lady Wentwort, a quien acompañará a la vuelta de ésta a Londres en 1766, lugar que se convertirá en su residencia por tres lustros. Su amistad con Lady Wentworth le permitió acceder a la alta sociedad e incluso a la familia real. Asimismo, poco después de de llegar conoció al pintor Joshua Reynolds quien se convertirá en su amigo y modelo a seguir en muchos de sus retratos como se ve claramente en el retrato que se conserva en el Museo Thyssen de Madrid de una mujer como Vestal, el cual está inspirado en el retrato que Reynolds pintó de Lady Sarah Bunbury. Esos retratos en los que se caracterizaba a los efigiados como dioses de la mitología clásica, tuvieron un gran éxito y serán en los que Kauffmann emulará el arte de Reynolds.
Ella misma se retratará también en varias ocasiones utilizando la mitología como una forma de intelectualizar sus efígies y para demostrar el debate que en su interior se dará durante años entre su amor por la pintura y por la música.
Su talento y amistades pronto la hicieron triunfar en la sociedad inglesa del momento ávida de retratos a la moda en los que dejar plasmados su estatus. No obstante, la pintora tenía otras inquietudes y por ello no sólo práctico el género del retrato sino que también realizó naturalezas muertas y composiciones historicas. Asimismo, junto a Joshua Reynolds, participó en la fundación de la Royal Academy of Art en 1768, de quien fue la única mujer miembro fundador junto a la también pintora Mary Moser.
Tras la formación de la Royal Academy, Angelica exhibió en la exposición anual fielmente sus obras, enviando algunos años hasta siete cuadros, generalmente de temática clásica y alegórica. Temáticas como las de Ariadna, Armida y Rinaldo o Paris y Helena se convirtieron en las predilectas por la artista, aunque en éstas no se muestra tan afortunada en las figuras como en sus retratos.
Sin embargo, las obras históricas seguián sin ser las más apreciadas y vendidas en Inglaterra y por ello, tras su matrimonio con el pintor veneciano Antonio Zucchi, abandonó Londres y se instaló en Roma, en donde se hizo amiga del poeta y novelista Goethe. Pese a la distancia no se desvinculó de la Academia británica y siguió mandando obras para la exposición anual y continuó recibiendo encargos de particulares desde la isla. Uno de los más destacados fue el de un gran cuadro en el que se representaba a La Religión atendida por las Virtudes, ca 1800, que desapareció durante la Segunda Guerra Mundial. En éste la pintora muestra su espíritu neoclásico y su capacidad de componer con multitud de figuras, pero denota cierta incapacidad para relacionar a los personajes dentro de la escena.
En Roma, aunque su interes era triunfar como pintora de historia, siguió siendo muy popular gracias a sus retratos, que además la depararon una gran fortuna. En sus últimas obras, ya realizadas a partir de 1800, se denota más serenidad en los personajes y una escala mayor en las figuras, acercándolas más al espectador, como es el caso del retrato de Anna von Escher, una de las escasas obras de pintoras que conserva el Museo Nacional del Prado.
La artista falleció en Roma en 1807 y a su funeral, dirigido por Antonio Canova, acudió en pleno la Academia di San Luca, de la que era miembro. Sus restos decansan en la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte y hasta allí fue llevada en procesión con dos de sus mejores pinturas, tal y como sucedió en el entierro de Rafael. El que una artista con tanto talento, tan prolífica y valorada en su época haya pasado casi al total olvido por parte de la historia del arte nos indica el maltrato sistemático que las artistas han sufrido por la historiografía, un error que hay que subsanar sin más demora.
Fantástico post, enhorabuena!