“Esta plaza de ordinario es la cosa más fea del mundo, pues allí solo se alojan comerciantes y gente artesana; los porticos son feos, como los pilares de los mercados”
Bertaut, Diario del viaje de España, París, 1669
Creo que pocas veces un texto literario hace tan poca justicia a un espacio arquitectónico como la cita de Bertaut con la que hemos empezado el artículo de hoy, y es que si hay algo que suele poner de acuerdo a propios y extraños que visitan la Villa y Corte de Madrid, es que su Plaza Mayor es un lugar emblemático. El año pasado se cumplía su cuarto centenario y todavía estamos viendo ecos de esa celebración.
Esta semana pasada se ha inaugurado en el Museo de Historia de Madrid una exposición que con el título de La Plaza Mayor. Retrato y máscara de Madrid, trata de hacer un recorrido por los cuatrocientos años de historia de este espacio urbano tan representativo de la Villa y Corte. Para ello se han reunido algo más de trescientas piezas, algunas expuestas por primera vez en España, para narrar la evolución en seis secciones. La exposición está comisariada por la Catedrática de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, Dña. Beatriz Blasco Esquivias, que ha sabido plasmar en la muestra lo icónico del espacio arquitectónico de la Plaza y su vinculación oficial y sentimental con Madrid y los madrileños, ha contribuido a ello el fantástico montaje expositivo de Enrique Bonet y la tarea de documentación de Paulino Martín Blanco. Para más información sobre la misma ver aquí.
La exposición está dividida entre las salas temporales del museo y el patio de acogida, donde se desarrolla la última parte. Os proponemos pues que os acerquéis y disfrutéis de este recorrido que quiere celebrar el cuarto centenario de la creación de la Plaza. Entre las cosas sobresalientes que vais a encontrar, que son muchas y muy buenas, cabe destacar la presencia de la vista de la Plaza Mayor realizada en 1749-54 por Antonio Joli, que se conserva en el Palacio Real de Caserta en Nápoles y que es la primera vez que sale de allí para ser expuesto, por lo que es una primicia. También podemos destacar la acuarela que el propio Juan de Villanueva, arquitecto municipal y autor entre otras de la bellísima arquitectura del Museo del Prado, del Incendio de la Plaza Mayor de 1790, por su responsabilidad como arquitecto en la extinción de incendios en el ámbito municipal de Madrid. También son dignas de mención las acuarelas de Sanahuja para la decoración de la Casa de la Panadería a finales del siglo XIX o el propio telón que realizó Carlos Franco de su proyecto de pinturas para la misma fachada en 1992.
La plaza abierta (1617-1790)*
“La Plaza Mayor es muy hermosa. Es un poco más larga que ancha, y a todos sus lados se ven casas uniformes, que son las más altas de Madrid. Todas ellas están rodeadas por dos o tres hileras de balcones, donde se apiñan los espectadores los días que hay fiestas de toros, que son las ceremonias más célebres de España”.
Brunel, Viaje de España, curioso, histórico y político, París, 1665.
En 1617, la Villa de Madrid aprobaba el proyecto de Juan Gómez de Mora para su nueva Plaza Mayor, espejo de la regularidad y de armonía constructiva que muy pronto se convertiría en prototipo de las Plazas Mayores españolas, y como nos recuerda Beatriz Blasco en el acto de inauguración de la muestra, también de las Americanas, como bien apuntó en su día el comisario honorífico de la muestra Antonio Bonet Correa.
Edificada en apenas tres años sobre la vieja plaza del arrabal, a orillas de la calle Mayor y cerca del Alcázar Real, la nueva plaza sorprendió a propios y extraños por la belleza de sus fachadas, la inusual altura de sus casas y la nueva forma de convivencia que propició entre sus vecinos, mayoritariamente comerciantes con su tienda en la planta baja y tinglado dentro de los soportales.
En su configuración original, la plaza estaba formada por manzanas o bloques de edificios entre bocacalles abiertas, que irradiaban a las calles adyacentes la misma ordenación arquitectónica. En 1631 y 1672 sufrió incendios parciales, pero en 1790 fue devorada por las llamas y hubo que reedificarla por completo.
La plaza en fiestas (1617-2018)
“No contento el Rey Nuestro Señor con las fiestas y hospedaje hasta aquí hechas a su Alteza el Serenísimo Príncipe de Gales Don Carlos, hijo del Rey de Inglaterra, a que la nobleza, liberalidad, y ostentación de mi patria Madrid, y Caballeros de la Corte, en diversas ocasiones habían concurrido…, determinó su Magestad echar el sello a las Fiestas, honrando y epilogándolas con su Real persona, jugando cañas en público en la Plaza Mayor desta Villa, Anfiteatro digno de que el Monarca de los dos mundos resucitase en ella memoria de las fiestas más célebres de Roma, para tornar a sepultarlas en el olvido, que a pesar de la envidia la nueva emulación originaba…”
Juan Antonio de la Peña, Relacion de las Fiestas Reales y Ivego de Cañas, qve la Magestad Catolica del Rey Nuestro Señor hizo a los veinte y vno de Agosto deste presente año, para honrar y festejar los tratados desposorios del serenissimo Principe de Gales, con la señora Infanta doña Maria de Austria. Madrid, Juan González, 1623.
La Villa y la Corte de Madrid eligieron la Plaza Mayor para sus fiestas y regocijos públicos, celebrando aquí todo tipo de diversiones y ceremonias: desde canonizaciones hasta juegos ecuestres, tauromaquias, autos sacramentales, desfiles, procesiones con sus célebres tarascas y también algún tétrico auto de fe. Las bocacalles de la plaza se cerraban entonces con armaduras y tablados de madera, transformando el recinto en un magnífico y monumental teatro al aire libre que, según los cronistas, daba asiento a cincuenta mil espectadores, distribuidos en los balcones de las viviendas y en las galerías y gradas provisionales, conforme a un estricto protocolo, que reservaba a los reyes el balcón principal de la Casa de la Panadería. Las fiestas de toros fueron las más populares, aunque en el siglo XIX dieron paso a otras menos polémicas y más cercanas a las actuales, tales como ferias, verbenas, cabalgatas, festivales gastronómicos, mercados navideños, conciertos y otros muchos eventos bulliciosos.
La plaza cerrada (1790-1846)
“La noche del día 16 del presente mes de Agosto, se advirtió a cosa de las 11 en el portal de Paños de la Plaza mayor un fuego, que propagándose pasó el portal de Paños, y sus subterráneos por todo el lienzo hasta el Arco de la calle de Toledo; fue ascendiendo hasta las guardillas, y se extendió en las inmediaciones hasta la Parroqia de S. Miguel, con gran voracidad, por la calidad de los edificios. Consistiendo estos en un enrejado de madera con muy poco material, sin paredes divisorias de ladrillo o piedra que pudiese detener su progreso; solo se detuvo en la casa propia de Madrid, situada sobre el referido Arco de Toledo, cuyas paredes como más consistentes, han contribuido eficazmente a que no se extendiese al resto del lienzo de las Carnicerías”
Noticia del incendio acaecido en esta corte en el Portal de Paños, la noche del día 16 de agosto de este año de 1790. Madrid, Imprenta de Joseph Herrera, 1790.
La noche del 16 de agosto de 1790 se desató un pavoroso incendio en el Portal de Paños de la Plaza Mayor. Las llamas avanzaron hacia la calle Toledo y las inmediaciones de la Casa de la Carnicería, alimentas por el deterioro general de muchos de ellos. Tras sofocar el fuego, socorrer a las víctimas e inspeccionar los daños, se encargó a Juan de Villanueva la reconstrucción del conjunto, que se prolongó durante varias décadas y transformó sustancialmente el aspecto original de la plaza, modernizándola a la moda francesa. Villanueva cerró por completo el perímetro del recinto, sustituyendo las bocacalles por arcos monumentales y simétricos. Además, rebajó la altura total del inmueble y equiparó las casas de la Panadería y la Carnicería, usurpando a aquella el protagonismo secular que había gozado gracias al cuarto y al balcón real.
La Plaza Jardín (1843-1936)
Desde mediados del siglo XIX la Plaza Mayor deja de ser un espacio regio, gestionado por la monarquía a través del Consejo de Castilla, para convertirse en una vecindad dirigida por el Ayuntamiento. Fueron los arquitectos de la Villa quienes proyectaron un nuevo espacio urbano que acoge en su centro la estatua ecuestre de Felipe III, convertida en núcleo de un espacio centrípeto. La explanada central, transformada en rotonda, asume funciones de estación terminal, llegada y partida para diligencias, tranvías y autocares desde otros pueblos y barrios. Sin embargo, pronto la Puerta del Sol se impondrá como nuevo centro neurálgico de la ciudad contemporánea y desplazará a una Plaza Mayor que se reinventará como lugar para la ceremonia del paseo, parque y jardín, y que se dotará de bancos de madera, canapés con respaldo de hierro, estanques, farolas, acacias, palmeras, cipreses y simétricos arriates poblados de flores y arbustos.
Una imagen de postal
La Plaza Mayor aparece como un icono emblemático de toda la ciudad, la fotografía difunde y fija la imagen oficial de una arquitectura monumental, sin habitantes. En cambio, es a través de la pintura y la ilustración gráfica como se crea una iconografía castiza de la Plaza Mayor, convertida en metonimia de toda la ciudad, especialmente durante la feria en “pascuas de Navidad”, cuando acoge a todas las clases sociales y “tipos” de Madrid. Ambas imágenes de la plaza, creadas en el siglo XIX y consolidadas en el XX, siguen vigentes hoy en día. La Plaza Mayor es ya un producto oficial de Madrid; quien posea una postal o capte una imagen del monumento arquitectónico parece apoderarse de la obra de arte y, por extensión, de la ciudad. Pero no es necesario que se trate de una imagen que refleje la monumentalidad, también un grabado castizo, un dibujo o un selfie que nos sitúe en la Plaza, nos hace propietarios de este “landmark”, de este icono de Madrid; y esto viene sucediendo desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando la imagen de la plaza se fue consolidando como producto, obra de arte en esta época de reproducibilidad técnica.
Otros usos. Nuevas Propuestas (1920-2018)
Cerrada en sí misma y ajena al proceso de modernización que vivió Madrid en el primer tercio del siglo XX, con la apertura de la Gran Vía o la creación de la red de metro, la Plaza Mayor fue objeto de varios proyectos de revitalización que pretendieron derribar parte de sus edificios o atravesarla con túneles. Desde el Ayuntamiento Fernando García Mercadal inició, en febrero de 1936, las obras de una transformación que devolvería a la Plaza Mayor “su primitivo carácter”, eliminando los jardines y dándole el carácter de una gran lonja bien pavimentada. La Guerra Civil paralizó estas obras, que se retomaron en los años cuarenta. En 1958 otro proyecto quiso hacerla más imperial y, pese a las protestas, en 1961 se eliminaron muchos elementos originales para empizarrar todas las cubiertas y crear una estampa pretendidamente característica de los Austrias. Esta plaza imperial fue invadida por los automóviles y en 1968 comenzó a construirse el aparcamiento subterráneo. Durante todo este período la Plaza fue espacio representativo de la monarquía alfonsina, la república, el franquismo y la democracia para sus actividades religiosas, teatrales, musicales o gastronómicas, que encuentran en la Plaza Mayor un equipamiento urbano muy flexible, cargado de historia.
*Los textos que aparecen bajo los títulos de los ámbitos en los que se divide la exposición son los que aparecen en las paredes de la muestra y en el políptico editado para la misma. Queremos agradecer al Museo de Historia y especialmente a la comisaria Beatriz Blasco Esquivias, las facilidades para realizar este artículo.