Una de las razones de ser de los fastos conmemorativos de centenarios y aniversarios es poder realizar bajo sus auspicios exposiciones, congresos y toda suerte de investigaciones que permitan conocer y los acontecimientos y difundir los contextos históricos y culturales, la relevancia y el papel que el hecho conmemorado ha tenido en el pasado y su repercusión a través de los tiempos, sobre todo en la creación del ideario colectivo.
Durante todo el 2014 hemos sido testigos de este hecho con la celebración del Año de El Greco ya que aprovechando el cuarto centenario de la muerte del artista de Candía (Creta) se ha desplegado todo un abanico de exposiciones. El Museo del Prado ha querido contribuir con una muestra “diferente” siguiendo la estela que creó la gran exposición de 2006 dedicada a Picasso y su relación con los maestros antiguos. En este caso se han invertido los órdenes y se ha querido rastrear la huella que el cretense ha dejado en los artistas de vanguardia, fundamentalmente de finales del XIX y el siglo XX. El resultado: El Greco y la pintura moderna, que desde el 24 de junio puede ser visitada en el Prado.
Enrique Barón, comisario de la exposición, ha querido así crear un recorrido por el germen y desarrollo de las vanguardias, guiado de la mano del artista del renacimiento. La idea es sugerente y la exposición ha resultado ciertamente interesante, aunque si bien es cierto tiene sus lagunas y sus tinieblas, el resultado final es luminoso y coherente.
La exposición está dividida en diferentes secciones donde se puede ir apreciando la posible influencia del Greco en los distintos artistas de vanguardia. Comenzando con Manet y terminando con Saura o Giacometti, las secciones se van amoldando a los diferentes grupos o escuelas regionales, destacando figuras como Picasso, que aparece en varias partes del recorrido.
El inicio de la exposición justamente es lo de los puntos más confusos de ésta, ya que la obra elegida para representar el influjo del cretense en Manet, “Cristo muerto con ángeles”, respira un aire velazquiano por todos sus poros y nos resulta difícil distinguir al Greco salvo elementos compositivos y poco más. Menos mal que enseguida se arregla, porque uno de los grandes descubrimientos de la exposición es poder ver los maravillosos Cézanne junto con obras del de Candía. En ambos queda patenta una parecida negación de la perspectiva, una construcción anatómica similar y sobre todo un cierto aire que hace que entendamos que hay “algo” del Greco en el pintor post-impresionista.
A continuación viene la sala dedicada a los dibujos de Picasso, el verdadero descubridor del Greco para el resto de los artistas de vanguardia. En estos dibujos podemos ver la interpretación personal que el gran artista malagueño hace de la estilización de los rostros del cretense.
Le siguen las salas dedicadas al influjo en la escuela española, siendo Sorolla y Zuloaga los dos mejores exponentes. En ambos casos los ejemplos utilizados parecen remitir tan sólo a una emulación o una plasmación de obras del Greco dentro de sus cuadros. Sin embargo, en el caso de Zuloaga, la huella del cretense en su pintura es más profunda, pero no se llega a ver del todo reflejada en las obras seleccionadas.
Uno de los grandes problemas de la muestra llega con las salas dedicadas a los artistas de vanguardia foráneos: futuristas, cubistas y expresionistas. En estos, más que inspiración en el cretense, lo que se aprecia es más bien la influencia de la obra de Cézanne y Picasso. La parte postiva es que se han traído obras de artistas prácticamente desconocidos para el público español, como es el caso de Procházka.
Más interesante es la utilización que del Greco hace Marc Chagall, quien para su Visión (Autorretrato con Musa) de 1917 copia literalmente la composición y figuras de una Anunciación del cretense. Así como la trasposición literal de masas de color de obras del Greco en los lienzos de Korteweg, otro de los grandes descubrimiento de la muestra.
De esta manera llegamos al espacio final de la muestra, donde nos reciben cuatro grandes lienzos del pintor renacentista. Sólo por la contemplación, bajo el gran lucernario de la sala, de estas cuatro obras merece la pena la exposición: la Visión de San Juan, el Laocoonte, la Resurrección y el Bautismo de Cristo. Cada una de ellas nos muestra el influjo del pintor en diversas corrientes o artistas, como en la pintura norteamericana o en pintores como Bacon, Giacometti o Antonio Saura. Una de las grandes estrellas de la exposición, y cuya presencia a priori parecía más discordante, es Jackson Pollock. Pues bien, tras ver la obra de su maestro Benton y sus dibujos sobre composiciones del Greco, nos sorprendió la conexión entre ambos artistas y el influjo del cretense en obras de Pollock como Gótico.
La conclusión es que tras esta exposición la figura del Greco resulta más interesante para el conocimiento de las vanguardias. Sobre todo tras comprobar que sin el magnífico cuadro de la Visión de San Juan no se entendería Las señoritas de Avignón de Picasso y sin Picasso no se entiende la vanguardia. Una pena que justo esa obra falte en la muestra y que hayan tratado de suplir su presencia con un mayor número de obras pues la exposición al final acaba siendo larga.
Ciertamente ésta no es una exposición fácil a priori, se supone cierto conocimiento de las vanguardias y de los estudios sobre el Greco para la comprensión de la misma, y el catálogo resulta farragoso y difícil de entender. Es por ello que el Museo ha creado una serie de actividades relacionadas con la muestra y que ayudan a su comprensión. Nosotros destacaremos para los neófitos la posibilidad de asistir a las Claves, explicaciones en el auditorio del museo, de libre acceso a los visitantes del mismo, que se realizan los lunes a las 11 y 17 horas y que analizan de forma exhaustiva y didáctica la exposición mediante una presentación con imágenes para luego poder visitarla con toda la información. En este caso es una herramienta muy recomendable y que permite sacar todo el jugo a aquellos no iniciados y que quieren ver claramente la huella del Greco en las vanguardis contemporáneas. Para todos, iniciados o no, la muestra todavía permanecerá en el Prado hasta el 5 de octubre.