Que levante la mano el que todavía no sepa que nos gusta el barroco. Que en INVESTIGART amamos las formas curvas y la asimetría sobre todas las cosas. Que lo sublime y maravilloso de la curva y la contracurva nos cautivó tras las primeras palabras de nuestra siempre amada Virginia Tovar y sus magistrales clases de barroco. No veo manos levantas, bien, veo que ya estáis empezando a cogernos el aire. Pues bien, era claro que teníamos que empezar el nuevo año con algo potente y pensando, pensando, creimos que no hay nada más fuerte que empezar los post del 2016 con esta belleza.
Se trata del Amalienburg. Un pabellón de caza que fue encargado por el emperador del Sacro Imperio Germánico Carlos VII para su esposa Maria Amalia de Austria, gran aficionada del arte cinegético. El palacete fue construído dentro de los jardines del Palacio de Nymphenburg en Munich, lugar que era utilizado como residencia veraniega de los monarcas.
El encargado para llevar a cabo el proyecto fue el arquitecto de origen francés Françoise Cuvilliés, quien formado en París el taller de Jean-François Blondel, intentó adaptar las formas del rococó francés a la estética alemana. En 1734 se iniciaron las obras de construcción del pabellón, las cuales se finalizaron en 1739. El edificio concebido por Cuvilliés estaba compuesto de una sola planta y su disposición interior giraba alrededor de una sala circular central cubierta con una cúpula de media naranja. Ese salón central es la sala de espejos, la cual es la entrada principal del edificio y la que sirve de distribución y eje de simetría de todo el conjunto. A ambos lados de ella se dispusieron una serie de estancias para el descanso y asueto de la reina, como su dormitorio privado, una sala de lectura o una pequeña cocina para servir algunos refrigerios. Pero quizás lo más llamativo de todo el conjunto fue la inclusión de una pieza (letra E, en el plano), con sus paredes cubiertas de armarios, para guardar las escopetas de caza y en cuya parte inferior se encontran las casetas para albergar a los perros que debían acompañar a la soberana en sus salidas cinegéticas.
En lo que se refiere a la decoración, en el edificio se hizo todo un despliegue que no deja indiferente a nadie. Cuvilliés fue el encargado de diseñar los espejos, consolas, techos, embocaduras de chimeneas, panelados, etc. Todo formaba parte por tanto de un único programa unitario y coherente. Estos diseños fueron llevados a cabo por el primer entallador de la corte Joachim Dietrich, con quien Cuvilliés ya había colaborado en los trabajos de restauración de la Residencia de Munich, el palacio real de los reyes de Baviera, que tras el incendio sufrido el 14 de diciembre de 1729 vio dañadas algunas de las decoraciones de sus estancias. Junto a ambos tambíen trabajará el fresquista y estuquista Johann Baptist Zimmermann, quien será el encargado de llevar a cabo los estucos de las salas, las pinturas de los chapeados de madera con motivos vegetales y cinegéticos y los delicados frescos de inspiración chinesca o de rocalla de algunas de las las salas.
Entre los tres artistas lograron crear una atmósfera etérea en la que predominan los colores nacionales bávaros, plateado y azul. Un conjunto completamente unitario en el que no hay ni un sólo rincón sin decoración, como si de una bombonera delicada y deliciosa se tratase. Motivos de rocallas, lazos, pájaros y ramas se entrelazan con escopetas y cazas muertas, que dejan completamente a las claras la función de este pabellón. Gracias a su maravilloso estado de conservación y a su preservación a través del tiempo, el Amalienburg permite desplazarnos a otra época, a un momento de la historia, en el que en la realeza el glamour y lo exquisito era llevado al extremo a todos los objetos de la vida cotidiana. El Amalienburg embriaga los sentidos, hace amar el rococó incluso a aquellos que consideran que es un estilo dulzón y sumamente recargado. Una visita a este palacio deja a las claras que, como diría @cipripedia, más es más siempre #NiUnDíaSinBarroco.
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