Es seguro que has escuchado cientos de veces la expresión “Sobre gustos no hay nada escrito” haciendo referencia a que cada cual tiene sus preferencias. En el mundo del arte lo cierto es que eso se ha equiparado a que cada cual pueda decir de forma desinformada cualquier barbaridad y los demás tengamos que aceptarlo. Sin embargo, la historia de las ideas estéticas no es algo nuevo sino que existe desde la antigua Grecia cuando el pitagorismo presenta la primera gran cuestión estética: la armonía auditiva y visual. Se intentaba averiguar si había alguna forma objetiva de saber qué era bello y para ellos la belleza consistía en la proporción y en el orden.

     Con el paso del tiempo la idea de lo que era bello fue cambiando, es decir, la evolución en el gusto artístico ha sido algo normal dentro de la historia del arte. Los estilos han ido sucediéndose a lo largo del tiempo de una forma natural, como reacción de unos a otros. Del románico, más pesado y recio, se dio paso al gótico, más ligero, luminoso y ornamentado, éste se vio sustituido por el renacimiento que buscaba una vuelta a los valores matemáticos del clasicismo, y el barroco surgió como una forma de decir que la asimetría también era bella, y contra él se reaccionó de nuevo buscando los valores del pasado en el neoclasicismo… Y así en un bucle sinfín hasta nuestros días. Con esto qué quiero decir, pues, que no es nuevo que el gusto estético cambie y lo que es bello un día se vuelva feo y ridículo otro. Es una evolución normal en el ser humano. Tampoco es nuevo que el arte denostado en cierto momento quiera ser destruído y arrancado de cuajo de la historia. Por poner un ejemplo, El Greco, al que el año pasado le dedicamos un sin fín de exposiciones en forma de homenaje, fue denostado prácticamente desde su muerte hasta principios del siglo XX. Sus obras fueron calificadas como de  “desequilibrio, aberración, extravagancia” y se llegó a decir que su arte y personalidad eran de un “salvaje amaneramiento que es difícil comprender si no se acepta una perturbación patológica”. Es por ello que sus obras salieron durante la segunda mitad del siglo XIX con total facilidad de nuestro país, ya que nadie las apreciaba. Luego llegarían las vanguardias y su puesta en valor, pero ya era tarde para cientos de cuadros que fueron sacados de sus retablos y malvendidos por míseras cantidades de dinero. Ése fue el caso de los retablos laterales de la Capilla de San José de Toledo, cuyos cuadros, San Martín y el mendigo y la Virgen con el Niño, Santa Inés y Santa Martina, fueron adquiridos a comienzos del siglo XX por la National Gallery de Washington.

     En todo este proceso del que acabamos de hablar no sólo influía el cambio del gusto, sino también la incultura o la cerrazón de miras. Los maravillosos lienzos de las Poesías de Tiziano y el resto de desnudos de la colección real quisieron ser quemados por un pazguato Carlos III, quien los consideraba indecentes, y fueron salvados gracias a la intervención del pintor Mengs a través de Floridablanca. Se crearon entonces las Salas Reservadas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde un reducido grupo de personas, entre ellos los estudiantes, podían tener acceso a dichas pinturas.

     No obstante, todos pensaríamos que estas prácticas o ideas eran fruto del pasado y que hoy en día estamos en una cultura y una sociedad mucho más abierta y plural y ese tipo de prácticas “censoras” ya no tendrían lugar. Pues parece que no. En los últimos días ha sido noticia un movimiento denominado #RenoirSucksAtPainting que considera que habría que sacar las obras de Pierre-Auguste Renoir de los museos. Para ello se han manifestado delante del Museo de Bellas Artes de Boston, pidiendo que se descuelguen las obras de dicho pintor que se encuentran en sus salas; han abierto una cuenta en Instagram que cuenta con casi 10.000 seguidores que también dicen odiar a Renoir; o elevaron en abril pasado una petición oficial en la Casa Blanca para que los cuadros de Renoir fueran retirados de la National Gallery de Washington. Dicha petición fue desestimada por falta de firmas (sólo contaba con 15 apoyos), pero pese a ello este grupo de #Haters se ha dedicado a hacer ruido delante de museos y en las redes sociales. Y es que en un mundo globalizado como el nuestro y en el que dominan las redes sociales, un pequeño grupo de gente puede ser muy poderoso, tal y como están demostrando.

     La periodista de El País Déborah García Sánchez-Marín se puso hace poco en contacto con el fundador de este movimiento, Max Geller, y éste le dijo que “odia a Renoir pero que no es nada personal, que simplemente no le gusta y que no quiere que nadie en su país sea pervertido con la visión de los cuadros del pintor que atentan contra el buen nombre de las Bellas Artes” (para ver el artículo del El País, aquí). Ahora resulta que necesitamos que nos protejan de la visión de uno de los pintores más admirados y que más gustan en el mundo… La estupidez de estas palabras resulta tan evidente que lo único que uno puede pensar es que o bien se trata de un grupo de artistas haciendo un Happening o que son una pandilla de extremistas que no aceptan nada más que lo que a ellos les parece bello… Un extremo que parecía superado por todos en un mundo en el que aceptamos desde La Fuente de Duchamp, pasando por la Monalisa de Leonardo a la Victoria de Samotracia como representaciones artísticas.

     Así que señores manifestantes, si es una estratagema publicitaria para darse a conocer (tal como todo parece) digan ya qué es lo que quieren anunciar, sea una conocida marca de refrescos gaseosos o sus obras artísticas, y si no es así y van en serio les recomiendo que empiecen a leer y se compren el fantástico Historia de las Ideas Estéticas de Valeriano Bozal, porque sobre gustos sí hay mucho escrito pero muy poco leído.

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