La historia que del Pasmo de Sicilia o Cristo Camino del Calvario está llena de visicitudes y podríamos decir “milagros”. La obra fue encargada hacia 1516 por Jacopo Basilio para el monasterio de Santa Maria dello Spasimo en Palermo, de la que tomó su sobre nombre. La pintura, realizada sobre tabla, técnica tradicional de las grandes “palas” de altar italianas, se inspira en un grabado realizado por Durero en 1509 para el ciclo de la “Pequeña pasión”. Ésta pronto alcanzó fama ya que reflejaba tanto el interés de Rafael por la representación de estados físicos y psicológicos extremos, como la posición oficial de la Iglesia en el debate sobre la naturaleza del dolor de la Virgen durante la Pasión de Cristo, al mostrarla sufriente y compasiva pero consciente y no desmayada.
La primera descripción de la obra nos la ofrece Giorgio Vasaria en sus Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos publicada en 1550:
“Para el monasterio de Palermo llamado Santa María del Pasmo, de los monjes de Monte Oliveto, hizo [Rafael] una tabla de Cristo llevando la cruz, que se considera una obra maravillosa, en la que se puede apreciar la falta de piedad de los que lo cudujeron con gran rabia a la muerte en el Monte Calvario, donde el Cristo, en medio la pasión del tormento de la vecindad de la muerte, caído al suelo por el peso del madero de la cruz y empapado de sudor y sangre, se vuelve hacia las Marías, que lloran irrefrenablemente de dolor. Entre ellas está Verónica, que extiende los brazos para tenderle un paño, con un gesto de enorme caridad. Además la obra está llena de hombres armados a caballo y a pie, que desembocan de la puerta de Jerusalén con los estandartes de la justicia en la mano, en diversas y hermosas posturas.
Esta obra, acabada del todo, pero cuando todavía no había sido trasladada a su lugar, estuvo a punto de acabar mal, pues se cuenta que, cuando se embarcó para ser llevada a Palermo, una horrible tormenta provocó que la nave que la llevaba chocara contra un escollo, de manera que se abrió y se perdieron los hombres y mercancías, excepto esa tabla, que tal y como estaba empaquetada fue conducida por el mar hasta Génova; ahí fue repescada sacada a tierra. Se consideró algo divino y por eso se puso en custodia, pues se había mantenido ilesa y sin mancha o defecto alguno, pues hasta la furia de los vientos y las olas del mar respetaron la belleza de esta obra…”.
Recientemente se ha cuestionado que la historia del naufragio de la obra sea cierta, no obstante, lo que sí es cierto es que en la época la obra adquirió fama de milagrosa. Es por ello que cuando a mediados del siglo XVII Felipe IV estaba adquiriendo masivamente obras de arte para las decoraciones de sus residencias regias, en especial para la redecoración del Alcázar de Madrid, quiso hacerse con esta pintura. Aunque tradicionalmente se había señalado que fue un regalo al monarca por Fernando de Fonseca, III Conde de Ayala y Virrey de Sicilia entre 1660 y 1663, los últimos estudios señalan que éste sólo se encargó del envío de la pintura a Felipe IV, por la que el rey desembolsó una importante cantidad de dinero, 4.000 ducados de renta perpetua al Monasterio de los monjes olivetanos del Santo Spirito de Palermo y 500 ducados de renta vitalicia al Abad Staropoli.
Tras su llegada a España la obra fue expuesta por primera vez en la Pieza Ochavada el 17 de septiembre de 1661 y se colocó en el Altar Mayor de la Real Capilla con motivo del bautizo del príncipe Carlos, futuro Carlos II, el 21 de noviembre de 1661. Para tan magno acontecimiento se colocará el recién adquirido Pasmo de Sicilia con un sencillo marco de pino blanco y peral dado de negro, el cual será sustituído en 1663 por una gran moldura que diera mayor relevancia y empaque al cuadro. Éste tenía “dos palmos de ancho en medio de la qual por toda ella hay un festón de flores y frutas y en los angulos y medios unas tarjetas donde asientan seraphines de todo relieve, salen del feston dos movimientos uno a la parte de adentro con alquitrane, corona, obalos y filete; otro a la parte exterior con entalle de hojas y tarjetilas, al cabo recibe un pedestal q resalta con cartelones y en ello seraphines; todo este compuesto se recibe en mensuras triangulares sin basa y en lo alto hay una corona con dos frontispicios q convertidos en cornucopias recivç dos Angeles y una tarjetta adornada de festones y frutas para repisa de las armas reales q se ven sustentadas de las Aguilas del imperio y conprehendido todo en un obalo circular q hace admirable la prospetiva”. Con este aspecto el cuadro de Rafael ya presidirá el altar mayor durante la solemne ceremonia en la que se trasladarán las viejas reliquias de Carlos V y Felipe II al Relicario desde su antigua ubicación en el contiguo convento de San Gil.
Tras la muerte de Carlos II y la subida al trono español de los borbones en la figura de Felipe V, la obra será traslada al palacio del Buen Retiro en 1715. De todos es sabido del poco agrado que el nuevo monarca sintió por el viejo Alcázar con lo que acometieron en él obras de acondicionamiento, es por ello que durante éstas los soberanos trasladaron su residencia al palacio del Retiro, que en su planta más abierta y rodeada de jardines le recordaba más a su querido Versalles. El Pasmo pasará entonces a decorar el cuarto de la nueva reina Isabel de Farnesio en el Retiro. Es por ello que la obra saldrá completamente ilesa del incendio que arrasó el Alcázar madrileño la Nochebuena de 1734, lo que algunos consideraron un nuevo “milagro”. En 1772 la obra será trasladada al flamante Palacio Real de Madrid donde Antonio Ponz lo describe en su visita: “…solo falta nombrar la más singular de esta célebre colección, y una de las mejores del mundo, obra del incomparable Rafael de Urbino, conocida con el nombre de Pasmo de Sicilia, y representa a Jesucrito, que lleva la Cruz al Calvario. No tenía antes lugar destinado en Palacio, y se le ha dado últimamente en la pieza de vestir del príncipe”.
Durante la Guerra de la Independencia la pintura será una de las sustraídas por el General francés Donai junto a otras docientas cincuenta pinturas. Su destino era el recién creado Museo Napoleón, donde fue expuesta junto a otras cuatro pinturas también de Rafael pertenecientes a la colección real: La Virgen del pez, La Visitación, la Sagrada familia, llamada «la Perla» y la Sagrada Familia del roble.
En Francia las pinturas de Rafael, deterioradas por el viaje y las inclemencias del tiempo, serán transferidas de la tabla al lienzo entre 1814-1816 por J. Toussaint Hacquin y restauradas bajo la dirección de Féréol Bonnemaison. El historiador Joahann David Passavant lo cuenta así:
“Hay pocas dudas de que estos cuadros necesitaban ser limpiados y transferidos de la madera al lienzo, pero tengo igualmente pocas dudas en decir, que se dañaron mucho en el proceso y no fueron tratados con el cuidado que se merecían. Como confirmación de esto, recuerdo una anécdota que David, -bajo cuya instrucción estudié en París-, solía relatar: Al visitar a Bonnemaison un día, en su estudio, David lo encontró, para su gran consternación, con una esponja empapada en esencia de trementina en la mano, con la que estaba despiadadamente frotando las partes dañadas, y contra la evidencia del peligro que un procedimiento como aquel podría entrañar, Bonnemaison se limitó a decir: “No importa, la trementina no les hace daño”.
Asimismo Bonnemaison realizará también copias del tamaño natural de las cuatro obras restauradas para el duque de Wellington, las cuales se conservan en la actualidad en Apsley House de Londres, y dirigirá la realización de un conjunto de grabados basados en éstas.
El “Pasmo de Sicilia” junto con la mayor parte de las pinturas sustraídas de la colección real con destino al Museo Napoleón regresaron a Madrid el 22 de noviembre de 1818 e ingresará en el Museo del Prado en 1819. Wenceslao Ramirez de Villa-Urrutia en su obra “Algunos cuadros del Museo del Prado: cómo se recobraron y salvaron de segura ruina los de Rafael, que se llevó Bonaparte“, escrito hacia 1900, resumía la trayectoria de la obra desde su realización y ensalzaba la épica y milagrosidad de ésta de la siguiente manera:
“Así puede decirse del Pasmo de Sicilia que fue milagrosamente salvado del agua en 1516, en el naufragio del buque, que lo conducía a Palermo, (…), salvado después del fuego en el incendio del Real Alcázar de Madrid, en 1734; salvado de las garras del águila imperial francesa, en 1814, aunque harto maltrecho y próximo a su ruina por las inclemencias del tiempo a que se vio expuesto, y que no pudo resistir la tabla tres veces secular y carcomida; y salvado, por fin, de algo más destructor y más temible que el agua, el fuego, la guerra, las inclemencias del tiempo y el roer de la polilla y de los siglos: salvado de los rigores académicos de unos profesores de pintura…”.
Milagrosa o no la obra, lo que es cierto es que es un auténtico milagro que haya llegado a nosotros y luzca tan maravillosa después de la última restauración.
Hay otra copia a la entrada del salón de grados de la Universidad de Deusto. Sabemos ¿ domde estaba el original que fue copiado y cómo llegó a Deusto?
Gracias
Hola Juan!
Desconozco la copia de la que me hablas. El Pasmo de Sicilia se encuentra desde el siglo XIX en el Museo del Prado, por lo que si es una copia del XIX o XX ha podido ser realizada por alguno de los copistas que registrándose pueden realiar reproducciones en el museo. Sin más información no puedo decirte nada más.
Saludos,
Gloria