Continuamos con la serie de artículos que estamos dedicando al Monasterio de El Escorial (si te interesa el resto pincha aquí, aquí y aquí) con este texto dedicado a su entorno, a esos espacios ideados para otorgar una mayor relevancia y contemplación a la inmensa obra y así rodearlo de espacios de respeto. Así hacia el sur y este el edificio mira a los jardines y huertas y hacia el norte y oeste a la Lonja o plaza. Lugares éstos que potencian la presencia de la arquitectura, creándose un núcleo que aúna el carácter lúdico y representativo y el agrario.
La Lonja y su muro de cerramiento
La Lonja estaba diseñada en principio con la misma anchura en sus dos vertientes a norte y oeste, como así atestigua el quinto dibujo de Herrera para el Monasterio. Es hacia 1584, cuando se decidió ensancharla hacia el lado oeste para dar mayor autoridad y lucimiento a la fachada principal. La realización de la Lonja tuvo lugar en la etapa final de la obra del Monasterio, entre 1585 y 1596, si bien ya aparece representada en el “séptimo diseño” de Herrera.
Terminadas las Casas de Oficios para los sirvientes reales se comenzó a urbanizar el espacio circundante al Monasterio. La nivelación del terreno para así dar lugar a la explanada conocida como Lonja tuvo que esperar a la etapa final de la obra ya que durante la construcción del Monasterio y Casas de Oficios este espacio estuvo ocupado por las chozas de artesanos, canteros, carpinteros, albañiles… que trabajaron en la obra y por los artefactos y máquinas que se crearon para facilitar la construcción. Durante los años que duró la construcción del Monasterio, el espacio que luego fue convertido en la Lonja fue un pequeño pueblo dónde cerca de mil personas –según el Padre Sigüenza- además de trabajar, vivían.
Todo el espacio de la Lonja está delimitado por un murallón o antepecho de sillares de granito, en éste están abiertas nueve entradas, para permitir el acceso a la Lonja, frente a las puertas de entrada del Monasterio. Estas puertas en el antepecho están marcadas por decoraciones graníticas en forma de esfera –las mismas que aparecen en la balaustrada del estanque grande- y pilastras, y en su momento estaban cerradas con fuertes cadenas de hierro. Por la parte interior, hacia la Lonja, el murallón tiene una grada, que sirve de pedestal o asiento, y “por debajo de ésta corre un ancho conducto para dar salida a las aguas que vierten del edificio a la Lonja, que con este objeto tiene un desnivel de más de dos pies de vertiente hacia el antepecho”. Este murallón fue creado al mismo tiempo que la Lonja. Como por ella no podían circular ni carros ni bestias, en 1588 Juan de Herrera iniciará, entre el pretil y los edificios que circundan la Lonja, un camino, bastante ancho, para el tránsito de los carruajes, el cual en la actualidad es el Paseo de Don Juan de Borbón Battenberg.
El suelo de la Lonja estaba dividido con bandas de piedra en consonancia con las fachadas del Monasterio, ya que seguía las líneas marcadas por las pilastras que articulaban las fachadas norte y oeste. Estas bandas tenían, asimismo, idéntico grosor que las pilastras de la fachada con lo que daban una imagen de unidad al conjunto.
La retícula consiguiente formaba cuadros de 44 pies, teniendo cinco cuadros de ancho la Lonja occidental y tres la septentrional. Los espacios que resultaban entre faja y faja estaban rellenos de tierra o como indicaba el Doctor Juan Alonso de Almela, en 1594, en su Descripción de la octava maravilla del Mundo que es la excelente y santa Casa de San Lorenzo el Real…: “empedrados de piedra de codón para que entre piedra y piedra se siembre un igracioso género de hierba muy vistosa, como prado, que haga labor con el dicho losado ancho en cruces…”.
Desde la creación del monasterio al siglo XX la Lonja permaneció inalterable. Fue en 1940 cuando se prohíba el paso de carruajes por este espacio para evitar su degradación y se repararon las cadenas que cerraban su entrada para que éstos no pudieran acceder. Será en 1969 cuando el arquitecto Ramón Adrada decidió pavimentar los enarenados espacios entre fajas con losas de granito sin pulimentar.
Los jardines
El gusto de Felipe II por la naturaleza urbanizada es posible que tenga su origen en la fascinación que en el monarca ejercieron la campiña y jardines ingleses y los vergeles de los Países Bajos. Al igual que en la arquitectura de El Escorial se hace patente la influencia de lo visto por el rey en sus viajes por Europa, en los jardines también se deja ver la impronta de sus andanzas europeas.
Era una época en la que el hombre estaba pendiente del clima, ya que del campo dependían las cosechas y la vida. Es por ello que en los jardines hay también una vertiente utilitaria y en ellos se cultivan hierbas y flores con propiedades comestibles o medicinales… Es pues complicado en muchos casos diferenciar entre el jardín lúdico, el huerto florido o el vergel. Esto es algo que podemos ver claramente en El Escorial, dónde jardines y huertas se mezclan en el paisaje con las dehesas y bosques formando una unidad. Como dice Carmen Añón: “Paisaje y jardín forman una imagen conjunta donde se enfrenta lo geométrico y lo natural y se hacen evidentes los nuevos valores de esa naturaleza “construida”.
En el Escorial los jardines se sitúan en los dos extremos que no cubre la Lonja, es decir, al sur y al este. Grandes murallones de sillería, articulados con un orden de arcos rústicos, sirven para salvar el desnivel del terreno formando una prolongada terraza que contornea el edificio y en la que se asientan los jardines, tal y “como dicen que en otro tiempo estuvieron sobre los muros de Babilonia aquellos que llamaron Huertos Pensiles”, en expresión del Padre Sigüenza. El italianismo de la solución arquitectónica es patente en la organización del espacio, en los elementos divisorios que compartimentan los ámbitos monástico y cortesano del jardín y en las escaleras que lo comunican con la huerta. Estas son más que un mero elemento de paso, pues cada una de ellas -dos emparejadas, en realidad- constituye un complejo que participa del ninfeo y de la gruta, al desembocar en un espacio transversal abovedado donde un nicho con banco se enfrenta a la naturaleza humanizada de la huerta y al paisaje. La colocación de estos grupos de escaleras en los extremos y el centro de cada una de las dos fachadas organizan la totalidad del jardín en cuadros centrados por “…doce fuentes sencillísimas, en las que surte el agua por una piña de piedra berroqueña colocada en el centro de un pilón cuadrado de la misma materia”.
La continuidad visual no queda interrumpida por ninguno de estos elementos, pero sí por los muros, articulados por un orden toscano severamente clásico, que delimitan el uso de cada parte: los tres jardines que rodean la “Casa del Rey”, quedan reservados a las personas reales; el del extremo norte había de servir para los cortesanos, y el resto a los frailes. Esta última parte, la más extensa y conocida, es la única accesible al público.
En tiempos de Felipe II, los jardines del Monasterio presentaban un aspecto muy diferente al actual, diseñado en época borbónica. La plantación que originalmente existía en los cuadros de estos jardines era de “flores, haciendo artificiosos y galanos compartimentos… sembrados por la verdura tan varios colores de flores, blancas, azules, coloradas, amarillas, encarnadas y de otras agradables mezclas”. Este colorido y variedad de flores no solo se podía encontrar en los planteles sino que también describe el Padre Sigüenza que “por las paredes, desde las rejas de las cantinas abajo, están hechos unos enrejados o celosías de madera; por entre ellos, ingeridos, rosales, ligustros, mosquetas, jazmines, madreselvas, y aún lo que muchos no creen, naranjos y limones; que gozamos de sus flores y de sus frutos, a pesar de los fríos fabonios y cierzos de la sierra”. Su color, olor, variedad, frescura,… hacia de estos jardines y fuentes “la cosa más alegre de toda esta fábrica para uno y para otros… se paseen y cojan flores en el verano, o gocen del sol en el invierno, bien se miren desde las celdas o desde los aposentos que caen encima de ellos, que los más y los mejor que se habita en la casa”. Este colorido que describe Sigüenza es muy distinto al monocromo de verdes que en la actualidad se observa debido a los grandes macizos de boj que se plantaron a partir del siglo XVIII y que en la actualidad se encuentran demasiado altos, evitando incluso que se observe en su recorrido los dibujos que realiza el boj.
Por su extremo norte estos jardines acaban, sin más, en el muro de contención del “camino de los olmos”. Por el suroeste, la unión con la Lonja se efectúa mediante la galería de convalecientes, denominada en el XVI “los corredores del sol”.
Las Huertas
Las Huertas comenzaron a organizarse a partir de 1580, teniendo que traer para este fin el agua desde la Sierra de Malagón. Las huertas se encontraban divididas en calles y cuarteles, y debido a la gran fertilidad de sus tierras en ellas se cultivaban una gran variedad de árboles y hortalizas. En el Séptimo diseño de Herrera para El Escorial puede apreciarse perfectamente como ya en ese momento estaba pensando la división en cuarteles de las huertas a través de árboles.
En el plano de G.B. Novello de 1740 también puede apreciarse el terreno destinado a las huertas, pero en él se introducen unos dibujos ornamentales que nunca existieron.
A las huertas se accedía a través de doce escalinatas situadas en el jardín, las cuales salvaban el desnivel del terreno. Todo el espacio que comprendían las huertas –incluido el Bosquecillo- estaba cercado por una tapia de piedra bien labrada de unos 8.000 pies de superficie. La obra de ésta fue acometida entre 1587 y 1588 por Francisco de Mora, quién continuó la tradición serliana de El Escorial en las tres impresionantes portadas rústicas de la cerca: la del camino de Robledo, la que mira a saliente y la que daba entrada al bosquecillo del Rey.
En la actualidad la ordenación de las calles se encuentra muy perdida debido a la degradación que el cultivo de este espacio ha venido sufriendo desde mediados del siglo XIX, aunque todavía son visibles en el terreno los diferentes cuarteles en los que se dividían los cultivos.
Me ha llamado la atención esta obra subastada recientemente. Lo representado es claramente el monasterio de El Escorial, pero con un toque de fantasía, se han añadido columnas polícromas donde no las hay, algunas torres tiene una forma diferente, la lonja está rodeada de edificios porticados, pero sobre todo existe una gran fuente en el Jardín de frailes. En principio pensé que sería un añadido de fantasía más pero el texto afirma que el incendio de 1671 devastó buena parte del edificio y los jardines, destruyendo presumiblemente la fuente. Existió esa fuente o es un error de la fuente de Sotheby´s? Gracias.
http://www.sothebys.com/en/auctions/ecatalogue/2016/master-paintings-sculpture-day-sale-n09461/lot.468.html
Hola Boro,
La imagen que mandas desde luego es muy interesante, pero creo que es totalmente idealizada. Ya no sólo se trata de la fuente y de las columnas policromadas, sino que en las casas de oficios el artista coloca una galería con serlianas en la parte inferior que nunca existió. Por tanto, yo creo que se trata de una imagen totalmente idealizada y la fuente es una parte más de esa idealización. Desde luego no me consta que haya documentos que prueben la existencia de una fuente de esas características en El Escorial y el incendio de 1671 afectó principalmente a las cubiertas, no a los jardines….
Espero haber respondido a tus dudas.
Un saludo,
Sip, muchas gracias. Yo también entendía que el incendio había afectado a las cubiertas y pisos superiores, pero como el texto decía otra cosa, mejor preguntar a alguien que concoe el tema.
Un saludo
De nada Boro, y tú sabes también muchísimo 😉