El 25 de noviembre de 1615 Felipe IV contraía esponsales con Isabel de Borbón. La juventud de ambos, tan sólo diez años contaba el entonces príncipe de Asturias y trece la hija del rey de Francia Enrique IV, hizo que hasta unos años después, concretamente hasta 1621, no tuvieran descendencia, finalidad primordial de la monarquía para asegurarse la pervivencia dinástica.
Fruto del matrimonio fueron siete hijos, de los cuales tan solo dos alcanzaron la adolescencia, la infanta María Teresa, la cual fue esposada con Luis XIV de Francia en 1660, y el príncipe Baltasar Carlos, heredero al trono y que murió a la edad de diecisiete años. El 17 de octubre de 1629 había nacido el príncipe Baltasar Carlos, quien fue el primero de los varones engendrados por el matrimonio tras cuatro niñas que no llegaron a sobrevivir al primer año de vida. En Madrid se realizaron “nueue dias de luminarias, y fiestas grandiosas. Hizieron los Caualleros una Mascara en nueue quadrillas… Corrió parejas el Infante don Carlos con el Conde de Oliuares…”, y los festejos se extendieron durante más de un mes. Tan solo unos meses antes, el 10 agosto de 1629, Diego de Silva y Velázquez, pintor de cámara del rey desde 1628, había partido con destino a Italia para completar su formación. Velázquez permaneció en Italia durante año y medio, precipitando su regreso debido a “la mucha falta que hacía a el servicio del Rey”. En enero de 1631 el pintor ya estaba de vuelta en la Corte y se presentó ante el rey para “besar la mano a Su Majestad, y le diese las gracias, de no haberse dejado retratar de otro pintor, aguardándole para retratar a el Serenísimo Príncipe Don Baltasar Carlos, lo cual hizo puntualmente…”.
Nada más llegar a la corte de su viaje la primera función de Velázquez fue la de retratar al príncipe Baltasar Carlos, el cual en ese momento ya contaba con un año y cuatro meses. Ese primer primer retrato es el que en la actualidad se conserva en el Museo de Bellas Artes de Boston y en el cual Velázquez mostrará por primera vez su maestría a la hora de la representación infantil. En el cuadro el príncipe se ubica en el centro de la composición. Éste, tal y como indica la inscripción semiborrada, “AETATIS ANN[…] / MENS 4”, estaría representado a la edad de un año y cuatro meses, de ahí su rostro sumamente infantil, el cual contrasta con la actitud majestuosa, casi estatuaria de la figura.
Baltasar Carlos va vestido con traje con faldas verde oscuro y bordado en oro, valona de encajes y peto de acero damasquinado sobre el que se sitúa una banda púrpura. La mano izquierda está apoyada sobre el pomo de la espada, mientras que con la derecha sustenta la bengala o bastón de mando. A su izquierda se halla un cojín de terciopelo con detalles de pasamanería en oro, sobre el que se encuentra un sombrero de plumas blancas. Éste haría alusión a su condición de general en jefe de los ejércitos.
A su derecha, en un primer plano, y ocupando un lugar preeminente dentro de la composición, se sitúa la figura, también infantil, de un enano. Sin embargo ésta, frente al hieratismo del príncipe, se muestra en una actitud natural y transmite movimiento. El enano luce un traje oscuro bordado en rojo. Sobre éste un delantal blanco, y porta una golilla almidonada sobre la que es visible un collar de cuentas negras. En forma de bandolera, a imitación de la banda militar del príncipe, luce un cinto de piedras que cruza su pecho. En la mano derecha porta una manzana, mientras que en la izquierda sujeta un sonajero, ambos elementos se han interpretado como símbolos que representarían el orbe y el cetro que un día el príncipe Baltasar Carlos detentaría como rey de España.
La premura en la realización de la obra nos habla tanto de la importancia del retrato de corte como del enorme estatus logrado por Velázquez dentro de ésta. El pintor será el designado por Felipe IV para crear imágenes de poder y de prestigio que exaltasen a la dinastía de los Habsburgo. Dentro de estas imágenes de exaltación tendrán un lugar preponderante los retratos, pero también los lienzos que loarán hechos victoriosos de la monarquía como la Expulsión de los moriscos (desaparecido) o La rendición de Breda del Museo del Prado.
Sobre el lienzo de Baltasar Carlos y un enano se ha especulado mucho sobre su significación cortesana ya que encierra ciertas incógnitas. En primer lugar, no todos los expertos creen que se trate de la primigenia obra pintada por Velázquez al príncipe, ya que en las palabras de su suegro, Francisco Pacheco, y de Palomino no se hace referencia a que a éste se le retratara junto a un enano. Asimismo estudiosos como Jonathan Brown han supuesto que el lienzo sería el realizado con motivo del Juramento de fidelidad del príncipe a las cortes castellanas el 7 de marzo de 1632. La vestimenta del príncipe, parecida a la descrita en la crónica de León Pinelo del Juramento, y su actitud erguida y majestuosa serían otros de los argumentos esgrimidos por Brown. Éste además entiende que la inscripción, al verse incompleta, podría hacer referencia a la edad de dos años y cuatro meses y que la “inclusión del enano con un sonajero y una manzana es otra referencia, en este caso velada, a la ceremonia [de juramento de las cortes] y su sentido”. Sin embargo, la preponderancia del enano, como bien dice Pérez Sánchez, “no se aviene demasiado con un retrato de corte oficial”. Éste último ha propuesto que este óleo sea un ejemplo del “cuadro dentro del cuadro”, es decir, que el enano del primer término, quien pudiera ser Francisco Lezcano, estuviera retratado delante del cuadro de su señor el príncipe Baltasar Carlos, réplica del realizado por Velázquez en 1631. Esto permitiría retrasar la fecha de realización de la obra hasta 1634, momento en el que Francisco Lezcano entra al servicio del príncipe.
Dejando aparte las especulaciones sobre la fecha de realización de la obra, lo que está claro es que nos encontramos ante la imagen más joven que conservamos del príncipe Baltasar Carlos y que la presencia del enano es esencial. Éste es el contrapunto perfecto a la figura del príncipe, uno solemne, el otro infantil y juguetón, y servía para realzar la belleza y la perfección de su amo. Asimismo, el sonajero y la manzana que lleva en sus manos el enano, sirven de alegoría al cetro y la esfera que un día detentaría el heredero de la monarquía.
Los enanos en la Corte de los Austrias no sólo tuvieron un papel como compañeros de juegos de los príncipes o acompañantes de los adultos, sino que también hacían de mensajeros, espías, etc. Esa perfecta integración en la corte es lo que hizo que fueran retratados bien individualmente o bien al lado de sus señores. Así pues, esta obra enlaza perfectamente con la tradición retratística de los Austrias, representada en lienzos de Sánchez Coello como La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz o El príncipe Felipe, futuro Felipe IV, y el enano Soplillo de Rodrigo de Villandrando .