El pasado sábado 15 de abril reabría después de más de tres años de obras el Museo Goya en Castres, una pequeña población de unos 40.000 habitantes en el Sur Este de Francia. El acontecimiento era esperado por la ciudad y las poblaciones de los alrededores desde hacía semanas. El fin de semana se organizaron eventos relacionados con el museo y unas jornadas de puertas abiertas en las que se hacían visitas guidas a la colección cada 15 minutos. Toda la ciudad estaba volcada y desde los escaparates de las tiendas y las marquesinas de autobuses se anunciaba el evento. Un pueblo orgulloso de un museo y que consideraba su reapertura no sólo un acontecimiento sino también una fuente de riqueza que tenían que celebrar. Algo de lo que seguramente deberíamos aprender.
El museo Goya de Castres es una rareza en sí mismo ya que es un museo dedicado al arte español en Francia, aunque en sus orígenes ese no era su destino. La primera tentativa de crear un museo en Castres se remonta al año 1792. En ese momento se decide crear una biblioteca pública en Castres y también se intenta organizar un pequeño museo nacional, dotado de cuatro salas, en donde exponer las obras de una Academia de dibujo que en 1750 se había impulsado en la ciudad. Sin embargo, el museo no se llegará a abrir. El verdadero nacimiento del museo se sitúa en 1840, cuando los nueve cuadros que en ese momento poseía la villa fueron expuestos en una sala que se denominó museo dentro del antiguo Palacio Episcopal de la ciudad. Estas nueve piezas eran obras francesas de los siglos XVIII y XIX.
El Palacio Episcopal de Castres había sido edificado entre 1665 y 1673 según un proyecto de Jules Hardouin-Mansart, arquitecto de Versalles. De estilo clásico, líneas simples y formas simétricas, en 1676 fue completado con un jardín de recreo al estilo francés y a imagen de los jardines reales diseñados por André Le Notre. Durante la Revolución francesa el palacio se convirtió en un bien nacional y en 1794 fue adquirido por el municipio. Albergó en sus salas el Ayuntamiento, hasta que en 1840 acogió en su planta principal ese pequeño museo al que hacíamos referencia.
Aunque con unos orígenes como vemos muy modestos, lo cierto es que la iniciativa despertará interés y comenzaran a producirse las donaciones de obras de artistas relacionados con Castres y de depósitos del Estado. Asimismo, la Villa comenzó a adquirir algunas obras para enriquecer esas primeras colecciones.
Pero realmente el museo no tomará una verdadera importancia hasta que en 1894 la familia Briguiboul legó cerca de 84 obras. Entre estas había tres cuadros de Goya y una serie de grabados adquiridos en Madrid por Marcel Briguiboul durante una estancia en España. Es esta donación la que abrirá la vocación hispanista del museo, que se confirmará de forma determinante tras la exposición “Peintures de Goya dans les collections de France” organizada en 1938 en la Orangerie. En ella participarán los tres cuadros de Goya presentes en el museo y la relevancia que se les dio a estos abrirá el camino para que en 1947 el museo de Castres pase a denominarse Museo Goya. A partir de entonces se decidió la conformación de un museo de arte hispánico y se sucedieron las adquisiciones y depósitos, algunos tan relevantes como el retrato de Felipe IV cazador de Velázquez o la Virgen con el Niño de Murillo, procedentes del Louvre. Los fondos fueron enriqueciéndose y rellenando huecos de tal forma que con ellos pudiera contarse una historia del arte español desde la Edad Media hasta nuestros días. Ese recorrido que antes quedaba más diluido por la forma que en estaban expuestas las obras ha sido ahora totalmente remodelado.
Como si de un libro de historia del arte español se tratase, en las veinte salas que conforman ahora la exposición permanente del museo, se hace un recorrido mediante paneles explicativos en el que se cuenta desde la influencia del arte flamenco en la España del siglo XV hasta la creación contemporánea del siglo XXI. Yo os voy a dar mi visión personal y os señalaré cuales son las piezas que más me interesaron.
De la primera sala, consagrada al arte español de la Edad Media, destacan la presencia de nueve tablas del Retablo de San Martín, atribuido al Maestro de Riofrío, depositadas en el año 2007 por el Museo Cluny de París.
En la Sala 2, dedicada al renacimiento español, la imponente presencia del friso tallado en madera del castillo de Vélez Blanco se impone al resto de piezas. Pese a que entre ellas se encuentra una magnífica Lamentación de Vicente Macip y Juan de Juanes, en un estado de conservación soberbio. Sin embargo, los tres trozos de friso conservados del castillo de Vélez, inspirados en los grabados de Jacopo de Strasbourg, y en los que se relatan las victorias de Julio César, destacan por su calidad técnica.
Pero, si por algo destaca el museo es por la calidad y cantidad de las piezas dedicadas al Siglo de Oro español. Cinco de sus salas están dedicadas a mostrar obras, pinturas pero también alguna magnífica escultura, de algunos de los maestros españoles más destacados del XVII. Pantoja, Pacheco, Velázquez, Alonso Cano, Murillo, Claudio Coello, Sebastián Muñoz… Y no hablamos de obras cualquiera. De Pantoja se expone el retrato de Felipe III vestido con la orden del Toisón de Oro, firmado y fechado en 1608. Dos son los soberbios Francisco Pacheco que atesora el museo: Cristo servido por los ángeles en el desierto, obra creada en 1616 y destinada para el refectorio del convento de San Clemente el Real en Sevilla, y el impresionante Juicio Final que perteneció al convento de Santa Isabel de Sevilla. De Velázquez un retrato de Felipe IV como cazador, considerado en ocasiones de taller y otras como autógrafo dependiendo del catálogo razonado… Desde luego tiene detalles de mucha calidad y la mano del artista parece percibirse en la cabeza del rey y en algunos detalles, pero la presencia de los pinceles de otros de los artistas cercanos al pintor regio no es descartable.
Uno de los conjuntos que más me impresionó fue el de los tres lienzos de Alonso Cano pertenecientes al ciclo de la Virgen María que el artista realizó para la Iglesia del Ángel Custodio de Granada. El colorido, dulzura de rostros y presencia plástica de los tres lienzos deja conmovido en una sala en la que se bate con dos cuadros de enorme calidad de Coello y una de las primeras Vírgenes con el Niño elaboradas por Murillo. Pese a que la obra de Murillo es una de las más destacadas del museo, a mi parecer, presenta una cierta dureza en el rostro de la virgen y en sus paños que me resulta extraña, aunque la factura del Niño Jesús es deliciosa.
Con la sala 9 se cierra el Siglo de Oro español haciendo una mención a la influencia italiana en la pintura española de la época. Esta galería es una explosión de obras de altísima calidad donde reina el Martirio de San Sebastián de Sebastián Muñoz, realizado hacia 1687; el Martirio de San Andrés de Ribera y el Niño Jesús de Pedro de Mena. Como contrapunto a la influencia italiana en España está la inversa con un Hércules monumental de Giordano al más puro estilo de Ribera (de hecho apostaría que lo mismo en su día se adquirió como obra del Españoleto).
Tras una sala dedicada al siglo XVIII y la naturaleza muerta se llega al otro de los platos fuertes del museo: las salas dedicadas a la figura de Francisco de Goya. Como ya hemos indicado, la donación en 1894 de tres cuadros del artista por parte de la familia Briguiboul es lo que marcó la orientación del museo a la pintura española y es que ciertamente la calidad de las tres pinturas del artista aragonés se encuentran entre las mejores de su producción. Por un lado está el retrato de Francisco del Mazo en el que el artista deja ver su influencia velazqueña a través del fondo neutro sobre el que se recorta el personaje. Está también uno de los mejores autorretratos del artista, en el que se plasmó con anteojos hacia 1800. De este retrato se conservan otras dos versiones, pero esta de Castres es magnífica, mostrando la rapidez de trazo y lo empastado de pigmento del pincel del artista. La profundidad psicológica del rostro del personaje y las calidades que logra transmitir en el atuendo son realmente fantásticas. Pero la obra que más impacta es el colosal lienzo de La Junta de Filipinas (3,2 x 4,3 m). Esta es la pintura de historia más grande ejecutada por Goya. Adquirida en 1881 por Marcel Briguiboul, el cuadro muestra la conmemoración de la asamblea general de la Junta reunida en 1815 y excepcionalmente presida por el rey Fernando VII. La iluminación de fuerte contrastes de la obra, elemento clave de la pintura, bebe de Las Meninas de Velázquez, en un homenaje más del aragonés al sevillano. El espacio se organiza a través de líneas de fuga que llevan hacia el retrato de Fernando VII, que como si fuera el de un de sello o moneda, muestra al rey impertérrito e irreal. No obstante, este es uno de los pocos personajes realizados con precisión, ya que el público que acude a la junta aparece en muchos casos esbozado, delineadas sus formas con trazo grueso negro para después dar toques de color que conforman el personaje. Una forma maestra de dar vida a un conjunto de gentes que muestran su desidia en el acto presidido por el monarca al que están acudiendo. Una crítica nada discreta al soberano que muestra como el artista fue abriendo las puertas a su exilio francés.
Además de estas tres destacadas obras en lienzo el museo conserva una colección completa de las cuatro series de grabados realizados por Goya: Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra, La Tauromaquia y Los Disparates. Así como una serie realizada en 1778 sobre los lienzos de Velázquez de la colección real. El conjunto supera los 250 grabados de los cuales se exhiben, en una sala especialmente dispuesta con luz de intensidad más baja, unas cuarenta obras que irán rotándose para que su conservación no se vea comprometida. La sala se ve complementada con un vídeo que explica el proceso de realización de una plancha de grabado y de la técnica para su reproducción.
Tras estas salas comienzan las dedicadas al siglo XIX. En ellas hay varias obras de Eugenio Lucas, entre las que destaca La diligencia bajo la lluvia, firmada y fechada por el artista en Madrid en 1856, y algunos retratos de artífices como Francisco Bayeu o tres pinturas de Federico de Madrazo, sobresaliendo la calidad del retrato de Madame de Scott, cuyas calidades y verismo de la representada están a la altura de las mejores obras de Madrazo.
Se llega entonces a una sala que me gustó especialmente ya que ahondaba en el discurso mantenido en la exposición El Gusto Francés, comisariada por Amaya Alzaga, que el año pasado pudo verse en la Fundación Mapfre y de la que tuve la suerte de forma parte (ver aquí). En la pieza 15 se reflexiona sobre el redescubrimiento de España por los artista franceses en el siglo XIX y cómo estos se vieron atraídos por nuestro país por su aspecto pintoresco. El impacto de la luz, las tradiciones y los esplendores artísticos del pasado, especialmente del Siglo de Oro, influyeron en diversos artistas franceses, en particular en Manet, el nombre más conocido. Pero también en otros como Bonnat, Dauzat, Doré o Fantin-Latour de los que se muestran obras que plasman ese interés por lo hispánico, que además les llevó a alejarse de los principios académicos logrando así acercarse a la modernidad.
Una vez traspasado este punto la exposición del museo se adentra en la modernidad pictórica de España en el periodo entre 1880 y 1936, la denominada Edad de Plata de la pintura española. La voluntad de renovación de unos cuantos artistas que buscaron en Roma y sobre todo en París una modernización de las artes plásticas, harán aflorar movimientos como el modernismo catalán o el luminismo valenciano. Obras de Beruete, Rusiñol, Sorolla, Anglada Camarasa o Zuloaga forman parte de esta sala que contiene una buena selección de pinturas.
Ya de pleno en el siglo XX se dedica una sala a hablar de las diferentes tendencias que existirán artísticamente en nuestro país a partir de la Guerra Civil. Por un lado los defensores de la figuración y por otro los artistas de vanguardia: surrealistas, expresionistas, cubistas, etc. El máximo representante de los artistas de vanguardia es Picasso, representado con un Hombre con sombrero de paja y un cornete realizado en 1938. Obra en la que experimenta con la representación humana a través de la geometrización pero en la que también se ve la influencia ejercida por otros sobre el pintor, en este caso se trata de una obra en homenaje a Van Gogh. Junto a Picasso en la sala también se dan cita obras surrealistas de Dalí y Miró o expresionistas como las de Millares o Sicilia.
Finalmente, la visita termina en la creación contemporánea en España a partir de la restauración democrática. En esta sección figuran obras de artífices tan consagrados como el Equipo Crónica, Saura, Manolo Valdés o Barceló. Sin embargo, la obra que más me impactó fue la Asnería de Pilar Abarracín. En ella la artista, nacida en Sevilla en 1968, se apoya en uno de los grabados realizados por Goya para sus Caprichos para interpelarnos sobre el ser humano y las creencias populares. La plasticidad del grabado de Goya llevado a instalación se impone en una sala que permite poner un punto y final fantástico al recorrido. Una historia del arte español en imágenes la que propone el Museo Goya de Castres que bien merece una excursión este verano hasta esta bella población francesa.
Gracias, excelente información, no sabía de la existencia de este museo.
Me alegro que te haya sido útil Francisco. Merece mucho la pena una visita.
Un saludo