Almanzor (Muhhamad Ibn Abi Amir), miembro de la administración omeya y protegido de Subh (favorita de al-Hakam II), consiguió imponerse en la corte califal y acceder en el 970 d. C al puesto de chambelán (hayib) de Hisam II, nieto de Abd al Rahman III, fundador del Califato de Córdoba (929 d. C). Conseguirá convertir a Hisam II en un títere político al aislarle en Medina Azahara colmándolo de comodidades y distracciones. Sus numerosas victorias contra los reinos cristianos (alrededor de 50) le valieron el apodo de al-Mansur (el Victorioso). Este personaje trató de emular a los Califas Omeyas en todos los aspectos: financió la ampliación de la Mezquita de Córdoba y abandonó la ciudad palatina de Medina Azahara para construirse una propia cerca de Córdoba a la que llamaría Medina Azahira (Madinat al-Zahira) alrededor del 978-981 d. C.
De esta ciudad solo se conservan algunos vestigios en la actualidad ya que fue destruida en el 1009 d. C. Uno de ellos es la pila de abluciones de mármol, conocida como la pila de Almanzor, que conserva el Museo Arqueológico Nacional, gracias a la cual podemos observar el esplendor decorativo de la ciudad erigida por Almanzor. Por desgracia, desconocemos su emplazamiento exacto dentro del recinto, ya que fue recompuesta a partir de diversos fragmentos encontrados dispersos.
Existen otras dos pilas de factura, dimensiones y cronología semejantes, una en el Museo de la Alhambra de Granada (traída desde Córdoba por el rey taifa Badis ben Habús) y otra datada entre los años 1002-1007 d. C. procedente de la madraza de Ben Youssef en Marrakech[1]. Este tipo de objetos son esenciales para la cultura islámica ya que tiene muy presente la necesidad de purificación del cuerpo a través del agua.
El frente principal muestra tres elementos vegetales simétricos, a modo de árbol de la vida, con los tallos rematados por palmeras y piñas. Estos árboles se enmarcan con tres arcos polilobulados con alfiz, sustentados por columnas con decoración en zigzag y de rombos superpuestos. Una cenefa con inscripción cúfica enmarca la composición y nos confirma su pertenencia a la ciudad palatina de Almanzor, construida entre 979-987 d. C. y destruida en 1009.
En el islam el árbol de la vida recibe el nombre de Sidra o Tuba. En la mente de los mahometanos éste crece en medio del Paraíso y así se convierte en un tema adecuado para la representación artística, y, en consecuencia, se puede encontrar tejido en el mihrab de las alfombras de oración. Las primeras autoridades del islam, al interpretar el Corán, explicaron que la Sidra estaba en el séptimo cielo a la derecha del trono de Dios, y marcaba los límites del paraíso más allá de los cuales los propios ángeles no deben pasar. Esto ese encuentra reflejado en la Sura LIII.
El Sidret-el munteha (“la Sidra de los límites máximos”) tiene su prototipo en la tierra en el árbol sidra, una especie de ciruelo silvestre, Ziziphus jujube, que crece en Arabia y en la India. Produce pequeñas ciruelas. Este árbol también es sagrado para los mahometanos, como lo demuestra su costumbre de arrojar sus hojas en el agua que utilizan para limpiar un cadáver durante una ceremonia de entierro. Hafiz en el Diwan se basa en antiguas tradiciones persas en sus descripciones de la Sidra:
«En las ramas sagradas de la Sidra
En lo alto de los campos celestiales
Estar más allá del deseo terrestre
Mi alma-pájaro un nido cálido ha construido»[2].
El alma-pájaro indica un nuevo comienzo, y fusionando esto con las viejas ideas persas forma una nueva interpretación islámica[3].
En Babilonia el árbol de la vida se llamaba el árbol de Ea, el padre de los dioses; crecía en Eridu, y también tenía el nombre de Ukkanu. Aquellos que comían sus frutos se suponía que recibían la vida eterna. De esta creencia se deriva el árbol de la vida del Antiguo Testamento, que crece en medio del Paraíso (situado en Eridu). En el zoroastrismo el árbol de la vida se llama el haoma blanco y su fruto se utiliza para alimentar a los espíritus benditos del cielo.
Sin embargo, se ha debatido la cuestión de si el concepto de Árbol de la Vida existía realmente en la antigua Mesopotamia, por lo que muchos estudiosos de hoy en día prefieren el término más neutral de “árbol sagrado” cuando se refieren al Árbol de Mesopotamia. Este tipo de árboles estilizados aparecen como motivo artístico en la Mesopotamia del cuarto milenio y, para el segundo milenio antes de Cristo, se encuentra en todas partes dentro de la órbita oriental, incluyendo Egipto, Grecia y la civilización del Indo.
Volviendo a la pieza, en el otro frente largo se conserva un fragmento de una escena en la que se representa a un león devorando a otro animal (se ha sugerido que se trata de un antílope). También aparece una porción de cenefa en la que se observan patos que cazan peces y una serie de motivos vegetales además de una sección de inscripción que recorría el perímetro de la pila en su parte superior[4].
Este motivo podríamos asociarlo a las representaciones sobre la naturaleza salvaje plasmada en lugares como la escalera de la sala de Audiencias de Darío y Jerjes en Persépolis (359-338 a.C.), o en escudos asirios como los del rey asirio Sargón II (siglo VIII a.C.) e incluso a las de los sellos del Protodinástico mesopotámico (3000-2340 a.C.), en donde se mostraba la lucha de fuerzas contrapuestas, el conflicto natural y cósmico, y en el cual se integraba el papel del rey como director de la comunidad y como mediador entre lo divino y lo humano. El rol del león y una presa como lo es el toro habría podido sufrir reinterpretaciones hasta llegar a época aqueménida. En ese punto podría simbolizar además del poder del monarca y su lucha contra el caos, la consecución del día, simbolizado por el león, y la noche, por el toro[5].
En el mundo islámico esta iconografía, a parte de su sentido de la lucha por la supervivencia, poseería una significación política semejante, expresando de forma gráfica la fuerza dominadora y el poder del soberano contra cualquier oposición. Esta composición poseía por tanto una concepción heráldica que constituía un elemento de propaganda impulsada por la dinastía omeya cordobesa como enseña militar.
Esto se aprecia en fuentes escritas dejadas por ejemplo por Ibn Darray (958-1030). En uno de sus versos podemos ver cómo se amenazaba al conde castellano García Fernández sacando a relucir la fiera figura de al-Mansur[6]:
«¿Dónde puedes salvarte cuando el león de las guaridas, el protector Almanzor ha venido a ti enfadado […]?»[7].
En el lado menor de la pila que se conserva apreciamos tres divisiones verticales: una central lisa, destinada a los surtidores de agua, y dos laterales con águilas representadas de forma frontal dominando a dos ciervos con sus garras. En sus alas podemos ver representados a unas figuras zoomorfas con aspecto leonino. En la parte inferior se representan grifos. Es en estos elementos iconográficos donde vemos la influencia del Oriente Próximo Antiguo de forma más clara. Su origen más antiguo podríamos rastrearlo hasta la representación del dios mesopotámico Ningirsu en la forma del Imdugud (águila con cabeza de león) personificación de las nubes de la tormenta, en la imaginería de la ciudad de Lagash (3000 a. C). Esto podría representar la victoria del bien sobre el mal y el triunfo militar sobre el enemigo. Los grifos podrían aludir al triunfo del soberano sobre el sol, tópico poético presente en los panegíricos dedicados a Almanzor[8].
Lado menor de la pila. Foto: Blogspot.
Ningirsu con forma de Imdugud. Foto: Pinterest.
La pila de abluciones del MAN constituyó pues un elemento más del ambicioso aparato de propaganda impulsado por Almanzor dentro del programa decorativo palaciego y dinástico de los omeyas de Córdoba. Sus connotaciones de poder y triunfo y su valor prestigioso no desaparecieron pese a que aparentemente cumpliera una función ornamental o puramente decorativa. Estamos seguros de que todo aquel que veía la representación comprendía sin problemas el mensaje propagandístico.
El Islam se asentó en territorios antes dominados por civilizaciones como la Mesopotamia o la Asiria, lo cual favoreció que los califatos de los Omeyas (661-750 d. C.) y los primeros Abbasíes (finales del siglo VIII) asimilaran este tipo de iconografía, manteniendo su interpretación preislámica como metáfora de la dominación militar y política. Así el islam, que tuvo como punto de inicio la península arábiga, fue desde sus inicios (siglo VII d. C.) flexible a la hora de aportar e incorporar distintas influencias en todos los ámbitos, incluido el iconográfico.
En la actualidad, El Museo Arqueológico Nacional con la exposición «El majlis. Diálogo entre culturas» (28.09.2020-17.01.2021) reúne una selecta colección de piezas del Museo del Jeque Faisal Bin Qassim Al Thani, de Qatar, que cuentan historias sobre una larga tradición de intercambio y diálogo en la península arábiga y más allá de sus fronteras. De igual manera que lo hace la pila de Almanzor. Al fin y al cabo, las fronteras que definen los estilos y los gustos son mucho más fluidas que las que separan pueblos y naciones.
NOTAS DEL TEXTO
[1] VV.AA. 2017, p. 92.
[2] GUNDY 2012, p. 155.
[3] LECHLER 1937, p. 369.
[4] JUEZ 2001, p. 4.
[5] LÓPEZ 2011, p. 193-194.
[6] SILVA 2014, p. 15.
[7] LA CHICA GARRIDO 1973, p. 95.
[8] JUEZ 2001, p. 5.
BIBLIOGRAFÍA
GUNDY, J. (2012), Scattering Point: The world in a Mennonite Eye, State University of New York Press.
JUEZ JUARROS, F. (2001), “Pila de Almanzor: el agua en el ritual religioso islámico”, Pieza del mes, Ciclo 1999-2001, Creencias, símbolos y ritos religiosos, Enero, 2001 , Museo Arqueológico Nacional, pp. 1-7.
LECHLER, G. (1937), “The Tree of Life in Indo-European and Islamic Cultures”, Ars Islamica, 4, pp. 369-419.
LA CHICA GARRIDO, M (1973), Almanzor y los poemas de Ibn Darray Al Qastalli, Anales de la Universidad de Valencia.
LEWIS, B. (1990). El lenguaje político del Islam, Taurus, Madrid.
LÓPEZ MELERO, R. (2011), Breve Historia del Mundo Antiguo, Editorial Universitaria Ramón Areces.
SILVA SANTA-CRUZ, N. (2014), “El combate de animales en el arte islámico”, Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. VI, 11, pp. 13-22.
VV. AA. (2017), 75 obras seleccionadas del Museo Arqueológico Nacional, Palacios y Museos Ediciones.