Hace escasas fechas os hablamos de dos pequeñas casas de reposo creadas por los monarcas españoles de la dinastía de los Austrias en los alrededores de Madrid, nos referimos entonces a Vaciamadrid y Aceca (ver post aquí). Hoy iniciamos una pequeña serie que nos llevará a hablar de las diferentes casas que se crearon en los alrededores del Monasterio de El Escorial.
San Lorenzo de El Escorial no surgió como un Real Sitio, sino que fue concebido por Felipe II como el Monasterio de San Lorenzo el Real; una fundación piadosa habitada por religiosos eremitas de la Orden de San Jerónimo, aislados en medio de un paraje, para consagrarse a su función, es decir, a la oración por el alma de Carlos V, Felipe II y el resto de la Familia Real allí sepultada.
En la decisión acerca del emplazamiento, lentamente madurada entre 1558 y 1561, pesaron por tanto los pareceres de los Jerónimos, pero la elección final fue del monarca. Había de ser un lugar sano, con buen aire y agua, aislado en el campo, como lugar de contemplación y alejado de Madrid, pero no en exceso, pues la creación de San Lorenzo el Real no podía disociarse del establecimiento de la Corte en esta ciudad por el propio rey en 1561. El Monasterio vino a sumarse a las posesiones y casas que configuraban un sistema coherente de “Sitios Reales” en torno a Madrid.
Para su emplazamiento fueron descartados varios lugares hasta que en noviembre de 1561 los asesores y el rey se decidieron por la explanada en la base de la montaña sobre la aldea de El Escorial, lugar privilegiado por su entorno de bosques, por su abundancia de agua y por la disponibilidad de materiales de construcción cercanos, especialmente buen granito. Conforme a esa intención del fundador, San Lorenzo el Real se planteó en el momento de su creación como un bloque aislado, antiurbano, que en el primer proyecto se enfrentaba solo con el paisaje donde está enclavado, y que al final del proceso constructivo acabará tolerando únicamente tres edificios en sus inmediaciones para descargarse de los menesteres mecánicos y viles. Esta concepción originaria cambiará completamente cuando Carlos III forme una población ordenada inmediata al Monasterio, dando lugar al Real Sitio de San Lorenzo. Por tanto, según se ideó en el siglo XVI, el edificio establecía con la naturaleza un diálogo especial, que exigía ser escuchado para entender el sentido original de la creación de Felipe II.
Al fundar San Lorenzo el Real, el rey lo dotó con una serie de fincas rústicas. Las más destacables de ellas, El Quejigal y El Santo, fueron desamortizadas como las demás en 1869 y pasaron a manos particulares. Estas fincas junto a las dehesas de la Herrería y la Fresneda, así como Campillo y Monesterio, fueron embellecidas con interesantes edificios. Aunque destinadas en principio a su explotación, sobre todo ganadera, en provecho del Monasterio, estas fincas, junto a otras puramente selváticas, constituían en torno a San Lorenzo un real bosque de caza para la diversión del monarca, bosque cuyos límites quedaron acotados en diversas Reales Cédulas entre las que cabe señalar la de 1793.
El gran número y género de las fincas que se adquirieron durante los primeros años de la fundación del Real Monasterio de El Escorial pone de manifiesto que, desde sus comienzos, se pensó en la ganadería y en la agricultura como principal fuente de riqueza del Monasterio. Así la comunidad jerónima quedaba autoabastecida de hortalizas, frutas, carne, huevos, cereales, vino, aceite… y dedicaba los excedentes de producción para conseguir rentas.
La desamortización llevada a cabo en el reinado de Isabel II no afectó a las propiedades del Monasterio en función del principio de reversión a los patronos, en este caso los reyes como jefes del Estado. La comisión de deslinde formada en 1838 incluyó dentro de estos bienes no enajenables “los bienes comprendidos en la administración llamada del campo y bosque de San Lorenzo, con el heredamiento de Tobad, porque el fundador los compró para sí y sus sucesores, habiendo cedido sólo el usufructo a los monjes…”. Sin embargo, este principio no fue respetado a lo largo del siglo XIX y en consecuencia en 1869 se vendieron en subasta varias fincas, entre ellas la Fresneda, las Radas, Campillo, Monesterio y El Santo.
Hoy vamos a hablar de dos de esas fincas rústicas a las que Felipe II dotó de casas para su recreo: el Quejigal y Campillo.
EL QUEJIGAL
En 1564 Felipe II adquiría la propiedad de El Quejigal para que sirviera de sustento maderero a la obra del Monasterio de El Escorial. Una vez talados todos los pinos que había en dicha propiedad se decidió probar a cultivar en dicho terreno viñas y olivos, dando buen resultado. “Tras esto, pareció como necesario hacer bodega y lagares en que hacer el vino y se conservase, y así, poco a poco, llamando unas cosas a otras, se vino a fabricar una grande y hermosa casa con muchos aposentos, lagares y bodegas bastantes, así para el vino como para el aceite y para todo lo que allí puede cogerse. Cercóse toda la viña al derredor con una pared de piedra seca, que tiene seis o siete pies de alto”.
En la posesión existían un palacio, residencia de los antiguos propietarios de la finca. Tras adquirir la propiedad se iniciaron obras de arreglo de cubiertas y fabricación de nuevas puertas, ventanas… de forma que cuando la obra quedó terminada, el 20 de agosto de 1564, el prior de San Lorenzo, fray Juan Huete, escribía a Felipe II: “…tenemos adereçada la casa que allí estava perdida de manera que su majestad podrá tener en ella más y mejor aposento que en el Escurial” (Zona A).
Pero tras las primeras cosechas la casa resultó insuficiente y se procedió a la ampliación de ésta. Así pues Juan de Herrera diseñó un cuarto de poniente que se situó paralelamente al ya existente o cuarto de levante (Zona B). Cuando la construcción de este cuarto hubo terminado, en 1584, la producción de vid y olivo era tan abundante que hacía insuficiente el espacio construido, con lo que se decide la construcción del cuarto del cierzo (Zona C) que quedó terminado en 1588. La casa quedó constituida como un edificio grande, en forma de “U”, construido en ladrillo con fajas de cal y canto. El Padre Sigüenza lo describe como “…tan capaz y de tan buenos aposentos, que cuando van allí las personas reales tienen donde aposentarse y estar bien acomodados, y una capilla grande y espaciosa donde se les dice misa”. La actual fachada de la casa (Zona D) fue levantada en 1590 como una forma de terminar el rectángulo del edificio. La dehesa contaba también con una capilla fuera de la casa “que son reliquias de una iglesia antigua que allí había”.
El Quejigal sirvió tanto de casa de placer para Felipe II, quien residió en ella en algunas ocasiones, como de lugar de producción y abastecimiento para el Monasterio de El Escorial. Durante tres siglos, la dehesa perteneció a la orden jerónima quién la administró o delegó su administración a arrendatarios.
En una petición de un arrendatario se dice que “es notorio que el terreno del Quejigar se halla casi del todo inculto por no permitirlo su calidad y que por lo tanto si se han de hacer en él algunas mejoras será en fuerza de sacrificios que muy tarde han de ser remunerados. Sin más que esta razón el Patrimonio conocerá que una 3ª parte de la renta ofrecida por la posesión del “Santo” es la que por las viñas, olivares, tierras de labor y casa del “Quejigar”, puede darse.
La desamortización de 1869 despropió la finca de El Quejigal, la cual pasó a ser propiedad de la familia Sainz de Heredia. Más tarde pasó a los Valenzuela quienes en 1928 la vendieron a la Duquesa de Parcent, quien la cedió a su hija María de la Piedad, como regalo de boda con el príncipe Max von Hohenlohe-Lagenburg. En 1979 la propiedad, y todo su contenido, fue subastada por Sotheby’s. A partir de ese momento la finca del Quejigal pasó a manos de Vega-Sicilia, quienes en la actualidad producen en ella vino blanco y miel.
CAMPILLO
En 1595 Felipe II se hacía con los pequeños pueblos de Campillo y Monesterio. Campillo era una aldea que contaba tan sólo con unos 125 habitantes. Con esta compra el monarca expulsaba a sus ocupantes y convertía los terrenos en lugar de caza. De este lugar el rey Prudente conservó la iglesia tardo-gótica del pueblo, que convirtió en ermita, para que se pudiera seguir practicando el culto, así como con la torre que había servido de residencia al Duque de Maqueda. La torre, una construcción posiblemente de época de Enrique IV de Castilla, ya había servido de refugio de caza en tiempos de los Reyes Católicos. En ella tan sólo se llevaron a cabo algunas obras de poca importancia de cantería, yesería y albañilería que fueron encargadas a Juan de las Heras. Lo contratado por este maestro parece ser que comprendía un cubo de cantería rematado por una hilada abocelada con remate de filete, dieciséis ventanas, nuevas puertas y enlosados, y labrado de chimeneas. Con esta intervención parece que lo que se pretendía era actualizar y afianzar la antigua edificación para sus nuevos usos. Pero, al mismo tiempo, haciendo prevalecer el viejo linaje del edificio, mantener no solo los signos formales de su volumen y estructura sino incluso su gran portalón principal de arco gótico de gran dovelaje coronado por alfiz que lo encuadraba dentro del tardo medievo.
Tras los arreglos llevados a cabo la torre suavizó su aspecto de construcción defensiva y se convirtió en una típica casa de campo diseñada para el disfrute de la naturaleza, el descanso y la caza. Un pequeño alojamiento trazado informalmente, sin pórticos ni galerías que lo relacionaran con el entorno natural, pero sin embargo cuajado de ventanas que miran al paisaje y que proporcionaban una buena iluminación en los interiores.
Ya en el siglo XVII el Campillo fue aumentando construyéndose en torno a la casa y la ermita una serie de casas de oficios, de lenguaje rústico. En 1626 Juan Gómez de Mora describía así el conjunto: “era un lugarejo de los duques de Maqueda, una legua del Real Convento y Cassa de San Lorenzo el Real, entierro de los reyes. Esta otra legua del lugar o villa de Guadarrama, fundado a las orillas de sus puertos, a la parte de oriente. Acabada la gran fábrica de San Lorenzo, el Rey compró este lugar y le deshizo, y en la torre o fortaleza fuerte reedificó el Rey Felipe II una vivienda para su persona y criados que en poco sitio se hizo mucha comodidad. Es en forma quadrada, sin patio, y goza de luz por todas quatro delanteras. Abunda su termino de mucha caza mayor y menor. Tiene grandes praderías y en tiempo del rey Felipe IV se ha labrado en una casa aparte dibisiones de aposento para oficios, cocinas y cavallericas”.
En el siglo XVIII continuaron las obras de reparación y mantenimiento en El Campillo. En el siglo XIX, con la desamortización, el Campillo pasó a manos privadas. Ya en nuestros días, en el año 1986, El Campillo fue comprado y remodelado para que sirviera de lugar para la celebración de bodas y eventos. En la actualidad presenta el aspecto que puede verse en las fotografías.
El grabado del monasterio en construcción no es anónimo.Fué realizado por pintor holandés Rodrigo de Holanda al servicio de Felipe ll.
Hola José, ¿a qué grabado te refieres? En el post hemos publicado un dibujo y varios óleos, pero ningún grabado… Si te refieres al dibujo de la Colección del Marqués de Salisbury en Hatfield House, ha sido atribuído a Fabrizio Castello y Rodrigo de Holanda, pero sin llegar a ninguna atribución definitiva, es por ello que se sigue considerando “Anónimo” en buena parte de la literatura…