La quinta suburbana de La Florida se encontraba al noroeste, extramuros de la Villa de Madrid y a orillas del río Manzanares. Enfrente de ella era visible la Casa de Campo, una de las villas suburbanas propiedad de los reyes de España. Aunque sus terrenos estaban muy próximos al Alcázar de Madrid, les separaba una hondonada por donde discurría el arroyo de Leganitos. Lo escarpado del terreno motivó que esta parte de la Villa estuviera prácticamente sin urbanizar hasta bien entrado el siglo XVII.
La propiedad de La Florida perteneció en sus orígenes al marqués de Auñón hasta que en 1613, para pagar las deudas dejadas a su muerte, fue vendida al cardenal arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Sandoval y Rojas[1]. Tan sólo tres años después de adquirir la finca el cardenal la traspasaba en 1617 al duque de Lerma, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, para que este la aplicase a cualquier obra pía que fuese de su voluntad. Del aspecto de los terrenos y de la casa en estos años nos da noticia el plano de Antonio Mancelli realizado hacia 1622 e impreso por Frederick de Witt. En éste se ve cómo toda la finca estaba cercada y la mayor parte de los terrenos estaban dedicados a huertas.
El duque de Lerma cedió en 1624 los terrenos a la Compañía de Jesús, quienes en 1625 los vendieron por 16.700 ducados al obispo de Badajoz, Gabriel de Ortiz y Sotomayor[2]. Con una enorme rapidez se sucedían los cambios de manos de la propiedad y así en 1638 nuevamente se producía su transmisión, siendo adquirida en esta ocasión por el marqués de Camarasa, don Manuel de los Cobos y Luna, adelantado mayor del reino de Galicia. Tras la muerte del marqués, en enero de 1646, dejará la propiedad en herencia al convento del Ángel de Granada perteneciente a la orden descalza de San Francisco, donde su hija María de las Llagas era madre abadesa. Tan sólo unos meses después, en septiembre de ese año enajenaron la finca por 14.000 ducados a favor de Francisco de Moura y Corte Real[3], conde de Lumiares, que al ser el primogénito del marqués de Castel Rodrigo heredó el título de su padre a la muerte de éste en 1651.
Francisco de Moura, siendo ya marqués, incrementará en mucho los terrenos que pertenecían a la finca adhiriendo a ésta algunas de las propiedades que colindaban con ella. Así, incorporó la huerta de la Salceda o Buitrera, la de la marquesa de Villahermosa, la huerta de Muriel, la de Valdemoro y Pazaya, la de Juana de la Espada, la de las minas y la de Marcos Sabugal. La incorporación de algunos de esos terrenos ya es visible en el Plano de Texeira de 1656 en donde vemos que la tapia de la finca se había ampliado llegando próxima al puente de Leganitos. Don Francisco consiguió adquirir prácticamente la totalidad de la colina que iba de los límites del camino real de El Pardo hasta el paseo del llamado Prado Nuevo, junto al Manzanares, convirtiendo la primitiva heredad en una magnífica posesión que se calculaba poseía más de seis millones de pies[4].
La decisión de Francisco de Moura de construir una casa de campo a las afueras de Madrid se debía al deseo del marqués de tener un magnífico palacio con grandes jardines para poder llevar a cabo fiestas y recepciones a la altura de una familia destacada como la suya. Su ubicación próxima al Manzanares cumplía con las recomendaciones del arquitecto italiano Andrea Palladio que en sus Cuatro libros de arquitectura recomendaba que «Si se puede edificar cerca del río, será algo muy cómodo y bello, porque las cosechas en todo tiempo con poco gasto se podrán llevar a la ciudad en barcas, y servirá para usos de la casa y de los animales, además que aportará mucho frescor en verano y hará bellísima vista; y con gran utilidad y ornamento se podrán regar las posesiones, los jardines y las huertas que son el alma y la alegría del campo»[5].
La estructura que se dará al palacio bebía claramente asimismo de las villas suburbanas italianas. De hecho, el profesor García Cueto cree que se inspiró en la villa Aldobrandini en Frascati[6], la cual don Manuel de Maura visitó en varias ocasiones durante su embajada en Roma, aunque ésta poseía un núcleo habitacional más extendido en altura que en anchura. La Florida tenía una planta cuadrada y una galería que prolongaba el palacio y que se abría hacia los jardines, tanto delanteros como traseros, y los convertía en los verdaderos protagonistas del conjunto.
El palacio estaba compuesto por un pabellón central, donde se encontraba la galería con las obras artísticas más importantes de los Castel Rodrigo, entre las que se encontraban pinturas flamencas, españolas, italianas, portuguesas y donde algunas eran copias de conocidos cuadros de las colecciones reales. A la derecha del pabellón central había un módulo cuadrado, con un patio en el centro denominado “de columnas”, y a la izquierda un ala, de igual tamaño que el cuerpo cuadrado de la derecha, ideada para poder acceder con el coche de caballos hasta el nivel principal del palacio sin tener que subir escaleras, ya que se encontraba en una parte del terreno ligeramente más elevada.
Pese a estar sin terminar a mediados del siglo XVII varios viajeros describieron La Florida en época del III marqués de Castel Rodrigo y lo elogiaron vivamente. Ese es el caso, por ejemplo, de Lorenzo Magalotti, cronista del viaje que Cosme III de Médici realizó a España y que hacia 1668 relataba así el edificio:
«La Florida es un edificio muy cómodo de dos pisos, adornados con algunos cuadros venidos de Flandes para el marqués de Castel Rodrigo. Delante tiene un prado, y en medio una fuente de mármol blanco, que es una gran pila angular, con una taza sostenida por tres figuras dentro. A un lado y otro de la casa hay dos pequeñísimos jardincillos que llegan hasta el prado, y debajo de éste igualmente hay otro jardincillo rodeado por un emparrado bello y grande con dos tazas de piedra que echan agua. En la puerta que mira al río hay otra fuente. Arriba, más cerca de la casa, hay un gran cuadro, en torno al cual han construido recientemente un muro, destinado a plantar en él ciertas flores traídas de Flandes, de donde habían venido también los jardineros»[7].
El conde Fernando Bonaventura de Harrach, embajador imperial en la corte de Madrid, también visitará el Palacio de La Florida en dos ocasiones y lo reflejará en su Diario de viaje por España. La primera de las veces fue el 7 de febrero de 1674 y en su diario dejó escrito:
«Esta tarde he visitado al marqués de Castel Rodrigo en La Florida. Aún trabajaba en la casa y en el jardín, que son muy hermosos y aquella está muy bien amueblada; tiene cinco o seis cuartos contiguos adornados con tapices flamencos y cuadros. Al final, una alcoba con dos gabinetes dispuestos de manera que se ven cuatro grandes puertas nobles provistas de cristales venecianos y grandes marcos de talla. En estos cuartos hay cuadros flamencos con marcos dorados, mesas de mármol con patas talladas y doradas y unos moros de madera dorada y plateada que sostiene tazas de plata; también hay allí sillones y cortinas de terciopelo rojo con franjas de seda y oro. Desde esta habitación se descubre todavía una gran fila de cuartos, en los que no quise entrar.
[…] Este jardín y esta casa se hallan a orillas del Manzanares, de manera que, en verano, el marqués puede ver desde sus habitaciones todo el paseo. Se dice que aquí el aire es muy malsano, lo que debe influir en el marqués, pues siempre está enfermo»[8].
A la muerte del III marqués, el 21 de noviembre de 1675, las obras no estaban finalizadas. Éste dejó como heredera de La Florida a su primogénita, Leonor de Moura y Corte Real, que pasaba a poseer el título de marquesa de Castel Rodrigo y el palacio se vinculaba de forma indivisible al mayorazgo por voluntad de don Francisco. A partir de 1679, tras el segundo de matrimonio de Leonor con Carlos Homodei, el palacio será ocupado nuevamente y se reiniciarán las obras para su finalización.
De esa vuelta a la vida del palacio nos da cuenta la condesa D’Aulnoy que supuestamente hacia 1679 visitaría La Florida y la describirá en su Relación del viaje de España:
«La Florida es una residencia muy agradable, cuyos jardines me han gustado mucho; vi en ellos estatuas de Italia, esculpidas por los mejores maestros; aguas fluyentes, que producen agradable murmullo; flores hermosas, cuyo aroma seduce a los sentidos, pues allí se cultivan con esmero las más raras y olorosas. Desde La Florida puede bajarse al Prado Nuevo, donde hay surtidores y árboles muy altos. Es un paseo muy agradable, y aunque el terreno no es llano, la cuesta se ha tan dulce que no produce ningún cansancio»[9].
A la muerte de Leonor de Moura el 28 de noviembre de 1706 su hermana Juana, quien se había casado con el príncipe Pío de Saboya, heredó el título que cedió a su hijo Francisco Pío de Saboya quien pasó a ser VI marqués Castel Rodrigo, y por tanto se hizo también con la Quinta de La Florida que pasará a pertenecerle. A partir de este momento los terrenos de La Florida pasaron a denominarse Montaña del Príncipe Pío, en honor a su nuevo propietario.
Tras la muerte por accidente, el 15 de septiembre de 1723, de Francisco Pío de Saboya[10] el título de VII marqués de Castel Rodrigo recaerá en su hijo mayor Gisberto Pío de Saboya. Éste fallecerá en 1776 sin descendencia y su hermana, doña Isabel María Pío de Saboya Espínola de la Cerda pasará a ser la VIII duquesa.
Doña Isabel, la hermana de Gisberto, residía en Alicante desde 1747 y por lo tanto desconocía el estado en el que se encontraban las propiedades, que había disfrutado su hermano, pertenecientes al mayorazgo. Entre diciembre de 1776 y septiembre de 1777 a petición de la nueva marquesa diversos peritos revisarán y harán una estimación del coste de los arreglos que necesitaba La Florida. Estos informes concluyeron que «en los más de cincuenta años transcurridos desde que Gisberto tomó posesión de ellos hasta su muerte, no se había acometido obra de mantenimiento alguna o efectuado el más mínimo arreglo que permitiera prolongar su disfrute e impidiera su ruina»[11]. Asimismo, los bienes muebles: pinturas, esculturas, tapices y muebles, vinculados a La Florida habían sufrido un importante deterioro por la falta de cuidados. En 1778 se decidió realizar pública almoneda de los bienes existentes adquiriendo algunos de ellos el infante don Gabriel, el príncipe de Asturias, o la Academia de Bellas Artes de San Fernando, como es el caso del cuadro de Susana y los Viejos de Rubens o un conjunto de bodegones de caza entre los que destaca el Frutero y caza muerta de Adrian van Utrecht.
En 1786 y 1788 la VIII duquesa vendió al rey Carlos IV parte de los terrenos de la Montaña del Príncipe Pío, que correspondían con los de la bajada de la Puerta de San Vicente y unas casas y tierras en el barrio de Leganitos, para que el soberano pudiera construir el Real Convento de San Pedro de Alcántara, el cual no llegó a llevarse a cabo. Finalmente, el 7 de julio de 1792 vendía al monarca, por un montante de 1.900.000 reales[12], la posesión de La Florida, que a partir de ahora se denominará Real Sitio de la Florida, que lindaba «por una parte con jardín y huerta de la casa principal del Mayorazgo de Castel Rodrigo, que posee la señora otorgante, por otra con casa del Duque de Liria, Calle San Bernardino, por otra con el camino y cuesta de Arineros, por otra con casa y huertas que llaman del Platero, antes de los Regulares Expulsos, por otra con el río Manzanares, Ermita de San Antonio de la Florida y Puerta de San Vicente, camino del Pardo en medio, por otra con posesión de S.M. que antes fue del mismo heredamiento y por otra con la casa y huerta del Duque de Osuna»[13].
En el Plan general que muestra el terreno que compró el rey a la marquesa de Castel Rodrigo… levantado por José y Manuel de la Ballina en 1792 puede observarse con mayor precisión la disposición del palacio y los jardines, así como la pérdida de crujías que había sufrido el edificio por el deterioro.
Una vez adquirida la posesión por el monarca éste añadirá la huerta de La Moncloa, también situada en el camino a El Pardo, y otras tierras, creando una inmensa heredad. Además, el rey encargó al arquitecto Felipe Fontana la reconstrucción total del palacio y la inclusión de algunos elementos más como una ermita dedica a San Antonio, único edificio del conjunto que ha llegado a nuestros días. Las obras se llevaron a cabo entre 1793 y 1796 y Madoz nos dice que el nuevo Palacio «ocupaba una parte dominante del terreno; su planta de figura rectángulo, tuvo 117 pies de longitud por seis y medio de costados, componiendo su superficie el total de 7.078 pies y medio cuadrados. La fachada y entrada principal se encuentra mirando al Sur. Su construcción es mampostería el cimiento y zócalo con un clapeado de losa blanca por el exterior, y lo restantes, hasta la altura, de fábrica de ladrillo; consta de planta baja, principal y boardillas. Además, tiene un pretil todo alrededor por la parte de O. y N. con un sótano donde se fabrican las mantequillas para SS.MM y AA»[14].
Fernando VII cederá en usufructo a su hermano, el infante D. Francisco de Paula, el Real Sitio de La Florida, «quien convirtió aquel sitio, abandonado e incluso durante la invasión francesa, en precioso parque, huertas y jardines que franqueaba al público»[15]. Sin embargo, ya a medidos del siglo XIX, Isabel II proyectó urbanizar los terrenos de la Montaña del Príncipe Pío para crear un barrio para la nobleza y burguesía en torno al Palacio Real. Tras importantes desmontes, debido a lo escarpado del terreno, se crearon las primeras diez calles del barrio de Argüelles, entre las que se encontraban las de Ferraz, Princesa, Quintana y Ventura Rodríguez, y a partir de 1859 comenzaron a venderse solares. En 1860 en la cima de la colina se levantó el Cuartel de la Montaña, derribado tras la Guerra Civil y que posteriormente pasará a acoger el Templo de Debob. Tras “la Gloriosa”, en 1868, lo que quedaba de la Florida pasó a manos del Estado y en 1906 el alcalde de Madrid, Alberto Aguilera, solicitó unos terrenos en la ladera para la creación del llamado Parque del Oeste. De esta forma lo que un día fue una inmensa heredad con un palacio y extensos jardines perdió para siempre la huella de su pasado quedando tan sólo el nombre de Montaña del Príncipe Pío como un recuerdo disgregado de lo que fue.
NOTAS
[1] Fernández Talaya, María Teresa, El Real Sitio de La Florida y La Moncloa, Madrid, 1999, p. 49.
[2] Ibidem, p. 52.
[3] Ibidem, p. 53.
[4] Tovar Martín, Virginia, «Diseños de Felipe Fontana para una Villa madrileña del barroco tardío”, Villa de Madrid, 78 (1983), p. 31.
[5] Palladio, Andrea, Los Cuatro libros de arquitectura. Madrid, Akal, 2008, p. 202.
[6] García Cueto, David, «Servicio regio y estrategia familiar: los marqueses de Castel Rodrigo y la importación del gusto romano en Lisboa y Madrid durante el siglo XVII», Portuguese Studies Review, 22 (1) (2014), pp. 156-157.
[7] Magalotti, Lorenzo, Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-1669), edición y notas de David Fermosel Jiménez y de José María Sánchez Molledo. Madrid, Miraguano Ediciones, 2018, pp. 142-143.
[8] Checa Cremades, José Luis, Madrid en la prosa de viaje I (siglos XV, XVI, XVIII), Madrid, 1992, p. 199.
[9] Ibidem, pp. 200-201.
[10] Será arroyado por las aguas en Madrid durante una enorme tempestad tal y como cuenta la Gaceta de Madrid, 21 de septiembre de 1723, nº 38, p. 152.
[11] Die Maculet, Rosario, «Lejos de la Corte. El “destierro alicantino de la princesa Pío en la segunda mitad del siglo XVIII», Revista de Historia Moderna, 30 (2012), p. 84.
[12] Ibidem, p. 85.
[13] Fernández Talaya 1999, pp. 59-60.
[14] Tovar Martín 1983, p. 37.
[15] Ezquerra del Bayo, Joaquín, «Casa de Campo y heredamiento de la Florida y Montaña del Príncipe Pío», Revista de la biblioteca, archivo y museo, 10 (1926), p. 188.