En ocasiones el paso del tiempo y las vicisitudes por las que las obras de arte pasan las dejan tan dañadas que se convierten en algo irreconocible. Hace ya algún algunos años escribimos un post en el que os mostrabamos como el cuadro de San Fernando ante la Virgen, pintado por Luca Giordano para el Real Hospicio de San Fernando se había considerado como perdido y sustituido por una obra posterior. Sin embargo, el cuadro de Giordano continuó presidiendo la capilla, del ahora Museo de Historia de Madrid, pero tan transformado por los repintes que resultaba irreconocible (aquí). Pues bien, un caso semejante a éste sucedió recientemente con una obra de Peter Paul Rubens, cuya historia vamos a contar.
Amberes, una de las principales ciudades y más prósperas de Flandes, sufrió terriblemente con la furia iconoclasta de 1566. Turbas furiosas, impulsadas por una doctrina calvinista extrema que condenaba todo el arte religioso en las iglesias, y alimentadas por la ira contra el cruel gobierno de la monarquía española en los Países Bajos, irrumpieron en las iglesias derrumbando estatuas, rompiendo vidrieras e incendiando pinturas. En 1581, los cristianos calvinistas se apoderaron de todas las iglesias católicas y las purificaron de la “idolatría”. Sin embargo, una vez que Amberes volvió a ser una ciudad católica, se reconstruyó y la recién fundada iglesia jesuita de San Ignacio, apodada el “Templo de mármol”, se convirtió en la joya de la corona del lugar.
Entre 1616 y 1620 Rubens fue contratado para diseñar toda la iglesia, incluido un altar mayor que era una maravilla técnica ya que un sistema de ganchos y poleas, todavía existente, permitía bajar un cuadro y subir otro en su lugar, logrando mostrar cuatro retablos diferentes, a juego con los tiempos litúrgicos. Junto al diseño y ejecución del altar mayor, se cree que Rubens también intervino en la fachada del templo, asi como en varias capillas y en la realización de 39 pinturas de techo para las cuales contó con la colaboración del por entonces su alumno más talentoso Anthony van Dyck.
Asimismo, Rubens recibió el encargo de pintar uno de los retablos laterales del templo, el derecho, dedicado a San José, en el que se debía representar El regreso de la Sagrada Familia de Egipto. El cuadro fue encargado directamente a Rubens y donado por Nicolaas II Rockox, el rico alcalde de Amberes en ese momento. Para su adaptación al marco, que se diseñó en 1624, el cuadro tuvo que ser adaptado en su parte superior. Aunque figura sin el recorte escalonado en el grabado que Schelte a Bolswert (1586-1659) realizó del cuadro, recogiendo con bastante exactitud el resto de detalles de la obra, como solía hacer de todas las obras de entidad realizadas por Rubens y Van Dyck.
La iglesia permaneció en ese estado hasta que en 1718, el fuego la arrasó y destruyó las 39 pequeñas imágenes de la Biblia que Rubens había pintado en los pasillos laterales y las galerías. No obstante, al incendio sobrevivió el altar mayor y el lateral con El regreso de la Sagrada Familia de Egipto, aunque éste seguramente fue dañado por la llamas.
En 1773 un nuevo infortunió sacudía la que un día había sido la iglesia más impresionante de Amberes. El Papa Clemente XIV suprimió la orden de los jesuitas, el nombre de la iglesia fue cambiado a San Carlos Borromeo y sus bienes fueron confiscados. En ese momento se despojó al templo de algunas de sus obras más importantes. Los monarcas Habsburgo se llevaron dos de los grandes cuadros que componían el retablo a Viena, permaneciendo en la actualidad en el Kunsthistorisches Museum. Mientras que El regreso de la Sagrada Familia de Egipto fue subastado el 20 de mayo de 1777, pasando a pertenecer a una colección privada.
A partir de entonces, el cuadro cambiará varias veces más de manos, siendo subastado nuevamente en 1829 dentro de la colección Dannoot en Bruselas y tan sólo un año más tarde reaparecerá y será vendido en Londres por los comerciantes de arte Buchanan. Durante alguno de estos cambios de manos, la pintura fue intervenida y se modificó su remate, volviendo la obra rectangular. Finalmente, en 1871 el cuadro fue adquirido por el recien creado museo Metropolitan de Nueva York, que por entonces poseía una colección muy modesta, para convertirse en una de sus piezas señeras. El que debería haber sido el último destino de la obra, finalmente no lo fue. El estado de conservación de la pintura no era bueno. La mala conservación a lo largo de los años había resultado en restauraciones no muy exitosas. Una primera había sido demasiado drástica, al transferir la obra pintada sobre paneles de madera a un lienzo raspando la base de madera, un procedimiento no infrecuente en ese momento. Entre los años 1883 y 1906 volvio a ser intervenida en varias ocasiones, siendo repintada en exceso, perdiendo la frescura del original y enmascarando por completo la obra original de Rubens. Esto llevó a que la pintura, que había quedado almacenada durante la II Guerra Mundial, nunca abandonase ya los depósitos de la institución y que pasado el tiempo se considerase que no era un original de Rubens, sino una obra de su escuela o taller (así figura por ejemplo en el volúmen del Corpus Rubenianum dedicado a los Santos, s. 100). Es así como en 1980 el museo, en una de esas “limpiezas” de almacen que hacen cada cierto tiempo para deshacerse de obras que consideran menores y hacer caja para adquirir otras más interesantes, dedicidió subastar la pintura, la cual salió en la venta que Christie’s realizó en Nueva York el 5 de junio de ese año (lote 135) como escuela de Rubens.
Tras la venta la obra pasó nuevamente a manos privadas hasta que el 19 de noviembre de 2011 se subastó en Colonia por la casa Lempertz (lote 987). Aunque en la catalogación aparecía como Estudio de Rubens, lo cierto es que contaba con la certificación de cuatro estudiosos que avalaban la participación de Rubens en la obra, aunque tres de ellos consideraban que también había presencia de su taller. Es en ese momento cuando la Sociedad Eclesiastica de Amberes vió la pieza en subasta y se hizo con ella por un montante de 181.500€. Entró en escena entonces el Rubenianum, el instituto de Amberes que se encarga del estudio de la obra de Rubens en profundidad, y tras la evaluación de la pieza determinaron que era la genuina del maestro. A la certificación siguió un largo de proceso en el Kik-Irpa, el instituto del Patrimonio Belga, que es una mezcla de nuestro CSIC y el IPCE, en donde se restauró la obra. A través de las fotografías que tienen en su amplia y documentada base de datos online, que contiene más de 750.000 fotos que se pueden descargar gratuitamente (aquí), se observa a la perfección los repintes que desvirtuaban las figuras y enmascaraban las formas y colorido originales de Rubens.
Finalmente la obra fue devuelta a su emplazamiento original en 2017, volviendo a formar parte del altar dedicado a San José en la Iglesia de los Jesuitas, ahora denominada de San Carlos Borromeo, de Amberes. Rubens no había sólo vuelto a casa, sino que había vuelto a ser Rubens*.
* Quiero dedicar este post a mi amigo Eduardo Lamas-Delgado, quien tuvo la paciencia de enseñarnos con mimo la ciudad de Amberes y el fantástico Kik-Irpa, institución ejemplar para la que trabaja.
!!Enhorabuena Gloria!! Magnifico Post sobre la historia de la pintura y la importancia de “saber ver” (saper vedere) como ya preconizaba Leonardo. ¡Cuantas obras habrá por descubrir en los almacenes de los museos! ¡Animo a todos aquellos jóvenes historiadores del arte que acaban de salir de las universidades! Aún hay mucho por estudiar.
Gracias Ana!! Pues si, hasta de los más grandes hay obras “enmascaradas” esperando a ser estudiadas, restauradas y analizadas. Nuestro campo es enorme y todavía lleno de sorpresas tan bonitas como la del cuadro de Amberes.
Enhorabuena!! Una historia extraordinaria con final feliz
Gracias por traerla.
Efectivamente, ya tenemos bastantes historias que no terminan bien. Saber que todavía quedan tesoros por redescubrir es una noticia fenomenal. Gracias Eduardo!!