¿Hay algo más verosímil que un retrato? En principio la respuesta parecería obvia, todos entendemos que el retrato es una efigie o representación de una persona usando los medios disponibles en cada época. Aunque el retrato existe desde los orígenes casi del arte, se entiende que es en el Renacimiento cuando este género toma autonomía y llega a su máximo esplendor. Tal es así que incluso algunos humanistas, como Pietro Aretino, se quejaban de que cualquiera puede ser retratado, hasta un sastre.
Si el retrato es concebido como una efigie o representación verosímil y semejante de un individuo, entenderíamos que sean tomadas como eso: como veras efigies. Pero cuando el retrato además debe de trasmitir el ideal del gobernante, hay que conciliar verosimilitud con el ideal que debe trasmitir la esencia del poder. De tal forma que, en los retratos de Estado, no sólo se aceptaba la “dissimulatio”, sino que era más importante la idea de decoro, de adecuación de la imagen del poder, que la propia idea de realismo o de cercanía con el modelo real.
En esa configuración del retrato áulico, tendrán un papel importantísimo la corte de los Habsburgo y los pintores que trabajarán para ellos, pero especialmente el veneciano Tiziano Vecellio (ca. 1490 – 1576) y los retratos que realizó para Carlos V y su familia.
El retrato del emperador Carlos V
El primer ejemplo donde podemos ver cómo Tiziano sabe emplear los recursos de su arte, para hacer una “dissimulatio”, que finalmente acabó por construir la imagen colectiva que tenemos de un personaje histórico, es el retrato de Carlos V con un perro de 1533 (Museo del Prado, cat. P000409). En este retrato, realizado en Bolonia, Tiziano toma un modelo ya creado, el retrato de mismo nombre y apariencia realizado un año antes por el pintor Jacob Seisenegger (1505 – 1567) y que se conserva en Viena (Kunsthistoriches Museum, Gemäldegalerie, inv. A114). Aunque en un primer vistazo rápido nos parezca el mismo cuadro, Seisenegger ha hecho un retrato minucioso, con gran lujo de detalles, propio de la tradición centroeuropea. No ha disimulado el prognatismo del emperador ni su constitución física y en cambio se ha recreado en el lujo de las vestiduras y en las calidades de las telas de seda y sus brillos, así como en dejarnos evidencias de que el animal que acompaña al emperador es una perra de raza inglesa. Mientras que Tiziano ha estilizado el tronco, variando el tamaño de la pelliza de pieles respecto al jubón, ha cambiado el punto del horizonte, para resaltar la figura, y ha oscurecido el fondo, recurso éste que será de gran trascendencia en los retratos áulicos. Además, ha cambiado el rostro del emperador puesto que le ha levantado los párpados, ha disimulado su prognatismo y ha cambiado sutilmente el perfil de la nariz. Evidentemente la imagen de Tiziano será más apreciada por el emperador para difundir su imagen y será esta nueva fisonomía la que se popularice para las representaciones del mismo.
Lo más llamativo a ojos de la mentalidad actual, es que Tiziano no hiciera un retrato original, sino que copiara uno hecho por otro pintor de calidad inferior, lo que ha llevado a los especialistas a intentar justificar este hecho de varias maneras, pero ni la documentación ni los análisis técnicos avalan otra hipótesis. Tiziano recibió por este retrato la espléndida cantidad de 500 ducados.
El retrato de la emperatriz Isabel de Portugal
Más curiosa, si cabe, es la historia del retrato de la emperatriz Isabel de Portugal, de la que carecemos de retratos que hayan podido ser identificados satisfactoriamente anteriores a los que hiciera Tiziano. El principal problema para el retrato de la emperatriz es la prematura muerte de ésta en 1539. Carlos no tenía ninguna efigie suya y concibe la idea de que Tiziano le pinte una, si consigue un modelo para que el veneciano haga la composición del rostro. María de Hungría, hermana de Carlos, le mandó una que a Carlos le desagradó por la falta de parecido con la emperatriz. En 1543 le hace llegar a Tiziano un pequeño retrato para que sirva de modelo. Se ha querido identificar con la pintura de William Scrots (Poznan, Museo Nacional).
En 1544 el amigo de Tiziano, el humanista Pietro Aretino escribía al emperador describiendo el primer retrato que Tiziano realizó de la emperatriz Isabel de Portugal, en la que ésta iba vestida de negro:
<<A la Majestad Cesárea:
Por habérmelo impuesto la suprema humanidad Cesárea, he solicitado con tanta insistencia el espléndido retrato de Isabel (de vos diva consorte y de vuestro gran mundo emperadora), quien fue admirable en vida y ahora venerada en la memoria, que Tiziano, pintor único, lo presenta con la perfección de su acabado con tan solemne gloria de alabanzas que parece enmendarse el accidente que os la robó de repente. De ella viva disfrutaba solamente la tierra, mientras que ahora que ha muerto, disfrutan de ella la tierra y el cielo, puesto que el milagroso estilo de dicho hombre […] la ha resucitado de tal modo con el aliento de los colores, que a una la tiene Dios y a la otra Carlos. Es realmente sublime, es realmente digno de intelecto, el cual, con una fuerza de sombra y luces nunca vista, además de haber dado el movimiento de los sentidos a la bendecida figura (como testimonia lo veraz del gesto, pues puede decirse que con él respire tan bella efigie), le ha puesto tan vivamente el oro en sus cabellos, la serenidad en su frente, el esplendor en los ojos, la hermosura en el aspecto, la gracia en el semblante y la honestidad en el rostro que es casi igual a aquella que solía deleitarnos en el dulce estado de su vital excelencia>>.
Pietro Aretino a la Majestad Cesárea (Carlos V), Venecia, octubre de 1544((Checa Cremades, Fernando (ed.) Natura Potentior Ars. Tiziano en sus primeras fuentes, Madrid, Akal, 2015, p. 127.)).
La descripción de Aretino es muy interesante, pues habla del parecido con la difunta emperatriz. Tiziano mandó el retrato al emperador junto con esta carta:
<<Sagradísima Cesárea Majestad:
He entregado al señor don Diego de Mendoza los dos retratos de la Serenísima Emperatriz, en los cuales he empleado toda la diligencia que me ha sido posible. Habría querido llevarlos personalmente si la longitud del viaje y mi edad me lo permitieran. Ruego a Vuestra Majestad que me mande comunicar sus fallos o carencias, volviéndomelos a enviar para que los enmiende. Y no consienta Vuestra Majestad que otro ponga las manos sobre ellos. Por lo demás, me remito a lo que diga el señor don Diego sobre mis asuntos y, besando con reverencia los pies y la mano de la Majestad Vuestra, a su buena gracia me encomiendo humildemente.
Venecia, 5 de octubre de 1545.
Humildísimo y perpetuo siervo de la majestad Vuestra
Tiziano>>((Checa Cremades, Fernando (ed.) Natura Potentior Ars. Tiziano en sus primeras fuentes, Madrid, Akal, 2015, pp. 183-184.)).
Carlos llevó el retrato a Augsburgo en 1547 para que Tiziano lo retocase, pues aunque se había ajustado al modelo propuesto, el emperador consideraba que le había pintado una nariz excesivamente aguileña y prefería que la cambiara por una nariz recta. Otra vez vemos como prima la corrección frente a la verosimilitud. De este retrato salen las otras versiones que hizo Tiziano de la emperatriz, el retrato con vestido rojo (Museo del Prado, cat. P000415) y el retrato doble del emperador e Isabel, que conocemos por una copia de Rubens que se conserva en la fundación Casa de Alba. El primer retrato, el del vestido negro, se quemó en el incendio del palacio del Pardo de 1604, aunque sabemos como era gracias a una estampa de Pieter de Jode; mientras que el que se conserva en el Prado, es en el que Tiziano incluyó la corrección de la nariz, por lo que no podemos comprobar el pentimento.
Carlos no buscaba una imagen verosímil o fidedigna de su esposa, sino una imagen para su memoria, y Tiziano había hecho con la nariz de Isabel lo mismo que antes había hecho con el prognatismo del propio emperador, dar una imagen reconocible, pero también atemporal. Había creado una hermosa mentira que finalmente acabó siendo la imagen que reconocemos colectivamente de la familia imperial.
BIBLIOGRAFÍA
Falomir, Miguel (ed.): Tiziano (cat. de la exposción). Museo del Prado. Madrid. 2003.
Falomir, Miguel (ed.): El retrato del Renacimiento (cat. de la exposción). Museo del Prado. Madrid. 2008.
Muy interesante, en la copia de Rubens la composición es bastante curiosa por la fusión (aparente) entre el retrato de Carlos V (referenciado en base a otra obra) y la versión de Isabel. Gracias por la entrada!