Cualquiera que haya estado en Florencia se ha dado cuenta de que es una ciudad espectacular. Mucho mérito (o mucha culpa) de su apariencia se debe a las familias ricas del Renacimiento. Las instituciones públicas primero, y las familias adineradas después, se gastaron grandes cantidades, excesivas en muchos casos, en reconstruir y decorar iglesias y construir sus propios palacios familiares. El objetivo era, según ellos, mejorar la apariencia de la ciudad, así como sus edificios. Un fin muy noble sino fuera porque en realidad, como veremos, todo era una manera de lograr prestigio social. Para entender todo este gasto en arte y arquitectura que se dio sobre todo en el siglo XV, se hace casi imprescindible conocer la llamada teoría de la magnificencia.
Aristóteles ya habló de esta teoría en su Ética a Nicómaco, en la que describía la magnificencia como «propia de gastos honrosos (…) y de los que se refieren al interés público»[1]. Porque, claro, «el espléndido no gasta para sí mismo, sino en interés público»[2]. Siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino volvió a tratar el tema, afirmando que «corresponde a la magnificencia hacer grandes dispendios para hacer convenientemente una obra grande»[3]. Y ya en la propia Florencia renacentista, fue Leon Battista Alberti quien afirmaba que «la magnificencia es la expresión material del esplendor del Estado, propiedad esencial de la majestad, virtud principesca y puesto que estamos de acuerdo que se debe legar a la posteridad fama de prudentes y de poderosos -y por esta razón decía Tucídides construimos grandes edificios para parecer grandes a ojos de las generaciones venideras-; puesto que, asimismo, adornamos nuestros edificios para honrar a nuestra patria y a nuestra familia en no menor medida que por magnificencia»[4].
Sin embargo, aunque a lo largo del siglo XIV aún se arrastraban ideas medievales que intentaban evitar un gasto ostentoso de forma privada, éstas empezaron a cambiar. En palabras de Richard Goldthwaite, la actitud pasó entonces de «no gastes» a «no gastes más de lo que te puedas permitir»[5]. De manera que, ya durante el siglo XV, las familias ricas, siempre dispuestas a invertir en su mejora social, empezaron a gastar el dinero en reconstruir y mejorar edificios religiosos como una forma de honrrar a Dios, y así, de paso se ganaban el favor de la Iglesia. Además, mejoraban una parte muy importante para la sociedad en general, como eran los edificios de culto, y así el pueblo vería que realmente estaba haciendo un bien social que beneficiaría a todos. Esta idea la ilustran muy bien las imágenes en las que aparecen los donantes representados dentro de la propia obra, como la Trinidad de Masaccio en Santa María Novella, donde los vemos arrodillados bajo la escena de la crucifixión, cada uno a un lado.
Como era de imaginar, esta inversión no era altruista, y mucho menos anónima. Era necesario, casi obligatorio, que toda la ciudad supiera quién había financiado la obra, de manera que después se le podría agradecer su labor y así crear (y mantener) una imagen de ciudadano ejemplar. Cuanto más gastaban, más se beneficiaban políticamente, y más prestigio social conseguían. Por esta razón hoy vemos, por ejemplo, la inscripción IOHA[N]ES ORICELLARIUS PAV[LI] F[ILIUS] AN[NO] SAL[VTIS] MCCCLXX en la nueva fachada de la iglesia de Santa María Novella que hace referencia a Giovanni Rucellai, la persona que puso el dinero para renovar la fachada. Porque si la gente no lo sabía no tenía sentido hacerlo. La necesidad de vanagloriarse, lo que ahora llamamos postureo, es algo que existe desde hace mucho.
Pero, aunque la teoría de la magnificencia normalmente se utilice para tratar los temas relativos al mecenazgo proveniente de manos privadas, también podría ayudarnos a entender muchas cosas que sucedían en el ámbito público. Las instituciones públicas también hacían grandes gastos en espectaculares obras de arte, demostrando así su poder ante otras instituciones y el pueblo en general.
Un buen ejemplo de ello son los gremios. Éstos eran organizaciones de comerciantes y banqueros, divididas en los llamados Siete gremios Mayores (Arte di Calimala, importación y exportación de textiles; Arte del Cambio, banqueros y cambio de moneda; Arte della Lana, manufactura de la lana; Por Santa Maria, vendedores de telas, ubicados en la calle del mismo nombre; Vaiai e Pellicciai, peleteros; Medici e Speziali, médicos y boticarios; y Giudici e Notai, jueces y notarios) y los Catorce gremios Menores (Maestri di Pietra e Legname, trabajadores de la construcción; Beccai, carniceros; Calzolai, zapateros; Fabbri, herreros; Linaioli e Regattieri, trabajadores del lino y distribuidores de bienes de segunda mano; Vinattieri, vendedores de vino; Albergatori, posaderos; Cuoiai e Galigai, curtidores; Corazzai e Spadai, armeros; Chiavaiuioli, cerrajeros y fabricantes de herramientas; Legnaioli, carpinteros; Fornai, panaderos; Correggiai, fabricantes de correas y cinturones; y Oliantoli, vendedores de aceite)[6]. Dentro de estos gremios, existía una rivalidad muy evidente entre algunos de ellos, ya que, aunque todos ocupaban los sillones del gobierno local, eran los gremios mayores los que realmente representaban la riqueza de la ciudad. De hecho, estas organizaciones fueron las precursoras de lo que luego sería el boom del mecenazgo artístico en Florencia, fundamentalmente porque la Signoria había delegado en ellas la responsabilidad de ocuparse de ciertos edificios. Así, por ejemplo, el Arte della Lana se ocupaba de la catedral o el Arte di Calimala del baptisterio. Pero el verdadero precedente fue el caso del Arte della Seta, responsable de Orsanmichele, una iglesia construida a finales del siglo XIV sobre el huerto del anterior monasterio de San Miguel (de ahí el nombre Or San Michele). En esta iglesia, utilizada por los gremios más importantes, se llevó a cabo un proyecto inmenso que consistía en decorar toda la fachada con esculturas dentro de tabernáculos, entre las que podemos encontrar el San Juan Bautista de Ghiberti (1416), el San Jorge de Donatello (1417) o la célebre Duda de Santo Tomás de Verrocchio (1483). Porque, aunque la actividad de los gremios no necesite realmente de una explicación basada en la teoría de la magnificencia, sí es importante entender que fueron los precursores de lo que luego querrían hacer las familias ricas, y que de hecho hicieron: utilizar el arte como herramienta política con la cual, además, adquirir prestigio social.
Precisamente, el papel de las organizaciones gremiales como mecenas de las artes sólo se vio eclipsado cuando los mecenas individuales empezaron a hacer gasto, ya que, a medida que el siglo avanzaba, las ideas cambiaban y ese gasto privado, antes considerado indecoroso, dejó de ser un inconveniente. De modo que se pasó de invertir en edificios religiosos (los Medici en las iglesias de San Lorenzo y San Marcos, los Rucellai, Tornabuoni y los Strozzi en Santa Maria Novella…) a hacerlo también en otros privados. Al fin y al cabo, también se mejoraba la imagen de la ciudad. Además, como decía Leon Battista Alberti: «la magnificencia de un edificio debe adaptarse a la dignidad del propietario»[7]. Precisamente, él mismo, en su tratado De re aedificatoria de 1450, desarrollaba el concepto de la magnificencia y su relación con las artes, en especial con la arquitectura. Una idea que, por cierto, ya había sido planteada por Marco Vitrubio Polión en el siglo I a. C. Así comenzó la construcción de palacios grandiosos que convirtieron a Florencia en una de las ciudades más espectaculares.
De hecho, construir un palacio familiar era una de las mejores herramientas que las clases altas tenían a su alcance para diferenciarse de las bajas. Era algo así como concederse a sí mismos un estatus social que se basaba en una conexión entre la aristocracia y el propio urbanismo de la ciudad. De manera que, a la vez que las familias construían sus palacios familiares, estaban contribuyendo a la creación de la ciudad tal y como la conocemos hoy. En 1414 empieza el periodo de mayor actividad en la construcción de palacios, entre los cuales podríamos destacar tres: el Strozzi, comenzado en 1489, el más grande de toda Florencia, y del que realmente sólo se usó la primera planta; el Medici, comenzado en 1445, primera residencia de la familia y en cuya fachada podemos ver un monumental escudo de armas; y el Pitti, comprado en 1549 por Eleonora de Toledo y convertido posteriormente en la nueva residencia de los Medici.
La teoría de la magnificencia ayudó también, y mucho, al desarrollo del Humanismo, la corriente cultural sobre la que se basaban las ideas renacentistas. Sobre todo si tenemos en cuenta que clásicos como Aristóteles, cuyas obras se retomaron en el Renacimiento, ya hablaron de ella. Podríamos resumir el Humanismo como una nueva concepción de la forma de ser del individuo, al que se asociaban ideas como el civismo, la educación y la erudición. Se convirtió, por tanto, en un ideal que las clases altas de la sociedad perseguirían a toda costa. Porque «la cultura del humanismo renacentista tenía un potencial que solo los soberanos tremendamente desorientados podían dejar escapar»[8]. De esta manera, los humanistas y las clases altas se retroalimentaban, ya que los ricos tenían la capacidad de llevar a cabo las ideas humanistas, fundamentalmente porque eran ellos quienes los apoyaban económicamente.
Entonces, ¿qué importancia tuvo exactamente esta teoría de la magnificencia en la Florencia renacentista? Gracias a esta teoría, las familias ricas reconstruyeron iglesias, las decoraron, levantaron palacios familiares, encargaron obras de arte… Todo bajo el pretexto de hacer un bien por la ciudad, ya que sino muchas iglesias estarían vacias o derruidas, por ejemplo. Hay que tener en cuenta que, aunque actualmente cada uno puede gastarse cuanto quiera en lo que quiera (y a veces, hay cosas que tampoco aprobamos), en el siglo XV la Iglesia dictaba prácticamente todas las normas sociales que había que seguir para ser un buen ciudadano. Por eso, si la Iglesia veía con buenos ojos hacer algo, se hacía. Es innegable que, aunque el objetivo real estuviera disfrazado de una actitud altruista, la ciudad mejoró significativamente, no sólo su apariencia, sino también su economía.
De manera que, aunque esta teoría no explique por sí sola todo el arte y el mecenazgo del Renacimiento, sí nos ayuda a entender la nueva actitud de las élites frente a la obra artística, que no era en realidad más que un instrumento de ascenso social y político. Una actitud gracias a la cual la ciudad se convirtió en una de las más espectaculares de Europa.
NOTAS DEL TEXTO
[1] ARISTÓTELES: Ética Nicomáquea. Barcelona, RBA, 2007, p. 106.
[2] ÍDEM, p. 108.
[3] TOMÁS DE AQUINO, Santo: Suma Teológica, IV. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, p. 368.
[4] ALBERTI, Leon Battista: De Re Aedificatoria. Madrid, Akal, 1991, pp. 370-371.
[5] GOLDTHWAITE, Richard: The Building of Renaissance Florence. An Economic and Social History. Baltimore, The John Hopkins University Press, 1982, p. 81.
[6] GOLDTHWAITE, Richard: The Economy of Renaissance Florence. Baltimore, The John Hopkins University Press, 2011, pp. 343-44.
[7] GOLDTHWAITE, Richard: The Building of Renaissance Florence. An Economic and Social History, p. 83.
[8] GARCÍA HERNÁN, David: Humanismo y sociedad del Renacimiento. Madrid, Síntesis, 2017, pp. 51-52.