La cuarentena o confinamiento al que nos hemos visto obligados a guardar por el estado de alarma sanitaria relativo al COVID-19, afortunadamente se ha terminado. Para muchos de nosotros la cultura y los medios audiovisuales proporcionados por ese torbellino que es internet, nos han brindado un evasivo entretenimiento, ha venido a ser una suerte de Decamerón posmoderno.
Una de las actividades a las que yo me dediqué en los primeros tiempos fue al visionado de series, una llamó especialmente mi atención por su chispa y sentido del humor, tan necesarios en tiempos revueltos. Esa serie que captó mi atención fue Marvelous Mrs. Maisel una serie ambientada en los años 50 en Nueva York, donde una joven de origen judío de la zona Alta, acaba convirtiéndose en una monologuista de comedia. La serie es, como hemos dicho, divertida y su ambientación está muy cuidada. En principio nada me hacía sospechar que podría tener algo que ver con la Historia del Arte.
Pero en su segunda temporada, hay tres temporadas rodadas actualmente, hay un capítulo donde la pintura toma protagonismo y mientras veía ese capítulo saltó a mi mente una posible relación con la Historia del Arte y con la Literatura: Mabuse, Porbus, Poussin y Honoré de Balzac, todo ello mezclado con la Escuela de Nueva York o como son más conocidos, los pintores del Expresionismo Abstracto.
Pero vayamos por partes. Hay que poner un poco en situación a todos aquellos que no hayáis visto la serie y explicar esa conexión.
En el capítulo 7 de la segunda temporada titulado “Mira, ha hecho un gorrito”, el personaje principal Mirian “Midge” Maisel (interpretado por la actriz Rachel Brosnahan) acude a una exposición de arte acompañada de su nuevo novio, un rico cirujano judío llamado Benjamin (interpretado por Zachary Levi). La exposición muestra unas obras abstractas, que nos recuerdan a los pintores de esa primera generación de la Escuela de Nueva York, el nombre del pintor que supuestamente hace las obras es ficticio: Salomon Crespi, pero estas pinturas podrían recordar a la obra de Franz Kline (1910-1962) o de Helen Frankenthaler (1928-2011), lo que no deja de ser irónico, si seguimos con atención el guion del capítulo, como vamos a ver ahora.
En la escena de la galería, se hace una parodia de la reacción general del público ante este tipo de pintura. La protagonista no entiende de esa abstracción y sus comentarios hacen que conecte con todo el público que sienta que la abstracción es un lenguaje ajeno también para ellos. Se presenta a los “entendidos” como snobs que tienen que hacer comentarios llenos de enjundia y ante ellos Midge Maisel, se desenvuelve con soltura y gracia apostillando comentarios jocosos.
Mientras todos los entendidos o iniciados disfrutan de esa exposición Midge, la protagonista, va a la trastienda de la galería donde se encuentra expuestas pequeñas pinturas que sí que atraen su atención, para empezar, son figurativas, por lo que decide comprarse una. El cuadro que ella compra es de Agnes Reynols, una mujer, una paradoja más. Volvemos al tópico de que el arte, para ser entendido ha de ser figurativo, pero como bien dice el protagonista literario de la otra obra de la que quiero hoy hablaros:
“¡La misión del arte no es copiar la naturaleza, sino expresarla! ¡Tú no eres un vil copista sino un poeta!”
Frenhofer a Frans Porbus
La obra maestra desconocida de Honoré de Balzac*.
Y es que la construcción de la Escuela de Nueva York tiene algo de mítico, unos pintores que los años cuarenta del siglo pasado, buscan en el arte abstracto una fórmula para expresar contenidos a tono con los tiempos oscuros que estaban viviendo. La Escuela de Nueva York era la primera corriente verdaderamente importante y trascendente de la Historia del Arte occidental, fuera de su núcleo europeo. En la lista de artistas que de una manera u otra podemos relacionar en algún momento con esta escuela, hay abundantes y sobresalientes mujeres, pero la imagen colectiva que ha quedado del grupo está reducida a los nombres de hombres más conocidos: Jackson Pollock, Willen de Kooning, Franz Kline, Clyfford Still o Mark Rothko, por ejemplo. Y en la propia serie se dice varias veces que no hay mujeres artistas, aunque el cuadro que compra Migde es de una mujer y ella misma ejerce un oficio de hombres.
Tras la escena de la galería, los protagonistas de la serie acuden a un bar donde se reúnen los artistas más consagrados de Nueva York. En el bar entra en la historia un “pintor maldito”, el prototipo de bohemio y huidizo artista, con problemas con el alcohol y la sociabilidad, que no permite que nadie le compre obra, vuelve a ser un artista inventado: Declan Howel, del que dicen que le vendió un cuadro a Peggy Guggenheim.
Benjamin quiere a toda costa comprar un cuadro de Declan Howel y acaban visitando su estudio, donde podemos ver la recreación perfecta del estudio de un pintor abstracto de los cincuenta. Migde se queda a solas con el pintor Declan y este le acaba enseñando una obra oculta, su gran obra maestra, una pintura de gran formato de la que se sabe de su existencia y se comenta en los circuitos artísticos sobre su genialidad, pero que nadie ha visto.
Viendo esta escena no pude menos que sonreír, para mí la escena estaba inspirada en la historia del relato escrito por Honoré de Balzac La obra maestra desconocida (1831). En ese relato, Balzac deja píldoras brillantes sobre su concepción del Arte y sobre la pintura. La historia está ambientada en los primeros años del siglo XVII. Un jovencísimo Nicolás Poussin (1594-1665) en sus primeros años en París, acude al estudio de Frans Pourbus “el Joven” (1569-1622) donde coincide con un viejo pintor, de nombre Frenhofer, que a su vez se supone que es el único discípulo de Jan Gossaert, conocido como Mabuse (1478-1532).
La descripción que Frenhofer hace de la pintura de Pourbus es simplemente una genialidad:
“Has estado fluctuando entre los dos sistemas, entre el dibujo y el color, entre la flema minuciosa, la rigidez precisa de los viejos maestros alemanes y la pasión deslumbrante, la feliz abundancia de los pintores italianos. Has querido imitar a la vez a Hans Holbein y a Tiziano, a Alberto Durero y a Pablo Veronés. Sin duda, una ambición magnífica. Pero ¿qué es lo que ha pasado? No has conseguido ni el austero encanto de la sequedad ni la ilusoria magia del claroscuro.”
Frenhofer a Porbus*.
Poussin descubre gracias a Pourbus, que Frenhofer está haciendo un cuadro, que representa a una mujer y que es la más real de las pinturas que se han hecho nunca. Escuchar al viejo pintor explicar como ha intentado captar la luz, la atmósfera, el color local, es un ejercicio de lo más estimulante. Porbus y Poussin quieren poder ver esa obra y para lograrlo, Poussin decide dejar que su amante pose desnuda para el viejo Frenhofer. Cuando por fin consiguen ver la obra:
“-¿Veis algo?- preguntó Poussin a Porbus.
-No. ¿Y usted?
-Nada.
Los dos pintores dejaron al anciano en su éxtasis, y observaron si la luz, cayendo directamente sobre la tela que les mostraba, no estaría neutralizando todos los efectos. […]
-El viejo mosquetero se está burlando de nosotros -dijo Poussin volviendo a situarse ante el pretendido cuadro-. Yo no veo aquí más que colores confusamente mezclados dentro de una multitud de líneas extrañas que forman un muro de pintura.”
¿No es acaso la descripción de un cuadro de la corriente expresionista abstracta?
*Nota: todas las citas de la obra de Honoré de Balzac están sacadas de la versión que se incluyó en el ensayo de Georges Didi-Huberman: La pintura encarnada, Pre-Textos Universidad Politecnica de Valencia, 2007 [traducción de Manuel Arranz].