“[…]porque los ángeles no son todos iguales, sino que con arreglo a su condición están jerarquizados entre sí e integrados en tres grupos diferentes. Al primero de esos grupos damos el nombre de Epifanía, palabra que significa categoría máxima o superior; al segundo lo llamamos Hyperfanía, palabra que quiere decir categoría intermedia; al tercero lo designamos Hypofanía, que equivale a categoría inferior. […]Cada una de estas jerarquías consta de tres órdenes: a la primera de ellas, o Epifanía, pertenecen los serafines, querubines y tronos; a la segunda o Hyperfanía, según Dionisio, pertenecen las dominaciones, virtudes y las potestades; a la tercera o Hypofanía, también según Dionisio, pertenecen los principados, los arcángeles y los ángeles. Se da cierta semejanza entre la ordenación o disposición de los espíritus celestiales y la que existes entre los diferentes poderes terrenos.”
Jacopo de la Vorágine, Leyenda Dorada, siglo XIII.
[cito por la versión Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, vol. 2, Alianza forma, Madrid, 2000, p. 623.]
Hoy nos gustaría acercaros la vía de creación de una rara iconografía, la serie de los siete arcángeles, que hunde sus raíces en tradiciones muy antiguas y que será avalado por los poderes más importantes, por lo que tendrá una gran trascendencia, pero que siempre ha suscitado ciertos recelos y problemas. Como siempre, una historia apasionante que bien merece ser contada.
Para el cristianismo, la existencia de seres incorpóreos que están vinculados o cercanos a la divinidad está más que justificada por su presencia sobrenatural en los textos sagrados. La necesidad de entender lo sobrenatural, hizo que desde antiguo se creara un paralelismo entre la manera en que debía de estar organizado el cielo, y la tierra. Por ello, la tradición judía del Antiguo Testamento organizó a estos seres incorpóreos que, generalmente y comúnmente, llamamos ángeles, de la misma forma que estaba organizada la jerarquía babilónica, el gran imperio antiguo que influyó decisivamente en la concepción hebrea durante el periodo del exílio, que se data en el siglo VI a. C., la ordenación jerárquica de la corte celestial se inspiraba así en la tradición zoroástrica. En el libro sagrado del Avesta se recoge que, junto a la divinidad, se sitúan un consejo celestial de bienhechores inmortales formado por siete miembros y capitaneados por Ahura Mazda. El número siete es fundamental en la tradición numerológica oriental que se trasmitió también a occidente, pues es el número que aúna lo divino, formado por el número tres, con lo terrenal, que se corresponde con el cuatro.
El Dionisio que cita Vorágine, no es otro que el Pseudo-Dionisio Areopagita, pensador que viviría entorno al siglo V y que la tradición confundió con Dionisio Areopagita, primer obispo de Atenas, que vivió en el siglo I. Los textos de Pseudo-Dionisio influyeron de manera excepcional en la creación de la estética bizantina y su reflejo también se puede ver en el Arte Occidental. El mundo bizantino se hizo heredero de la tradición angélica y traspuso a esa corte celestial el modelo organizativo de la corte imperial de Constantinopla. Quedaba así claro, que el modelo político de la tierra se correspondía con la jerarquía del cielo.
El problema es que los textos bíblicos, canónicamente aceptados por el cristianismo, sólo mencionan a tres arcángeles con nombre: Miguel, Gabriel y Rafael, que serán los arcángeles canónicos. Pero en los apócrifos aparecen muchísimos más nombres. El texto fundamental para la creación de la advocación de los siete arcángeles será el Libro de Enoch:
“Me dijo Metatrón: Siete son los grandes príncipes, hermosos, temibles, maravillosos, honorables, que están a cargo de los siete cielos. Ellos son: Miguel, Gabriel, Satquiel, Sajaquiel, Bakariel, Badariel y Pajriel […] Todos ellos ciñen reales coronas, visten hábitos reales y se cubren con reales vestiduras. Todos ellos cabalgan sobre reales corceles y sus manos empuñan cetros reales. Cuando cada uno de ellos se desplaza por Raquia, van corriendo ante él reales sirvientes con gran pompa y boato, del mismo modo que se desplazan los príncipes en la tierra en carroza, con jinetes y numerosas huestes, con gloria, grandeza, alabanza, loa y ornato”
Libro de Enoch (versión hebréa) en Díez Macho, Alejandro: Apócrifos del Antiguo Testamento, t. IV, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1984, pp. 239-241.
Los nombres de los arcángeles oscilan y varían según la fuente utilizada y ya desde antiguo, al no aparecer en los textos canónicos, se prohibió su culto y su mención: Concilio de Laodicea (ca. 360-365), Primer Concilio Romano (492), Letrán (756), Aquisgrán (789). Toda la reiteración de la prohibición nos indica que su culto se seguía manteniendo, en el siglo XV, Eiximenis publica una obra titulada LLibre dels Àngels donde avisa del peligro de invocar a los arcángeles “heréticos” por sus nombres, ya que se podía estar invocando en realidad a un demonio.
En 1516 se descubrió de forma fortuita una pintura mural en una antigua iglesia junto a la catedral de Palermo. En esta pintura se representaban con sus nombres y sus elementos iconográficos los siete arcángeles: los tres canónicos: Miguel, Gabriel y Rafael; y los cuatro apócrifos: Barachiel, Seatiel, Jehudiel y Uriel (estos son los nombres que se acabaron fijando durante la Edad Media). Este descubrimiento será dado a conocer por el sacerdote Antonio del Duca, que escribirá un libro con estampas que difundirán la imagen. Pero además este hecho será aprovechado por el nuevo virrey de Sicilia, Ettore Pignatelli, para crear una institución: la Confraternidad Imperial de los Siete Grandes Príncipes. Además, el vicario Tommaso Belorusso se encargó de promocionar el culto en Roma. Bajo esta doble protección, imperial y papal, esta confraternidad tenía visos de ser muy popular, pero la enemistad entre Carlos V y el papa Clemente, tras el Sacco de Roma, acabará por dinamitar esta institución. Pero el culto a los Arcángeles quedará vinculado a la figura del Emperador y a la defensa de la dinastía Habsbúrgica.
Pero ¿qué representan estos arcángeles? Los tres canónicos: Miguel, el príncipe de los arcángeles, se identifica como el general de las huestes angélicas contra los ángeles rebeldes bajo el grito “Michael quis sicut Deus”. Rafael, fácil de identificar, pues lleva normalmente un pez, en referencia a la historia de Tobias al que le comunica “yo soy uno de los siete que servimos delante del señor”. Gabriel, suele llevar en la mano un lirio, en referencia a la Anunciación. De los apócrifos: Barachiel, cuyo nombre significa “Bendición de Dios”, lleva flores en el regazo, alusión metafórica a las bendiciones que reparte. Seatiel, su nombre significa “Oración de Dios” y se le representa con un incensario, que alude a las oraciones que ascienden al cielo, como el humo. Jehudiel, su nombre significa “Alabanza de Dios” y se le representa con unas disciplinas en una mano y una corona de flores en otra. Uriel, cuyo nombre significa “Luz de Dios”, lleva un pergamino en la mano, en alusión a que es el que propicia las profecias.
En Roma el 10 de agosto de 1550, bajo el pontificado de Julio III, se consagrará el templo de las antiguas termas de Diocleciano a Santa María de los Siete Ángeles. Además, los Jesuitas también abrazaron esta causa. Por lo que hay muchos ejemplos en templos italianos en el siglo XVI de altares dedicados a esta advocación. Pero las dudas sobre el origen apócrifo de la iconografía acabarán decantando a la jerarquía católica por recomendar que no se autorice este culto, salvo en la iglesia palermitana, y el templo romano en las termas quedará renombrado como Santa María de los Ángeles y los Mártires.
Seguramente este doble hecho, la vinculación con el Emperador y sus territorios italianos y la Compañía de Jesús, expliquen por qué esta advocación acabe prendiendo en los monasterios vinculados a la corte de Madrid y de aquí se proyecten con un eco importantísimo a América. Aunque la recomendación del papado era que no se mantuviera el culto a los Siete Arcángeles, tenemos constancia de la presencia de la serie pintada por Bartolomé Román en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, estas pinturas se fechan en 1604 y seguro que su encargo está relacionado con la presencia en el convento madrileño de esa corte alternativa que formó la archiduquesa Margarita de Austria, sor Margarita de la Cruz, junto con su madre la Emperatriz María. En el origen de este convento tiene un papel fundamental Francisco de Borja, jesuita, y las monjas clarisas que trajo de Gandía (ver aquí) por lo que el culto de los siete arcángeles pudo venir heredado de ese cenobio, o bien por la antigua vinculación con el Emperador Carlos.
Además de este conjunto de Bartolomé Román, en la Descalzas se conserva un fantástico lienzo del napolitano Massimo Stanzione, que está vinculado al grabado de Hironymus Wierix y que recoge la forma del fresco bizantinizante de Palermo. En el ejemplo de Stanzione, además de los atributos, el nombre dentro del nimbo, ayuda a su correcta identificación. Sobresale la figura central de San Miguel, y su fabulosa banderola al viento.
También se representaron a los Siete Arcángeles en los frescos de la Escalera (ver aquí), en este caso junto con el Ángel de la Guarda y el ángel protector de la órden, una advocación muy particular.
El otro convento madrileño vinculado con la corte, la Encarnación, también alberga un ciclo de lienzos de Bartolomé Román con los siete Arcángeles, que se ubica en el Coro.
En los conventos madrileños, la aparición de las series de príncipes angélicos, es una clara alusión a ese reflejo que la jerarquía celeste tiene en la jerarquía de la tierra. Seguramente por imitación a los monasterios de fundación real, el resto de instituciones acabaron encargando sus propias versiones, como la que sabemos que tenía el Convento de los Ángeles en la calle Alcalá de Madrid y que seguramente son los que conservan actualmente el Museo del Prado de mano de Bartolomé Román. También la presencia de otros ejemplos del propio Román, como los del Museo de Guadalajara, nos hablan de su éxito. Su aparición en este contexto es porque su lectura era evidentemente política y además vinculada con la dinastía. Su reflejo en el arte virreinal americano nos demuestra que la necesidad de dotar de imágenes, conceptos tan abstractos como pueden ser las oraciones, las bendiciones o las profecías, están por encima de la propia prohibición de la Iglesia.
Me ha encantado el tema. Interesantisimo y muy bien tratado.
Muchas gracias, Lupe.
Hola, la relación de la representación religiosa con la representación del poder es algo que se repite a través de la historia, en Sudamérica, en especial la zona andina aparecen los Arcángeles Arcabuceros, se representan con vestidos contemporáneos a los que pintaban, muy elegantes portando arcabuces y con alas. Son más arcabuceros alados más que arcángeles en el sentido que nos tiene acostumbrado la tradición de la representación de esta tipología.
Buenos días bendiciones para todos no soy persona con elevada instrucción en el tema pero es muy muy interesante bien documentado en lo particular a mi edad amo los angeles en todas sus categorías que para .i desconocía gracias !
He vuelto a visitar las Descalzas tras su lavado de cara y me volvió a impactar el cuadro de los Siete Arcángeles ,una auténtica maravilla. Como llego ahí , se sabe? Tiene este autor más obras por España?
Hola Montserrat, el autor es un pintor napolitano y en el siglo XVII, Nápoles estaba integrada en la monarquía de los Austrias. Los monarcas, entre otros, encargaban y adquirían obras allí por mediación de los virreyes y otros agentes comerciales. Es facil encontrar obras de Stanzione en colección real y en museos y otras colecciones españolas por eso. Muchas gracias por tu comentario.
Espectacular . Más contenido de este tema porfavor.