El estudio de la indumentaria histórica, desde la óptica de la Historia del Arte, ha supuesto un gratificante esfuerzo por comprender diversos ámbitos relacionados con ésta: desde el sastre que corta las telas o el bordador que hace su labor, hasta el significado que tiene la propia indumentaria en sí desde un ámbito más sociológico.
El reinado del piadoso Felipe III comenzó tras la muerte de su padre en 1598. Un reinado el de Felipe II que se había caracterizado por la sobriedad, de la que también participó el monarca, donde un espíritu austero, alejado de las banalidades cotidianas y de los excesivos lujos, terminaría por acercar al individuo a Dios. El Concilio de Trento jugó un papel crucial en esta configuración. En la segunda sesión, celebrada en 7 de enero de 1547, se advierte a los clérigos a «[huir] de los vicios, [abrazar] las virtudes, manifestando en sus vestidos, aliño, y demás actos la honestidad y modestia correspondiente». Pese a que el enfoque parte como una premisa hacia el estamento eclesiástico, estos deben hacer partícipes a la población de que adecentarse es la forma correcta de acercarse a Dios. La cuestión debe ser entendida en la siguiente clave: huir de aquellos lujos superfluos que contaminan el alma para provocar que el espíritu, que en la siguiente vida se encontrará con el Altísimo, se purifique atendiendo a las cuestiones más elementales. Así, el gasto en una exacerbada indumentaria terminaba por ser visto como una minucia social, en un momento de profundas convicciones religiosas, comparado con lo verdaderamente importante: estar más cerca de Dios.
Sin embargo, con el paso de los años, a partir del reinado de Felipe III, los españoles terminaron por centrarse en demostrar una posición social justificada por su propia indumentaria. La condesa Madame d’Aulnoy, en su estancia en Madrid en 1679, describía cómo un zapatero se puso un pequeño sombrero sobre su cabeza al ser las gentes de oficios quienes los llevaban de esta guisa frente a los grandes que portaban aquellos más prestigiosos. La relación es clara: cuanto más prestigio tenía una persona, mayor era el ala de su sombrero. De igual modo, la documentación palaciega describe cómo Jerónimo de Negrilla el joven, sastre que servía en la corte de Felipe IV, fue juzgado por llevar una espada; un viajero francés, a mediados del siglo XVII, escribía en relación a un zapatero que «cuando ha dejado la lezna y la horma, y se ha ceñido su espada, apenas se quitara el sombrero ante aquel para quien trabajaba poco antes». La condición social que la indumentaria demostraba en el individuo se tornará crucial en la consideración que éste llegaba a tener.
El único modo para paliar este tipo de conductas excesivas fue mediante la formulación de las pragmáticas reales. El objetivo de éstas era establecer unos límites de adecuación, como se habían venido estableciendo desde época romana, tal y como recogió Sempere y Guarinos en la Historia del luxo y de las leyes suntuarias.
El reinado de Felipe III ha pasado en la historiografía con más pena que gloria. Factores como la crisis económica producida por la acuñación del vellón, la crisis agraria de comienzos de siglo, el costosísimo servicio de millones criticado por los arbitristas de comienzo del siglo XVII, o la controvertida figura del duque de Lerma, no han ayudado a tener una visión positiva de este periodo. Considerado como el primero de los “Austrias menores”, «su corte y extensa y poderosísima Monarquía parecía encontrarse más bien en el apogeo de su trayectoria, pero enfrentada cada vez más a desafíos cruciales que marcarían gran parte de la historia de aquella centuria». La sombra de Felipe II era demasiado alargada para su hijo, así como para él lo fue la de su padre Carlos V.
En lo que se refiere a la indumentaria ésta apenas variará durante la segunda mitad del siglo XVI, pero en lo que a la imagen del rey se refiere cambiará sustancialmente durante los primeros veinte años del siglo siguiente, para luego volver nuevamente a la austeridad del periodo anterior. Pero, ¿qué se debe entender por moda? El diccionario de autoridades de 1732 lo define como «Usos, modo o costumbre. Tómase regularmente por el que es nuevamente introducido, y con especialidad en los trages y modos de vestir». Durante el Antiguo Régimen, y más si cabe durante la vigencia de la rama Austria en Castilla, se acuñará el concepto de “vestir a la española” que terminó por ser reconocido en las cortes europeas. La Corte madrileña se configuró como el epicentro de encuentro político y administrativo de la Monarquía Hispánica, las miradas de las distintas casas europeas se centraron en lo que sucedía en ella, y la cabeza política visible fue, por ende, el epicentro de las diversas modas y corrientes en el continente.
El relevo de España como “marcador de tendencias” en la moda no se producirá hasta entrado el siglo XVII, más concretamente en el encuentro que se realizó en 1660 en la Isla de los Faisanes con motivo de la entrega de la infanta María Teresa de Austria para casarse con su primo Luis XIV. Con el encuentro entre los dos reyes sol (recordemos que Felipe IV es el Rey Planeta, y Luis XIV el rey el Sol, astro que era en aquel momento considerado el cuarto planeta), se efectuó el simbólico paso de poderes y reconocimiento político internacional en favor del francés, que a partir de ese momento será el que marque los dictados en lo que a la vestimenta europea se trataba.
La representación de un rey es una ardua tarea para un pintor. Éste es el encargado de que su regia efigie sea recordada, pero también admirada por sus coetáneos, quienes han de ver en él unos ideales reflejados. Gracias a los diversos retratos de pintores como Juan Pantoja de la Cruz o Bartolomé González, se puede ver la evolución sufrida en la indumentaria de Felipe III a la hora de ser presentado y representado. Vamos a pasar a analizar un par de ejemplos concretos que nos permitirán ver las diferencias en el atuendo con los gobernantes que le antecedieron y precedieron.
En el periodo de cambio de siglo, Felipe III aparece con el pelo corto y luciendo bigote y perilla, tal y como lo vemos reflejado por los pintores de Corte del soberano. Sin embargo, según va pasando el tiempo, la moda evolucionará y con Felipe IV hay un cambio de tendencia, dejandose crecer los denominados tufos, lo que hoy entenderíamos como “las patillas”. En cuanto al vello fácil vemos que éste desaparece con Felipe IV al ser censurado por el clero al considerarlo como elemento tentador y lascivo.
Las aparatosas lechuguillas, que hoy son un referente para el mundo barroco, comenzaron a tener un incremento en su tamaño y, consecuentemente terminaron por sufrir diversas variaciones y adornos. Éstas se han considerado por el historiador Martin Hume como «el más extravagante artículo de indumentaria llevado nunca en ningún país». Pese a estos miramientos, los españoles no escatimaban en gastos a la hora de adquirirlas, incluso por valores tan altos como 200 reales. La Junta de Reformación, en época ya de Felipe IV, formuló una real pragmática con la que pretendía frenar el excesivo gasto suntuario de las lechuguillas e imponía las golillas, una solución mucho más económica realizada en lino y cartón. Es así como Felipe IV, consciente de su posición, decidió dar ejemplo y mostrarla en público con el afán de que se adoptase como un nuevo elemento dentro de la indumentaria. (Sobre la sustitución de la lechuguilla por la golilla ya escrimos un post aquí).
Uno de los retratos más interesantes a analizar, tanto desde la óptica de la pintura como de la indumentaria, es el que Bartolomé González realizó de Felipe III, rey de España, sedente. El monarca aparece sentado igual que Carlos V en la obra de Tiziano de 1548. Sin embargo, la diferencia es abismal en cuanto a la vestimenta y el color de ésta. El Emperador aparece sobre un fondo claro y viste una indumentaria negra que, recordemos, era protocolaria en la Corte. Por otro lado, Felipe III aparece con un bohemio, una prenda realizada en seda con aberturas y amplias solapas que procedía de la región de Bohemia. Este “sobretodo” es una pieza de gran lujo que venía acompañado de otros dos elementos exclusivos, la marta cibelina y los guantes perfumados con ámbar -tratados con ámbar para darles más suavidad y un olor distintivo-.
Mientras, la imagen que Felipe III transmite a través de los retratos realizados por Juan Pantoja de la Cruz, en los que aparece con armadura, es la de un general que se encontrase en el campo de batalla. Su armadura de medio cuerpo, responde al modelo de retrato oficial de la Corte. Los gregüescos, evolución de las calzas del siglo anterior, con el paso del tiempo han dejado de aprisionar el cuerpo, terminan por ser más holgados, a diferencia de cómo sucedía en el reinado de Carlos V. Interesante es remarcar como la famosa y viril bragueta ha ido perdiendo efectividad a lo largo del siglo XVI hasta quedar reducida a la más mínima expresión durante el reinado de Felipe III.
El poder de la imagen, y en consecuencia de la moda junto al prototipo de representación oficial, es una cuestión fundamental no solo para los historiadores, sino también para entender la complejidad que envuelve a la Edad Moderna. Debe entenderse esta dualidad como una concepción en la que la imagen es el reflejo directo de un rey sobre sus súbditos, donde se encarnan una serie de valores con los que éstos se identifican. La cuestión de la moda no es una cuestión baladí. Es más, si lo transportamos a nuestros días, tarea necesaria de afrontar por los historiadores, la moda sigue jugando un papel fundamental que da entidad a tribus urbanas, ciertos grupos políticos o colectivos minoritarios.
La moda no solo es un elemento diferenciador, sino que es una forma de entender un pensamiento, un sentimiento y una manera de comprender el mundo que nos rodea.
Gracias: interesante relato y muy bien tratado. La elección de los cuadros, muy apropiados.