En estos días complicados se me ocurre, como modesto homenaje a nuestras sanitarios y sanitarias, una mención a su larguísima trayectoria a través de los edificios en los que realizaron su actividad. Gracias a esta peripecia se ha llegado al nivel de desarrollo de nuestros días, pudiendo mirar con orgullo las grandes conquistas realizadas, que han de servir como reafirmación e impulso para reclamar las que aún están por llegar. La perspectiva nos da conciencia de lo duro que ha sido el camino, que nada ha venido regalado y que por tanto tiene sentido cuidar aquello que parece que olvidamos que es tan preciado para nosotros y que, tristemente, son crisis como las que hoy vivimos las que nos lo recuerdan.
La palabra hospital es ligeramente ambigua. Actualmente nos remite a una idea muy concreta pero, en su raíz latina hospitale, venía a significar “lugar para huéspedes” y de ahí hospedaje, hospicio, hospitalidad, hostal, hotel y, por supuesto, hospital. Es decir, se refería a un lugar que cobijaba “desamparados” ya fuese porque estuvieran de viaje o porque se encontrasen en situación de necesidad (como huérfanos, enfermos o mendigos, que en muchas ocasiones era lo mismo). Se cree que el vocablo fue rescatado por los monjes cluniacenses para referirse a los albergues donde se guarecían los viajeros del camino de Santiago. Resulta irónico, pero hoy hospitales y hoteles que habían pasado a compartir únicamente su raíz etimológica sin embargo vuelven, gracias a la solidaridad, a dedicarse a labores muy parecidas.
La idea del hospital tiene una larga trayectoria, sobre todo desde que el cristianismo fuese tolerado en el Edicto de Milán (313) pero, como sucede con tantas ideas cuando nacen, no tuvo un desarrollo inmediato o, al menos, no todo el deseable, siendo la precariedad la principal traba. Sin embargo, en el quattrocento italiano se van a dar las condiciones necesarias para que estos proyectos maduren. El florecimiento de una cultura humanística apoyada en la relectura de clásicos como Hipócrates, quien advertía sobre los aires, aguas y lugares, o Vitruvio, de la salubridad de los emplazamientos a la hora de construir, será uno de los principales criterios a la hora de diseñar estas edificaciones.
Así, el decoro, lejos de la mera apariencia superficial, contemplaba la gestión de los menesterosos desde un punto de vista pragmático: evitar en la medida de lo posible las peores situaciones de pobreza o el desamparo de niños y su posible repercusión en delincuencia, etc., así como tratar de manejar muertes evitables y contagios previsibles. Comenzaba a calar horizontalmente que el cuidado de la población implicaba prosperidad y el contexto permitía empezar a lidiar con ello con un salto cualitativo.
Se puede incluso afirmar que es un hospital el que inaugura el Renacimiento en arquitectura: el de los inocentes de Florencia iniciado en 1419 por Brunelleschi, donde ya advertimos una propuesta racionalizadora del espacio. A través del lenguaje simbólico de los característicos tondi de Andrea della Robbia, con bebés envueltos en paños, se indica al público que la función del edificio es acoger a huérfanos, a inocentes. Pero será el Ospedale Maggiore de Milán el que siente las bases del hospital moderno.
Los adjetivos de maggiore, en el caso de Milán, o “general”, en el caso de Valencia, vienen dados porque muchos de ellos fueron el resultado de la unión de los pequeños hospitales que precariamente se habían establecido por la ciudad y que estaban aún lejos de satisfacer las necesidades básicas. De este modo se pudo ofrecer un servicio más contundente y, gracias a la distribución resultante del modelo planteado por Filarete, la atención se pudo diversificar atendiendo a los diferentes requerimientos en las distintas secciones del edificio (salvo en el caso de los leprosos cuyos establecimientos se encontrarían apartados de la ciudad). La planta se constituye fundamentalmente de un módulo de cruz griega con cuatro patios resultantes, ampliable o reductible en función de los requisitos de cada fundación.
Así una de las problemáticas habituales será la adecuación entre la teoría y la práctica, entre la viabilidad y la necesidad, que quedará en manos de los distintos maestros que se encarguen de las fábricas dependiendo del lugar en el que trabajen y del espacio y la financiación con que cuenten. Esto se verá claramente en suelo hispano ya que los Reyes Católicos, en consonancia con este ideario, harán de sus fundaciones hospitalarias uno de los emblemas de su gobierno, para lo que eligieron cuidadosamente dónde y cómo emplazarlos, confiando la tarea al maestro Enrique Egas quien, para las trazas, hará distintas adaptaciones del modelo italiano.
El Hospital Real de Santiago de Compostela, iniciado en 1501, responde a las exigencias de una ciudad populosa que es objeto de un intenso peregrinaje, con la inherente necesidad de alojar a los viajeros que vienen de soportar las inclemencias del camino; ruta que por cierto es la garante de gran parte de la riqueza generada a lo largo de su recorrido. Sin embargo, en su primer planteamiento, no llega a formarse el mencionado módulo de cruz griega, sino que su planta será en “T”, es decir, una suerte de cruz latina que cobija dos patios. Su ubicación en la ciudad es, además de práctica, una maniobra propagandística premeditada pues, ya que no pueden competir con la deslumbrante catedral y el palacio del arzobispo en magnificencia, al menos su edificio, en la misma plaza, es el que da cobijo a los necesitados.
En el Hospital Real de Granada, iniciado en 1511, encontramos sin embargo el módulo completo con sus cuatro patios. Qué mejor manera de afianzar un territorio recién conquistado, con una sociedad aún por vertebrar, que demostrar la magnanimidad y el compromiso de los monarcas a través de una fundación de este calibre (además de la Capilla Real y el convento de Santa Isabel la Real): al velar por el bienestar de su pueblo lo hacen también por el de su propio gobierno. Empieza a cobrar así formas modernas la vía de la confesionalización, en palabras de Jaime Contreras: “la capacidad de influencia de la Iglesia-Estado en la formación y estructura de los comportamientos”.
Una tercera propuesta de Egas, ya fuera del patrocinio real, que se quedó a medio camino entre las anteriores, fue el Hospital de Santa Cruz de Toledo (ca. 1504-1515), mandado construir a finales del siglo XV por el Cardenal Mendoza, gran introductor del Renacimiento en Castilla.
Éstos son sólo algunos de los ejemplos más destacados que marcarían el comienzo de una importantísima tradición. Pueden decirse muchas cosas de cada uno de ellos y se quedan cuestiones muy interesantes en el tintero, pero bástenos en esta ocasión hacer un énfasis en el hecho de que la existencia de estos edificios significa que una sociedad se está haciendo cargo de situaciones indeseables.
Cuando unos gobernantes entienden que merece la pena tener una sociedad sana y educada, que el lenguaje de poder no pasa ya únicamente por demostraciones de fuerza para generar miedo sino por demostraciones de eficiencia para generar respeto, que su prestigio personal pasa por beneficiar a su pueblo, es señal inequívoca de progreso. Ahora bien, en este caso, como en tantos otros, formas sin contenido se pueden convertir en promesas vacías.
Para llevar a cabo estas iniciativas a lo largo de la historia ha habido que confiar en la posibilidad de un mundo mejor, en la viabilidad de nuevas propuestas que hicieran del mundo un lugar más habitable y, poco a poco, a través de los capítulos de la historia, ir haciendo conquistas para la humanidad, ya sean edificios o derechos los que nos faciliten la vida y nos garanticen vivirla con dignidad.
Somos enanos a hombros de gigantes.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
ALEGRE, L., El lugar de los poetas: un ensayo sobre estética y política, Akal, 2017 [para la conclusión final del último párrafo].
CONTRERAS, J., “Procesos culturales hegemónicos de la religión y religiosidad en la España del Antiguo Régimen” en Historia social, nº 35, 1999, pp. 3-22.
GRANDE NIETO, V., “Métrica y arquitectura del Hospital de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela” en Cuadernos de estudios gallegos, LXIII, nº 129, 2016, pp. 287-342.
NIETO, V., MORALES, A.J., y CHECA, F., Arquitectura del Renacimiento en España (1488-1599), Cátedra, Madrid, 2010 (1ª ed. 1989).
VALENZUELA CANDELARIO, J., “Cura de almas y caridad en el Hospital Real de Granada (1526-1580)” en Chronica Nova, nº 30, 2003-2004.