Pedro de Mena (1628-1688), considerado uno de los grandes artífices de la escultura religiosa española del siglo XVII, estableció su casa-obrador durante sus últimos años de vida en la calle Afligidos de Málaga, actualmente convertida en el Museo Revello de Toro. De ese taller salió una producción artística que, a pesar de ser atribuida generalmente al maestro, fue realizada, no solo por él, sino por el resto de trabajadores y trabajadoras que formaron parte de su grupo doméstico, entre los que, quizá, se encontraron los cinco descendientes supervivientes de los catorce que nacieron del matrimonio entre el escultor y Catalina de Victoria. Entre ellos, Andrea y Claudia de Mena.
Se conservan breves datos biográficos acerca de sus vidas, que nos permiten conocer que Andrea de Mena nació el 26 de enero de 1654, mientras que su hermana Claudia lo hizo el 23 de junio de 1655. Ambas entraron en el convento de Santa Ana de la Orden del Císter de Málaga el 18 de junio de 1671 –a la edad de 17 y 15 años respectivamente–, tal y como queda reflejado en el Libro de actas, tomas de hábitos, profesiones y defunciones del mismo, siendo sus dotes pagadas por sus padres. Años más tarde, ambas fundaron en Granada el convento de San Ildefonso de la Orden del Císter, donde llegaron a ser abadesas y donde también su hermana menor, Juana de Mena, que había profesado el 21 de noviembre de 1676, se trasladaría. Las tres acabaron regresando al convento malagueño donde, más de veinte años antes, habían profesado, el 8 de septiembre de 1695.
Antes de su conversión en religiosas, es muy probable que estas tres mujeres participaran de las tareas desarrolladas en el obrador familiar como forma de colaborar en la supervivencia económica de todo el grupo doméstico, formándose como escultoras de la mano de su padre. A pesar de ello, la historiografía tradicional solo ha aceptado la dedicación artística de las dos primeras, desde Palomino, que afirmaba en su Museo pictórico y escala óptica que Pedro de Mena “[…] tuvo el gusto de enseñar a dos hijas suyas tan noble arte, que aprendieron con primor”.
Con posterioridad a su profesión, si bien es cierto que, en el ámbito de los monasterios, en ocasiones las mujeres recibieron una cierta formación intelectual que incluía el aprendizaje de la lectura, la escritura y el latín, llegando algunas de ellas a dedicarse a la creación pictórica o literaria, habitualmente con un objetivo piadoso, desconocemos si Andrea y Claudia de Mena continuaron con el oficio, pues la documentación hasta el momento hallada solo permite la atribución de obras realizadas en años anteriores a dicho suceso.
A diferencia de numerosas mujeres dedicadas a los oficios artísticos que, debido a su situación y a las circunstancias que rigieron su trabajo, han quedado completamente invisibilizadas tanto por la documentación como por la historiografía, en el caso de Andrea y Claudia de Mena existen algunos estudios relativos a su actividad -aunque son, en realidad, textos dedicados mayoritariamente a su progenitor en los que ellas aparecen citadas de manera marginal-, y se han hallado algunos documentos que permiten el estudio de su actividad artística.
Se conservan sus cartas de profesión en el archivo del convento de Santa Ana, documentos por los que ambas juran someterse a la regla de san Benito y que fueron firmados por Alonso Ibáñez de la Riva Herrera, personaje que además tuvo una relación de comitencia con Pedro de Mena. Generalmente, este tipo de textos se ilustraban con pequeños dibujos anónimos, y en este caso las cartas de las dos hijas de Pedro de Mena siguen una estética similar, con una cartela que incluye en su interior una imagen de la Encarnación y la Asunción respectivamente, en referencia a los nombres de religión que cada una de ellas escogió. Alfonso Pérez Sánchez atribuyó la realización de estos ornamentos a ambas artistas, contradiciendo aquello que Orueta y Duarte había afirmado cuando otorgó la autoría a su padre.
A pesar de que la falta de documentación relativa a estos escritos no permite corroborar la autoría de ninguna de las hijas del escultor, así como tampoco la del propio maestro, esa misma escasez de datos no acepta desestimar la opción de que fuesen realizadas por estas dos mujeres. Lo que han sostenido investigadoras como Rocío Camacho Martínez es que Andrea de la Encarnación, que de todas las hermanas profesas adquirió el puesto de mayor relevancia dentro del convento, pudo ser la autora de ambas cartas y dar el modelo que se seguiría a partir de entonces para ornamentar estos documentos.
Se conserva también el segundo de los testamentos de Pedro de Mena, fechado el 3 de enero de 1675, que fue firmado por el escultor y su esposa, Catalina de Victoria, al igual que lo había sido el primero, datado a 28 de octubre de 1666. La realización de este segundo testamento se debió posiblemente, según afirma Marion Reder Gadow, a algunos cambios en las circunstancias personales del matrimonio, que hicieron necesaria la modificación de algunas cláusulas contenidas en el anterior. Lo interesante de este documento, en lo que aquí nos ocupa, es la disposición del matrimonio de ser sepultado, precisamente, en el ya mencionado convento de Santa Ana en Málaga, donde sus hijas eran profesas. Al estar en obras en el momento en que se firma el testamento, se sugiere que, en el caso de morir antes de que estas remodelaciones hubiesen finalizado, los cuerpos fueran llevados temporalmente a otro lugar hasta poder ser trasladados a la capilla correspondiente del monasterio, aquella que contenía las imágenes que el escultor había tallado con sus hijas.
También en el Libro de donativos y rentas del convento del Cister están documentadas obras ejecutadas por ambas esculturas, en este caso dos figuras de san Benito y san Bernardo realizadas y donadas por Andrea Maria de la Encarnación y Claudia de la Asunción al convento, para que fuesen sacadas a procesión los días correspondientes a cada santo:
“Pedro de Mena dio de limosna a este convento una hechura de un Ecce Homo en su casa para la iglesia nueva nos hicieron sus hijas Andrea de la Encarnacion y Claudia de la Asuncion, monjas en este convento, dos hechuras de nuestros padres San Benito y San Bernardo para las procesiones de sus dias […]”.
Estas dos esculturas, conservadas hasta mediados del siglo XX en el propio convento, se encuentran actualmente en el Museo de Arte Sacro de la Abadía Cisterciense de Santa Ana.
Además, el 22 de febrero de 2000 se subastaron en la casa de subastas Castellana 150, dos esculturas de un Ecce-Homo y una Dolorosa firmadas, en la cartela inferior, con el nombre de ‘Andrea de Mena y Bitoria’. Quizá fueron realizadas con anterioridad a su profesión, ya que de otro modo habría sido más oportuno que firmase con su nombre de religiosa, Andrea de la Encarnación, con lo que deberían fecharse, según algunos autores, con anterioridad a 1671.
Finalmente, cabría la posibilidad, como hemos mencionado anteriormente, de que la tercera de las hijas del escultor, Juana, hubiese participado también del oficio de su padre. El último de los testamentos de Pedro de Mena, otorgado por Catalina de Victoria tras su muerte y fechado a 30 de octubre de 1688, contiene una cláusula por la que declara que su hija, Juana de la Madre de Dios, profesa del convento de Monjas Recoletas del Cister de la ciudad de Granada, no había renunciado, como sí hicieron sus hermanas, a la herencia que le correspondería a la muerte de su padre, pero al realizar determinados gastos le debía a su madre la cantidad de dinero correspondiente por los mismos. Lo interesante es que uno de esos gastos deriva de “dos hechuras de su mano una de San Benito y otra de San Bernardo del tamaño natural acavadas deescultura y pintura cuyo balance comunico importava hasta mill ducados […]”.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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