Texto y fotografías: Lola Feijóo (@srawinter) y Sonia Taravilla Gómez (@unsereno)

     Nuevamente ha pasado. Se ha aprovechado el tirón de un gran modisto como es Balenciaga para vendernos una exposición en la que el discurso museográfico no existe.

     Las pinturas, son obras maestras de la escuela española, hay lienzos del Greco, de Zurbarán, de Velázquez, de Goya, de Esquivel y de Madrazo, entre otros. Por otro lado, hay prendas de Cristóbal Balenciaga procedentes de colecciones privadas, del Museo del Traje o del Museo Balenciaga ¿y la relación entre ambas?

     Lo cierto es que no la hay, salimos de la muestra con una sensación de haber visto una exposición visualmente muy bonita, en la que se ha cuidado la museografía y se ha trabajado la línea de marketing para vendernos productos en la tienda, pero la relación o más bien el diálogo entre las prendas y las pinturas no está.

     Las conexiones basadas en elementos conceptuales nos dejan con una sensación de frialdad, los diálogos se basan en colores, volúmenes o elementos ornamentales como flores y pedrerías. Es todo muy banal.

     Tan solo salvamos algunos casos en los que sí vemos el dialogo entre el traje y el lienzo que le acompaña. Es el caso del retrato de la Duquesa de Alba de Francisco de Goya y Lucientes, de la colección de la Casa de Alba, que se acompaña de un vestido de cóctel de los años 50.

     Otro caso es el retrato de María del Rosario de Silva y Gurtubay, duquesa de Alba, de Zuloaga junto a un imponente vestido de noche rojo de 1952; o la Santa Casilda de Zurbarán que se presenta junto a un conjunto de noche de vestido y sobrefalda de 1951.

 

     Creemos que se pierde una muy buena ocasión, dada la calidad de las obras que se exponen, de plantear como la indumentaria ha dejado huella y ha acompañado a la pintura a lo largo de la historia. Cuando se confrontan las creaciones de Balenciaga con las obras del Greco por ejemplo, además del color, que es lo que obviamente resalta, caen en el abandono otros aspectos que se podrían tratar en tamaña exposición como podría ser hablar de la paleta del Greco, de la utilización del color, de su significado, de los paños que pinta ahondando en los tejidos históricos y su comparativa con los tejidos que utiliza Balenciaga, o quién era la clientela para la que estaban destinados estos trajes, que al igual que en el caso del Greco no era accesibles para todo el mundo.

     Se ha creado un decorado perfecto, bellísimo, casi como una escena teatral en la que el cromatismo está muy cuidado y en sintonía. Si en un lienzo tenemos al arcángel Gabriel vestido de mostaza junto a él se expone un impresionante vestido de noche de 1960 en un color similar, pero el visitante cae en el riesgo de pensar que Balenciaga hizo ese u otro de los vestidos después de ver los lienzos o que los tenía en mente, pero no, no fue así.

     Las prendas hablan por sí solas, hablan de una técnica y de un saber hacer de un modisto eterno. Un modisto que despuntó en la alta costura y que vistió a una mujer elegante con sus imponentes vestidos negros, sus boleros con pedrería y brocados y sus exquisitas telas de gran peso y caída.

     Las prendas hablan, pero no lo hacen las cartelas ni los textos de las salas, no hablan porque no las hay.  Se hubiese agradecido al comisariado unas breves alusiones al proceso de trabajo de Balenciaga, a su trayectoria vital, a conceptos claves en la moda que vemos reflejados en los lienzos como son el cartón de pecho, el negro español, el tontillo, el guardainfante, el polisón o la moda directorio y la burguesa.

     En resumen, es una exposición en la que las obras de arte y las prendas son de una calidad artística enorme. Merece la pena verla, aunque solo sea por disfrutar de ellas, pero no podemos olvidar que es un museo y que se le pide más a sus exposiciones: se pide un discurso, un mensaje, una labor de documentación y sobre todo se pide que se llegue a todos los públicos y en esta, lo sentimos mucho, no se llega.

     Nos da la sensación de que el gran público acudirá al museo por el tirón de la figura del modisto y por las fotografías que van a ver en los medios de comunicación. Tras visitarla saldrán sin saber nada porque la figura del modisto se desdibuja y se pierde.

     Balenciaga sigue mereciéndose una exposición monográfica y documentada sobre su figura y su obra.

 

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