Últimamente tenemos la fortuna de que jovenes investigadores se interesan por nuestro blog como plataforma para dar a conocer sus primeros trabajos de investigación. Es una alegría comprobar las ganas que tienen las nuevas generaciones y la calidad de las pequeñas aportaciones que van realizando. En esta ocasión contamos con un estudio realizado por Mario Adanero Mazarío, Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, que nos habla de la singularidad de la arquitectura renacentista abulense.

     Decía Azorín en su discurso de entrada a la Real Academia Española que “Ávila es, entre todas las ciudades españolas, la más siglo XVI”, y no andaba desencaminado pues, en esas fechas, parece como si aquél enclave cuyo aspecto tanto debía a su pasado fronterizo, con abundantísimos hitos del románico y otros tantos del gótico, hubiera decidido ponerse al día en las tendencias europeas y, más concretamente, en las italianas y, así, vestirse de renacentista.

Juan de Echevarría: Azorín con Ávila de fondo, 1922. Madrid, Museo Reina Sofía.

     Llegado el siglo XVI pronto comenzaron a levantar los abulenses sus residencias palaciegas en consonancia con los nuevos planteamientos, confiando en unos constructores que, aunque formados en la tradición, hicieron por incorporar las demandas estilísticas de sus promotores. De este modo, un nuevo paisaje urbano fue tomando forma poco a poco, caracterizado por torres y espadañas, conventos, casas-palacio e iglesias, de tonos grisáceos, deudores del granito y marrones y rojos, del ladrillo.

Vista panorámica de Ávila. Foto: Wikimedia commons.

     Pero retrocedamos un poco en el tiempo para comprender mejor cómo se configuró este particular conjunto arquitectónico. A finales del siglo XV la ciudad contó con la presencia de maestros canteros de gran calidad como Juan Guas (catedral de Cristo Salvador, convento de San Francisco, monasterio de San Antonio) o Martín de Solórzano (monasterio de Santo Tomás, Nuestra Señora de Sonsoles, catedral de Cristo Salvador, San Juan Bautista, Santiago Apóstol) quienes, trabajando un pulcro y depurado tardogótico, van a definir las líneas de actuación de las construcciones venideras que se van a caracterizar por unos paramentos austeros, interrumpidos sólo por contrafuertes y una sucinta ornamentación en los vanos y en las líneas de imposta. Esta forma de trabajar y, en consecuencia, la estética derivada de ella no es en absoluto caprichosa, sino que tiene mucho que ver con el elemento constructivo empleado: el granito. Siendo éste el material más abundante en la zona será el principal recurso a la hora de edificar. Sin embargo, a su ventajosa adquisición se opone su dureza, lo que suponía todo un inconveniente en cuanto a su labra se refiere. De este modo, los volúmenes de las construcciones y su sobrio tratamiento van a dar como resultado una austera apariencia pero, a la vez, una digna monumentalidad propia de ese “gótico purista” (en términos de Parrado del Olmo) tan ligado al comedido pero robusto carácter de la ciudad.

 

     La pervivencia de algunas de estas formas y estructuras góticas en las nuevas construcciones, hasta bien entrado el siglo XVI, dio lugar a la interpretación de las arquitecturas no sólo abulenses, sino también en general de las castellanas, como las propias de un proceder anquilosado. Es es el caso, por ejemplo, de una obra tan importante en la ciudad como la capilla de Mosén Rubí de Bracamonte, levantada ya en la segunda década del siglo XVI por Juan Campero el Viejo, donde aún podemos observar las características formales del gótico, aunque el planteamiento sea bien distinto.

 

     Otra forma de trabajar en este periodo, y también objeto de crítica, fue la aplicación superflua de motivos “a la italiana” sobre estas estructuras “anquilosadas”. A este respecto Chueca Goitia señaló acertadamente que “lo primero que se adopta de una arquitectura extranjera es la decoración, lo externo, lo superficial, lo que queda a flor de piel. Pero variar la estructura, la distribución de los edificios, las prácticas constructivas y tantas cosas más que pertenecen a la tradición, es ya mucho más difícil”. Claro que había buena noticia en territorio hispano de las novedades y las prácticas italianas, sin ir más lejos los Reyes Católicos habían financiado el templete de San Pietro in Montorio de Bramante, paradigma renacentista, en la primera década del siglo. Sin embargo, ni las necesidades ni las costumbres ni los usos eran los mismos que en Italia en esos momentos y es por esto por lo que la adopción de su léxico fue aún superficial. En Ávila, como decíamos, no va a ser frecuente la profusión decorativa y, a pesar del evidente cambio de rumbo estilístico, vamos a seguir encontrando fachadas austeras, aunque no carentes de dignidad, como es el caso del palacio de los Mújica o, algo posterior, el palacio de Núñez Vela. La excepción en este contenido contexto va a ser el palacio de los Contreras, luego llamado de Polentinos.

 

     El palacio de Polentinos es el edificio civil más opulento y ricamente ornamentado en Ávila de la primera mitad del siglo XVI. Fue mandado construir en los años veinte por Juan de Contreras, y es a principios del siglo XVIII, al casarse doña María Antonia de Contreras y Santisteban, IV marquesa de Olivares, con Francisco José de Colmenares y Fernández de Córdoba, II conde de Polentinos, cuando el edificio toma el nombre con el que hoy le conocemos.

El palacio de Polentinos. Foto: avilaturismo.com

     La historiadora Ruiz Ayúcar afirma que es posible que las trazas y los planos para su construcción se deban a Vasco de la Zarza, aunque la obra de cantería, con seguridad, fuese iniciada por el maestro Juancho de Mendiguna en compañía de Juan de Aguirre y Juan de Arana, tal y como reflejan las actas municipales de 1526, siendo estos últimos los maestros canteros formados en la tradición y Zarza, formado en Italia, el que marcaría la diferencia.

     No es frecuente encontrar representación figurada en la arquitectura civil abulense. Si miramos a su pasado más reciente, sólo en los frisos de las casas de Pedro Dávila y Gonzalo Dávila vamos a hallar dos escuetos ejemplos, ambos fechables hacia la década de los años sesenta del siglo XV. En el Palacio de Polentinos nos encontramos por tanto ante un caso bastante excepcional pues en este panorama, por lo general desornamentado, llama notablemente la atención su riqueza decorativa centrada en la puerta principal.

 

     En el palacio de Polentinos, tanto el pórtico como la ventana situada sobre éste se encuentran flanqueados por pilastras que manifiestan una ornamentación de iconografía militar, algo para nada trivial pues Juan de Contreras, su promotor, era el alcaide de la fortaleza de Ávila, lo que también se pone de manifiesto en el matacán volado que corona el conjunto, muy similar a los que se encuentran a lo largo de la muralla. Los medallones, con emperadores romanos de perfil, tienen un claro antecedente en la ciudad: el panel de san Mateo en la girola de la catedral.

 

     También en la catedral se encuentra el sepulcro de “el Tostado”, famosísima obra de Vasco de la Zarza. Si nos fijamos en su repertorio ornamental, al igual que sucedía con el panel de San Mateo, vemos cómo se corresponde con el empleado en el Palacio de Polentinos: grutescos, grifos, sirenas, candelieri… Llama especialmente la atención la guirnalda en relieve que sirve de marco al tondo ubicado tras el obispo, un motivo repetido literalmente en el arco de entrada de nuestro palacio. En cuanto al escudo del friso flanqueado por grifos lo relaciona Ruiz Ayúcar con el sepulcro de Íñigo López Carrillo en la catedral de Toledo también atribuido a Vasco de la Zarza.

Sepulcro de Íñigo López Carrillo, catedral de Toledo. Foto: Wikimedia Commons.

     La profusión decorativa del Palacio de Polentinos continúa en el patio, destacando la galería de retratos ubicada en los dinteles y los escudos dispuestos sobre las zapatas. El esquema decorativo de los arquitrabes de la planta baja se basa en la colocación de dos retratos enfrentados, uno femenino y otro masculino, insertos en roleos vegetales y separados por candelieri y cornucopias. Se piensa que puedan ser personajes contemporáneos a su fabricación que representarían los distintos estamentos, entre los que se encontrarían Carlos V y los Reyes Católicos. En el ámbito abulense sólo vamos a encontrar una decoración similar en un edificio civil, aunque mucho más reducida, en la ventana principal de la casa de Suero del Águila, también conocida como Palacio de los Verdugo.

 

     Sin embargo, al margen de la profusa decoración, podemos percibir las concomitancias con el resto de patios palaciegos abulenses de esta época, y es que Mendiguna ya había sido contratado en 1522 para realizar las arquerías del patio del Palacio de los Verdugo siguiendo las trazas de Pedro de Viniegra.

 

     Así, podemos comprobar que este maestro cantero se dedicaba a reproducir los diseños de otros que, en base a su éxito, terminaban por convertirse en una constante con ligeras variaciones, ejemplo de ello también sería el palacio de Bracamonte. En el caso de la casa-palacio de los Contreras, Vasco de la Zarza, si es que en verdad fue él el responsable, dio un paso más en lo que al repertorio decorativo se refiere. Pero este modelo no prosperó; quizá por su complejidad, quizá por los costes y el esfuerzo que conllevaba… el hecho es que el palacio de Polentinos brilla con singularidad propia dentro del contexto palaciego abulense.

Patio del palacio Bracamonte. Foto: avilaturismo.com

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