Hoy volvemos a contar en InvestigArt con una firma invitada, en este caso se trata de un historiador del arte, Alejandro Sáez Olivares (@alesaez14), con una larga trayectoria vinculada a los museos y a la universidad, con especial dedicación a la docencia. En este primer artículo nos acerca a la creación de un género artístico fundamental en la Historia del Arte, siendo el primero de una serie sobre el bodegón y su relación con la pintura española del Barroco.
El arte de la pintura desarrolla a lo largo de su historia múltiples técnicas, estilos y géneros fruto de las necesidades de expresión y creación humana, siendo objeto de interpretación en función de sus valores estéticos, simbólicos y creativos. Desde los más tempranos ejemplos de esta disciplina artística se establecen géneros o categorías según los contenidos que en aquella se representan, como las pinturas religiosas, retratos, paisajes o bodegones. Estas categorías han sido jerarquizadas siendo históricamente mejor consideradas, y por lo tanto también más valoradas, aquellas que representan escenas más elevadas. Sin embargo las pinturas de bodegones tuvieron que esperar para abrirse hueco entre la gran pintura, integrándose primero en esta para acabar adquiriendo un protagonismo e identidad propia, constituyéndose finalmente como un género en sí mismo.
En este modesto trabajo veremos cómo desde la Antigüedad Clásica, pasando por el Renacimiento, se desarrolla un género que eclosiona en toda Europa tras la Contrarreforma, siendo España uno de los países donde más arraigo alcanzó durante el siglo XVII. Observaremos como nacen núcleos generadores de artistas en torno a Madrid, Toledo, Sevilla o Valencia que presentan estilos diversos y artistas con talleres especializados. El creciente interés del público hará que los grandes coleccionistas y promotores de arte se interesen cada vez más por este tipo de obras, decorando con ellas sus jardines y estancias, y los tratadistas del arte más importantes valoren la existencia del bodegón como género independiente.
El camino hacia la creación de un estilo. De la Antigüedad al siglo XVII
Actualmente se entiende por bodegón cualquier pintura de objetos inanimados, flores, frutas, objetos, animales muertos acompañados a veces por algún humano[1]. Pero a lo largo de la historia la pintura de este tipo de elementos ha tenido múltiples formas, significados y objetivos, como veremos inmediatamente.
Desde la Antigüedad clásica encontramos ejemplos que ya representaban pinturas de alimentos en las tumbas como parte del ajuar funerario. En ellas, el alimento material también alimenta al alma en su viaje al más allá. Pero si algo cabe destacar son las referencias literarias y pictóricas que han perdurado de las llamadas xénia, del plural de xénion: extranjero, huésped o invitado. Estas eran ofrendas que se les hacía a los visitantes cuando se les recibía en el hogar, decorando los recibidores con imágenes de esas ofrendas.
Una de las más famosas relaciones de la pintura de alimentos nos ha llegado a través de Plinio el Viejo, que narra la anécdota de la disputa entre Zeuxis y Parrasio. Ambos competían por representar fielmente la realidad, y Zeuxis pintó unas uvas tan aparentemente reales que unos pájaros acudieron a ellas engañados, mientras que Parrasio pintó una tela y Zeuxis quiso apartarla para ver el cuadro. Sintiéndose engañado él más que las aves, concedió la palma de la victoria a Parrasio. Filóstrato, por su parte, también nos describe en sus Imágenes algunos cuadros de naturalezas muertas, recreándose en los detalles de los alimentos y destacando aquellos aspectos que los hacen más reales y apetitosos [2].
Otras referencias, también rescatadas de la Historia Natural de Plinio el Viejo nos hablan de la existencia de un pintor griego llamado Piraikos, el más famoso rhyparographos o “pintor de cosas bajas” de su tiempo, especializado en pintar interiores de barberías, tiendas, zapaterías y puestos de comida, entre otras escenas cotidianas. También nos ha llegado constancia de la representación de objetos cotidianos como parte de la decoración de las escenas teatrales[3]. En cuanto a los ejemplos visuales, cabrían destacar los restos de pinturas al fresco que se han conservado en las ruinas de Pompeya y Herculano, con representaciones realistas de vasijas y jarrones atestadas de frutas, o los múltiples mosaicos en los que se pueden apreciar, de forma individualizada, alimentos de todo tipo como carnes, pescados, mariscos, setas e incluso floreros con extraordinaria veracidad[4].
Durante la Edad Media las representaciones de alimentos se integran en obras de temática religiosa, incorporándose a la narrativa de las escenas que se representan en los grandes ciclos del Antiguo y Nuevo Testamento, así como representaciones de vidas de santos. Una nueva mirada cristiana gobierna la vida de las naciones europeas, para quienes la naturaleza es obra de Dios, y como tal, es digna de ser admirada. Pero no solamente se incluyen seres vivos; los seres inanimados como libros, candelabros o muebles adquieren un protagonismo inédito tanto por su simbolismo como por su detallada representación, anticipando ya algunos modelos que veremos en el barroco.
Procedentes de los mosaicos de tradición bizantina, los modelos iconográficos evolucionan a lo largo de toda la Edad Media hacia una pintura más naturalista y de mayor riqueza en el detalle, y determinados pasajes bíblicos permitirán a los artistas recrearse en la disposición de alimentos y recipientes. Así, encontramos ejemplos como la Anunciación de la Virgen, asunto en el cual se hace habitual la presencia de un jarrón de azucenas como símbolo de pureza en el primer plano. Pero si debemos tomar un ejemplo paradigmático del cambio de actitud ante la representación de objetos inanimados, tendríamos que referirnos a la Capilla Scrovegni de Giotto en Padua. En las Bodas de Caná los alimentos se disponen sobre el mantel y las vasijas de vino se adelantan a las figuras, y en la Anunciación a Santa Ana el mobiliario doméstico se describe al detalle y se suma a la narrativa de la escena[5]. La principal novedad en estas obras es la independencia y protagonismo que cobran los objetos dentro de la composición, a los que el pintor les otorga un espacio del que son dueños por sí mismos sin dependencia del asunto principal de la escena, llegando incluso a incorporarse al primer plano.
Será pues durante el Renacimiento cuando se empiezan a definir las características del género del bodegón que eclosionará a finales de esta época gracias al auge de ciertos factores religiosos, culturales y sociales que condicionan y configuran la formación de un gusto específico en pintores y comitentes. El principal hecho que debemos tener en cuenta es, sin duda, el descubrimiento de las pinturas al fresco que decoraban las paredes de la Domus Aurea mandada construir por Nerón durante el primer siglo de nuestra era. Sus ruinas, sepultas en unas grutas bajo las termas de Trajano, conservaban multitud de pinturas que inspiraron a los artistas del pleno renacimiento, sobre todo en cuanto a transposición de motivos decorativos a los que denominarían grutescos. Estos modelos de decoración, compuestos por jarrones, armas, máscaras, flores, animales fantásticos, frutas, etc., se propagarían por toda Europa, partiendo de su utilización en las estancias vaticanas por parte de Rafael y Giovanni da Udine, y a través de posteriores copias y estampas[6].
No conviene olvidar la relevancia que en la evolución del arte tuvieron las cámaras de las maravillas o wunderkammer, las cuales se extienden a lo largo de todas las cortes europeas bajo la moda del gusto por lo extraordinario. En ellas se contienen y coleccionan diversos objetos bellos y extraños procedentes del mundo natural que se agrupan en dos categorías: artificialia y naturalia[7]. Encontramos pues a finales del siglo XVI un marco intelectual en el que se aunaban el interés por el naturalismo científico con un inusitado ánimo por el coleccionismo de obras de arte, lo cual desembocaría en una creciente demanda de pinturas como los bodegones. Del mismo modo se debe tener en cuenta el crecimiento de una disciplina como la jardinería, tan útil y demandada para la decoración y diseño de las villas italianas, y otros factores como el cultivo de flores ornamentales y la importación de especies exóticas traídas del Nuevo Mundo, que incidirían en el gusto del público que se vería interesado por las pinturas de flores[8].
Durante la segunda mitad del siglo XVI el arte irá adaptándose a las corrientes contrarreformistas que reaccionaron contra el Humanismo, lo que a efectos prácticos conlleva un alejamiento de la representación idealizada y un acercamiento al retrato de la realidad, a lo que se representa tal y como es, sin obviar sus defectos o deformaciones. Esta reacción también conllevaba una eficacia moral que debía despojar a las imágenes de todo artificio retórico o sutileza intelectual, provocando una vuelta a lo natural, sencillo, directo y emocional[9].
Con estas premisas, surge a finales del siglo XVI en los Países Bajos una corriente derivada de las multitudinarias composiciones de Brueghel el Viejo que consisten en bodegones con figuras, representando escenas de cocina con suculentos alimentos a punto de ser cocinados por cocineras representadas a la nórdica. Artistas como Aersten o Beuckelaer se recrean en los detalles de los alimentos de los puestos de carnicerías en un primerísimo plano mientras al fondo se desarrollan escenas religiosas o domésticas, composiciones que llegarían a Sevilla a través de estampas influyendo en jóvenes pintores de la época como Velázquez[10].
En Italia mientras tanto, que había estado atenta a las influencias que llegaban de los Países Bajos, hacia finales de siglo se desarrollaba en la escuela veneciana una corriente pictórica dominada por el taller de los Bassano, en la que dentro de multitudinarias escenas bíblicas y tras una apariencia doméstica rural, se reflejaban las labores del campo, sus animales y utensilios, aunque con una técnica deshecha que las alejaba de las precisas descripciones nórdicas[11]. Por otro lado, y a imitación de las carnicerías de los pintores flamencos, encontramos representaciones similares a manos de nombres de la talla de Annibale Carracci, quien en su Carnicería confiere tal teatralidad a la escena, que parece querer representar algún motivo literario picaresco[12].
Es opinión generalizada que el primer gran ejemplo de bodegón en sentido estricto lo realizó Caravaggio con su Cesta de frutas, aunque últimamente esta afirmación se esté poniendo en cuestión[13]. Las principales características del estilo caravaggista constituyen la base misma de la representación de los objetos en que se basa el género de las naturalezas muertas: estudio del natural, iluminación violenta que revela superficies y volúmenes y descripción certera y expuesta al espectador. La fruta es la protagonista exclusiva de la composición, y su frescura y lozanía resultan una invitación al espectador a través de los sentidos[14]. Con esta pieza, y consciente o inconscientemente, Caravaggio se convertía en el primer gran artista que apostaba por la natura morta, abriendo el camino para que otros pintores como Velázquez, Zurbarán, Rembrandt, Goya o Picasso pusiesen en algún momento sus pinceles al servicio del bodegón.
El estilo de Caravaggio prendió como una mecha por toda Italia y, con sus particularidades territoriales, el país se sometió a su interpretación del género hasta aproximadamente mediados del siglo XVII. A partir de ese momento, en Roma, los temas de naturalezas muertas siguen dos vías: flores y frutas como elementos decorativos; aceptación del modelo de bodegón flamenco[15].
Los Países Bajos también tenían su Caravaggio. Peter Paul Rubens era sin duda el artista más exitoso de Europa a principios del siglo XVII. Heredero del colorido y la pincelada suelta de Tiziano, era maestro de un prolífico taller, además de cortesano y embajador, lo que le facilitaba viajar a lo largo y ancho del continente copiando a los maestros y difundiendo sus obras. Recibía encargos públicos y privados de todo tipo de temática, ya fuera religiosa, retratos, alegorías o mitología, y en ellos insertaba con acierto frutas, flores y alimentos al mismo nivel sensual, apetente y opulento que sus representaciones mismas. Su taller observaba una mecánica de trabajo colaborativa entre artistas especializados que se asociaban para llevar a cabo las composiciones que diseñaba el maestro. Así, para las obras donde hubiera que representar flores se contaba con la mano de Jan Brughel de Velours, cuyas guirnaldas de flores enmarcaban escenas religiosas o alegóricas, y para representaciones de animales, piezas de caza y alimentos se recurría al excesivo Franz Snyders.
Aunque a estas alturas ya se tomaba a las naturalezas muertas como un género autónomo y totalmente independiente, lo cierto es que al igual que en la Antigüedad seguía siendo considerado inferior al resto, ya que si bien se valoraba la técnica, observación y detalle de los alimentos pintados, seguía faltándole la profundidad de los grandes temas humanos como la religión o la historia. Es por ello que durante este siglo se pretende dotar al género de cierto sentido histórico, infundiendo a las figuras representadas un carácter simbólico o alegórico que otorgue a los cuadros una categoría que trascienda la mera representación mimética de elementos naturales.
Notas:
[1] Alfonso E. Pérez Sánchez, Pintura barroca en España 1600-1750, ed. Cátedra, Madrid, 1992 (edición de 2010), p. 55.
[2] Francisco CALVO SERRALLER, “El festín visual. Una introducción a la historia del bodegón”, El bodegón, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2000, pp. 15-31.
[3] Charles STERLING, Still life painting: from Antiquity to the Twentieth Century, New York, Harper & Row, 1981, pp. 25-27.
[4] Íbidem, pp. 30-33.
[5] Íbidem, p. 35.
[6] Peter CHERRY, Arte y Naturaleza. El Bodegón Español en el Siglo de Oro, Ed. Doce Calles, Aranjuez, 1999, p. 28.
[7] En España Felipe II encarga el proyecto de la biblioteca del Escorial, en el contexto de estas cámaras de las maravillas, a Juan Páez de Castro.
[8] Alfonso E. PÉREZ SÁNCHEZ, Pintura barroca…, pp. 36-38.
[9] Francisco CALVO SERRALLER, Idem., p. 21.
[10] Ángel ATERIDO, El bodegón en la España del Siglo de Oro, Edilupa Ediciones, España, 2002, pp. 17-18.
[11] Ibidem, p. 19.
[12] Norbert SCHNEIDER, Naturaleza Muerta, Colonia, 1992, p. 34.
[13] Joan Ramón TRIADÓ, “Bodegones y pinturas de bodegón”, El Bodegón, Idem., p. 39.
[14] Ángel ATERIDO, Ibidem, pp. 20-21.
[15] Charles STERLING, Ibidem, pp. 89-90.