Dentro de la clausura del monasterio de Nuestra Señora de la Consolación de Madrid, conocido popularmente como convento de las Descalzas Reales, se conserva una capilla decorada íntegramente en tiempos del rey Carlos II, siendo uno de los mejores ejemplos de integración de las Artes. Este espacio es la Capilla del Milagro y en su génesis se pueden relacionar nombres tan importantes como Juan José de Austria, hermanastro y valido del rey hechizado, o artistas de la talla de Francisco Rizi y Dionisio Mantuano.
El origen de la capilla está íntimamente ligado a la propia fundación del convento madrileño, pues la imagen titular de la misma vino con las primeras monjas que ocuparon el antiguo palacio de Alonso Gutiérrez.
La fundación fue una iniciativa personal de la infanta Juana de Austria, princesa viuda de Portugal, que según las crónicas inició el proyecto durante el periodo en que ella ejercía el gobierno de la Corona durante las ausencias de su padre y hermano, en 1554. Para tal labor pidió ayuda a un hombre de su confianza: Francisco de Borja, duque de Gandía, que había ingresado en la Compañía de Jesús. Éste le recomendó que hiciera su fundación escogiendo para ella a monjas del monasterio de Santa Clara de Gandía, el primero en la Península que siguió la observancia de la regla reformada por Santa Coletta Beulatt en el siglo XV. De esta manera, se adecuaba mucho mejor al espíritu contrarreformístico que se estaba fraguando en esos años. Del cenobio valenciano saldrán los siete primeros conventos de clarisas “coletas” de la península, cumpliéndose así una visión profética recogida en la crónica de la fundación. En este texto se cuenta que el compañero del confesor del convento de Gandía vio como salían siete estrellas del manto de la Virgen de Gracia, repartiéndose por toda la estancia. Las siete estrellas se corresponderían con los nuevos conventos que habrían de salir de la comunidad de monjas clarisas de Gandía, siendo precisamente el séptimo, el de las Descalzas Reales de Madrid.
El día 15 de agosto de 1559, festividad de la Asunción de la Virgen, hicieron su entrada oficial en el convento las monjas clarisas, una vez adquirido el palacio y acondicionado para su nuevo uso. No obstante, el acto fundacional se fijó con la solemne traslación de la custodia del Santísimo Sacramento al altar mayor de la iglesia en la festividad de la Inmaculada Concepción del año 1564:
“…llevavan el palio del Santísimo Sacramento el catolico Rey Don Felipe Segundo, el serenísimo Príncipe Don Carlos su hijo, los Archiduques Rodolfo, y Arnesto, y el Duque de Alva, y el Marques de Pescara, seguían la procesión la Reyna Doña Isabel de Balois y la Princesa Doña Juana. Dedicaronse los tres altares, el mayor a la Asumpcion de Nuestra Señora, el colatreal del Evangelio al glorioso San Juan Bautista, de quien fue la fudadora devotisima, por aver nacido su vispera, y el la Epistola al inclito mártir San Sebastian,por aver nacido en su dia el Rey de Portugal Don Sebastian su hijo”.
Jerónimo de la Quintana: Historia de la antigüedad, nobleza y grandeza de la Villa de Madrid. Madrid, 1629.
Estas primeras monjas provenientes de Gandía, que con tanto boato inauguraban su nueva casa, traían consigo una pequeña pintura sobre madera de la Virgen con Niño. La tradición cuenta que esta imagen llegó a través de un ermitaño, de identidad desconocida, en 1525. Ese año había ido a ganar el jubileo del Año Santo a Roma y allí la adquirió o bien la pintó él mismo, aunque para algunos especialistas sería una obra atribuible a los pinceles de Paolo de San Leocadio. Este hombre estableció en Valencia una ermita en la que situó un altar con esta imagen. La ermita era sustentada con las limosnas que recogía. La Virgen fue adquiriendo veneración por parte de las señoras valencianas sobre todo a raíz del primer milagro:
“Sucedió en este tiempo, que enfermó un Cavallero de la primer Nobleza, cuyas costumbres, haviendo sido las más relaxadas, le constituyeron en la mayor desesperación, pareciéndole que para él no havría perdón, ni misericordia. En este gran conflicto acudieron al devoto Ermitaño, para que tomase a su cuidado esta alma, y alcanzase de Dios su conversión. El Ermitaño (con la gran caridad que ardía en su corazón) postrándose a los pies de la Divina Imagen, la dixo, que no se havía de apartar de ellos, hasta que con una señal exterior, y visible le asegurase la conversión de aquella alma, y buen despacho en su pretensión. ¡O asombro de la Divina Clemencia! A este tiempo, y a estas tiernas y afectuosas palabras, la Imagen, que inclinados los Ojos miraba á su Hijo, los levantó, encarándolos hacia el devoto Ermitaño, y en este mismo instante se verificó el arrepentirse aquel infeliz (ya feliz) Cavallero, y confesándose muchas veces, murió contrito y con evidentes señales de predestinado; y quedándose desde entonces la Imagen con los ojos levantados”.
Paulino de San Juan: Compendio histórico y novena de Nuestra Señora del Milagro que se venera en el convento de las señoras Descalzas reales de esta corte, Madrid, 1767.
Muerto el ermitaño en 1542, la imagen pasó a propiedad de doña Leonor de Borja, gracias a las relaciones que la familia había tenido con su anterior propietario. Leonor colocó la imagen en la capilla del oratorio del palacio familiar en Gandía donde fue acrecentándose la fama de milagrosa. A la muerte de doña Leonor, en 1553, la imagen pasó al convento de Santa Clara, donde profesaba como monja sor Juana de la Cruz, hermana de ésta.
Tras el asentamiento de la comunidad religiosa en Madrid, la imagen se colocó dentro de la clausura, aunque siguió con su fama de obrar milagros, ahora siendo la propia familia real, tan vinculada al convento, la beneficiada de los dones de la imagen, por lo que llegó a ser considerada patrona de la monarquía junto con la Virgen de Atocha. Uno de los milagros que se le atribuyeron fue la resistencia heroica de Fuenterrabía (Hondarribia), en el asedio por los franceses, en 1638, dentro del marco de la Guerra de los treinta años. El rey Felipe IV mandó hacer rogativas por la resistencia, sacar la imagen a la Iglesia de las Descalzas y llevarla en procesión por el claustro, acto en la que fue acompañada por el monarca, la reina Isabel de Borbón y el príncipe Baltasar Carlos.
Desde su fundación, las candidatas a entrar en el cenobio madrileño, debían ser mujeres con probada limpieza de sangre y de alto linaje, siendo frecuente que las hijas de las familias más importantes de la nobleza cortesana tomaran los hábitos en este convento. Se puede ver cómo fueron frecuentes los apellidos Borja, Rojas, Portocarrero o Pacheco. Pero también fue costumbre desde el principio que profesaran aquí jóvenes damas emparentadas con la propia dinastía de los Austrias, ya fueran hijas legítimas como ilegítimas. Es conocido el caso de la profesión en este convento de Sor Ana Dorotea, hija del emperador Rodolfo, quien contribuyó al monasterio sufragando las pinturas murales de la escalera y con una espectacular capilla en el claustro alto (ver aquí).
En 1656, con seis años de edad, tomó el hábito Sor Margarita de la Cruz, hija ilegítima de Juan José de Austria, hermanastro de Carlos II. Don Juan José la había engendrado durante su virreinato en Nápoles, de su relación con Rosa Azzolino, sobrina y ahijada del pintor Jusepe Ribera “spagnoleto”. Margarita profesó los votos perpetuos en 1666 y permaneció en el monasterio hasta su muerte en 1686.
Don Juan José de Austria donó al convento, en 1678, la decoración de una nueva capilla para albergar la imagen que tanta veneración suscitaba en la Corte. Con esta obra pretendía demostrar el poder adquirido, como valido de su hermano Carlos II, y vincularse a la figura de su padre, Felipe IV, al recoger la idea del difunto monarca de crear un espacio digno para la figura mariana tras su decisiva intervención milagrosa en el sitio de Fuenterrabía. El primer problema al que se enfrentará el encargo es la inexistencia de huecos para levantar una capilla dentro del convento. Es por ello que se tendrá que habilitar un pequeño espacio detrás de la Casita de Nazaret, y será la magnífica labor de los pintores quadraturistas, Rizi y Mantuano, la que logrará el efecto de espacio y suntuosidad mediante la realización de arquitecturas fingidas en perspectiva (para saber más del género de la quadratura ver aquí). Juan José de Austria se había hecho con el poder el 23 de enero de 1677. El rey Carlos II era declarado mayor de edad y la reina madre, Mariana de Austria, era alejada de la Corte y llevada a Toledo. Al año siguiente, Juan José nombrará como su pintor de cámara a Francisco Rizi y le encargará la decoración de la capilla. Estaba claro que había una intención de propaganda política en una obra de tal envergadura, aunque el resultado final no fue accesible al público, ya que la capilla quedará en la zona de mayor clausura del convento.
Para la realización de las pinturas Rizi trabajará con el pintor de origen boloñés Dionisio Mantuano, formado en el género de la arquitectura fingida. Se suele asignar el diseño de las decoraciones a este pintor, mientras que a Rizi se le atribuye la realización de las figuras de todo el conjunto. El nombre de Dionisio Mantuano necesita todavía de una profunda investigación, ya que muchos de sus trabajos madrileños son obra colaborativa con otros artistas, lo que hace difícil calibrar su destreza o su responsabilidad en la ideación y ejecución. Pensemos que Mantuano trabajará también con Claudio Coello en las pinturas murales de la Casa de la Panadería o del Colegio Imperial de Madrid.
La traza del retablo, aunque se considera obra anónima, ha de ponerse en relación con Francisco Rizi también, ya que tiene las características decoraciones que este artífice diseñó en sus trazas para retablos. El retablo acoge en su calle central la imagen de la Virgen del Milagro, y en el ático una representación de la Visitación. Las calles del retablo están separadas mediante una pilastra cajeada que tiene perfil de estípite y con un golpe de follaje a modo de capitel. No utiliza órdenes clásicos sino elementos vegetales con mucho relieve y cabezas de querubín. En las calles laterales hay dos esculturas de bulto que representan a Santa Margarita y Santa Dorotea, en alusión directa a dos de sus más insignes moradoras, Sor Margarita y Sor Ana Dorotea. Flanquean el retablo dos esculturas de los santos arcángeles Miguel y Rafael, que han sido atribuidas a Luisa Roldán. Según la tradición en el banco de este retablo se recogían trece pinturas del propio Juan José de Austria, pero en la actualidad hay unos grabados modernos.
Las pinturas de la capilla siguen el diseño de un espacio arquitectónico, con columnas clásicas pintadas de un elegante tono azulado. Insertas en estas arquitecturas hay escenas de la vida de la Virgen, pintadas por Rizi, como si fueran cuadros fingidos con su marco también pintado. En la cúpula hay una coronación de la Virgen y en las pechinas los santos de la orden franciscana.
El conjunto de la capilla logra una integración y relación perfecta entre el espacio real y el fingido, y entre las pinturas y las esculturas. Generando así uno de los espacio más destacados del pleno barroco madrileño.
Preciso y precioso, como siempre. Un placer tenerte como guía.
Gracias Manuel
Llevo toda la tarde investigando y lo mejor que he encontrado ha sido tu «INVESTIGART» Te lo agradezco ∞ + 300 (infinito más trescientos) que es lo que me dijo mi nieto Edu que me quería cuando tenía 4 años (el próximo 7 de julio cumplirá los 15) prefiero mi blog https://migranlibro.blogspot.com donde si retrocedes verás el blog en pergamino que le estoy haciendo a mi nieto desde antes de que naciera. Mi padre se llamaba Cipriano y mi hermano pequeño se llama así
Gracias por tu comentario Ildefonso. Un saludo.