“Habiéndosele ofrecido a Dionis Vidal (discípulo mío) pintar a el freco la bóveda de la iglesia parroquial (de San Nicolás Obispo) de la ciudad de Valencia; me pidió (con dictamen de aquella ilustre parroquia) que le formase la idea, que me pareciese más adecuada para aquel sagrado templo. Y habiéndome informado, que fué también su antiguo titular el glorioso San Pedro Mártir, de la sagrada religión de Predicadores, se determinó que en la una banda del cuerpo de la iglesia se pintasen elogios a San Nicolás de Bari, y en la otra de San Pedro Mártir”.
Antonio Palomino: Pintura para la Iglesia de San Nicolás de Valencia, cap. VII de su Práctica de la Pintura.
Así describía Antonio Palomino (1655-1726) su intervención en una de las decoraciones al fresco más espectaculares y complejas que todavía hoy se conservan en España. La bóveda, restaurada recientemente, luce ahora en todo su esplendor y nos habla de la enorme impronta que los pintores italianos Mitelli y Colonna dejaron en nuestro país. Éstos, fueron llamados por Felipe IV para decorar al fresco algunas de las estancias del Alcázar de Madrid, como el Salón de los Espejos, tras su gran éxito en pinturas como las realizadas en el Palacio Pitti de Florencia. Llegados a Madrid en 1658, Agostino Mitelli murió prontamente en 1660 mientras que trabajaba en el convento de la Merced y Colonna partía para Italia en 1662. De sus decoraciones pintadas al fresco en España no nos han quedado más que algunos diseños, pero su influencia llega mucho más lejos que aquello que realizaron ya que formaron a toda una serie de pintores españoles, como Juan Carreño de Miranda, Claudio Coello y Francisco Rizi en el arte de la quadratura y las grandes composiciones al fresco.
Colonna estaba especializado en la imitación al fresco de grandes espacios arquitectónicos fingidos, mientras que Mitelli realizaba a la perfección todas las figuras e historias que rellenaban esas arquitecturas que extendían las perspectivas hasta el infinito. Cuando llegaron a España tomaron como ayudantes a los pintores que ya estaban trabajando en la corte o al servicio del Rey, es decir Carreño, Rizi, Pereda, Mantuano, etc… y los formaron en este arte en el que no había especialistas en España. Esa influencia puede verse por ejemplo en las pinturas realizadas en la escalera de las Descalzas Reales de Madrid, que tras su restauración y análisis denotan claramente la influencia de Mitelli y Colonna pero que por su técnica, están pintadas al temple y no al fresco, y su fecha de realización, alrededor de 1661 cuando Mitelli ya había fallecido, podrían deberse a Juan Carreño de Miranda (véase aquí el fantástico análisis de las pinturas realizado por el profesor Morán Turina).
También es visible en algunas otras obras, como en la fantástica cúpula de San Antonio de los Portugueses, realizada por Rizi y Carreño, o las posteriores pinturas de la Casa de la Panadería de Madrid llevadas a cabo por los discípulos aventejados de éstos, Coello y Donoso. Aún así, estas decoraciones de quadratura son escasas, debido a que buena parte de ellas han desaparecido, como ya analizamos en otro post aquí.
Claudio Coello será a su vez el encargado de formar a otra nueva hornada de artistas. En 1686 se acometen una serie de reformas decorativas en el Alcázar de Madrid dentro de el Cuarto de la Reina. Se decide allí plasmar una serie de historias mitológicas en las bóvedas de diversas salas:
“Y habiendo venido Claudio para este efecto, y trazado la arquitectura, y adornos concernientes a la distribución de historias, o casos de la fábula de Psiquis y Cupido, que allí se ejecutó. Y deseando Su majestad, que Claudio no hiciera falta a la continuación de la obra del Escorial, le preguntó: de quién podía fiarse la ejecución de dicha pintura de la galería. Y entonces le debí yo, que me prefiriese a muchos, que sin duda, lo merecían mejor. Y avisado de la orden de Su Majestad por el excelentísimo señor Conde de Benavente (mi protector) fuí a verme con Claudio, para tomar la orden; y en virtud de ella, comenzamos los dos dicha obra; y habiendo pintado juntos algunas tareas a el fresco, se partió Claudio a El Escorial, dejándome, de orden del Rey, la instrucción de todo lo que se había de ejecutar en dicha galería”.
Antonio Palomino: Vida de Claudio Coello, tomo III del Parnaso español pintoresco laureado.
Gracias a Palomino, sabemos que él fue el designado por Claudio Coello para la continuación de las pinturas de la Galería del Cierzo de la Reina, cuyas directrices fueron dejadas dadas por el maestro Coello. Una práctica que como vemos él mismo seguirá más tarde en San Nicolás de Bari en Valencia. Tras las decoraciones en el Alcázar, en 1692, Palomino será llamado para pintar al fresco la decoración del techo del salón de plenos del Ayuntamiento con una alegoría de Carlos II inscrita en una quadratura que deriva de lo realizado por Coello y Donoso en la Casa de la Panadería de Madrid. Tras este trabajo, cuatro años más tarde, en 1696, se le encargarán los frescos de la capilla del Ayuntamiento de Madrid. Allí no sólo decorará las bóvedas de los tres espacios que componían el espacio, la principal de ellas con una Asunción de la Virgen, sino que también decorará las paredes de las salas con escenas de la vida de San Isidro o con retratos de los reyes actuales, Carlos II y Mariana de Neoburgo, y anteriores, efigiando a Felipe III y Felipe IV.
En 1697 Palomino marchará a Valencia acompañado de su discípulo Dionisio Vidal. Allí permanecerá durante tres o cuatro años pintando frescos. Primero realizará las pinturas de la bóveda y del presbiterio de la Iglesia de San Juan del Mercado, cuyas anteriores pinturas realizadas por Vicente y Eugenio Guilló, él se había encargado de peritar y las cuales había criticado duramente diciendo que les faltaba “el caudal del dibujo, invención y buena práctica”. Las pinturas del presbiterio, en las que se representaba el libro de los Siete Sellos han desaparecido por completo, y las de la bóveda principal de la iglesia llevan años en restauración debido a su pésimo estado de conservación.
El éxito de los frescos realizados en los San Juan del Mercado propiciará que se le encargara los de la Basílica de la Virgen de los Desamparados, los cuales ejecutó alrededor de 1701. En ella una vez más queda claro la evolución de su estilo y cómo ahora su referente artístico es Luca Giordano. En la cúpula de los Desamparados las concomitancias con los frescos de la Escalera de El Escorial de Giordano son más que evidentes. De hecho, cuenta Ceán Bermudez que:
“Testigo de la llegada de Jordán a la corte en 92,… y cuando aquel se hallaba muy ofuscado con los asuntos, que un eclesiástico le daba para pintar las bóvedas del Escorial, el rey nombró a Palomino para que se los fuera sugiriendo con arreglo al texto y al arte, lo que hizo con tanto placer de Jordán, que los besaba y decía: “estos sí que vienen ya pintados”.
Ceán Bermúdez: Diccionario histórico de los más ilustres…, 1800.
Para ambas obras valencianas Palomino contó con la ayuda y asistencia de su discípulo Dionisio Vidal, quien le había seguido desde Madrid. En esos mismos años la iglesia de San Nicolás de Valencia le encomendará a Dionisio la realización de las pinturas al fresco de dicho templo. Para ellos, como hemos visto al principio de este post, Palomino realizará el diseño y motivos iconográficos para amoldarlos al espacio arquitectónico y Vidal será el encargado de ejecutarlos.
La iglesia de San Nicolás era una construcción del siglo XIII. En el siglo XV el templo es objeto de una importante transformación arquitectónica que le confirió su imagen gótica. Es así como quedará constituido como una iglesia de una sola nave y seis capillas entre contrafuertes. En 1693 el templo será objeto de nuevas obras, eliminándose entonces los nervios de la bóveda, dando como resultado una bóveda continua, sólo marcada por los contrafuertes, ideal para recibir decoraciones al fresco. Palomino aprovechará los doce lunetos resultantes de los seis tramos de la bóveda para “hacer elección para cada luneto, de uno de los casos milagrosos, y más señalados de la vida de los dos santos (San Nicolás y San Pedro Mártir), apropiando cada caso a uno de los doce sagrados apóstoles”. Esas escenas milagrosas irán acompañadas por figuras alegóricas o virtudes, en un total de veinticuatro, y por ángeles, medallas, filacterías, y diversos elementos decorativos como roleos vegetales y marmolizados.
El resultado fue una composición espectacular, que por su división compartimentada por los contrafuertes recuerda a la Capilla Sixitina de Miguel Ángel a la cual los valencianos toman como referencia denominándola como la Capilla Sixtina valenciana. Las diferencias obviamente son muchas, así los describía Antonio Poz en el siglo XVIII:
“Por todas partes hay tarjetas y letreros, que distraen la vista de los objetos principales. En las pilastras, arcos y otras partes de la iglesia se ven pintados niños, follajes y otras cosas harto bien; y aunque Vidal no llegó, ni con mucho, a la práctica y conocimiento de Palomino, con todo, es estimable la referida pintura, así por razón del inventor como por la ejecuación del discípulo”.
Antonio Ponz: Viaje de España, tomo IV, Carta III.
Pese a todo, lo que es cierto es que el efectismo y brillante composición de estos frescos son un ejemplo magnífico de todas las enseñanzas que sobre quadratura y fingimiento espacial recibieron los artistas madrileños y cuyos ecos llegaron hasta la Valencia de finales del siglo XVII.