“…la Excelentísima Señora Duquesa de Béjar, Madre del Excelentísimo Señor Duque de Béjar, que murió sobre Buda; tan perfecta en este primor [de la pintura] que se veneran en la Corte algunos Altares con quadros de su mano…”.
José García Hidalgo, Principios para estudiar el nobilísimo arte de la pintura, 1693.
Hoy queremos sacar de la oscuridad a otra mujer que ejercitó el noble arte de la pintura, bien es cierto que es un caso diferente y queremos hacerlo además para recordar a la iniciadora de todos los estudios de género en Historia del Arte: Linda Nochlin (30 de enero de 1931- 29 de octubre de 2017) que nos debaja hace dos días. Sirva este artículo como sincero homenaje.
El caso que nos ocupa hoy, la práctica de la pintura por parte de doña Teresa Sarmiento de la Cerda, IX duquesa de Béjar, es un raro ejemplo de noble que se dedicó a la pintura. Raro por el hecho de ser ésta una mujer, y raro por la condición de arte manual que tenía la pintura en la españa del momento. El descubrimiento de esta excepción en el panorama artístico español nos vino por la ponencia impartida por David García López en el marco del Simposio Internacional “Las mujeres y las artes en la corte española de la Edad Moderna” (ver aquí).
Ya hemos comentado las dos formas habituales de acercarse al ejercicio de la pintura en la Edad Moderna, la formación dentro del taller familiar o como fruto de una educación de tipo humanista. La mayoría de los casos que hemos tratado anteriormente responden al primer supuesto, pero dentro de los ámbitos cercanos a la corte, el ejercicio de la pintura y su enseñanza estaba considerado como complemento de una buena formación. Así los miembros de la familia real solían tener profesores de dibujo. Sin embargo, el caso de Teresa Sarmiento es especialmente excepcional, al tratarse de una mujer de la nobleza. La pintura sería dentro de su formación una labor de entretenimiento para evitar tentaciones mundanas, siguiendo la mentalidad de la época, que creía a las mujeres poseían una inteligencia menor y más propicia a caer en distracciones poco edificantes. En ese contexto se entiende que la persona de se encargó de su educación tuviese una doble condición: pintor y eclesiástico.
Doña Teresa había nacido en Madrid el quince de octubre de 1631, hija del IV duque de Híjar, su nacimiento tuvo fama de milagro en la corte, por la intervención del fraile carmelita fray Melchor de San Juan. Casada en 1647 con el marqués de Valero, segundo hijo del VII duque de Béjar, accedieron a éste título tras la muerte del hermano del marqués en 1660, pero ese mismo año quedó viuda, por lo que se hará cargo del ducado hasta la mayoría de edad de su hijo primogénito.
Su relación con la pintura, como mencionamos antes, será gracias a las enseñanzas de un pintor eclesiástico, nada más y nada menos que Fray Juan Andrés Rizi de Guevara (Madrid, 1600 – Montecassino, 1681) hijo del pintor italiano venido al Escorial, Antonio Ricci (1565 – 1635), y hermano del también pintor Francisco Rizi (1614 – 1685), que había sido maestro de dibujo del príncipe Baltasar Carlos. Fray Juan es conocido sobre todo por su tratado La Pintura Sabia, dedicado a la duquesa de Béjar. Éste fue concebido por el autor antes de su relación de pupilaje con la duquesa, pero el hecho de su dedicatoria y la redacción final en castellano y no en latín hacen pensar en su posible utilización como manual para la noble madrileña. El propio Rizi incorporará al manuscrito una lámina diseñada expresamente por la duquesa con proporciones.
La relación entre Rizi y la duquesa vendría dada por la pertenencia de éste a la orden benedictina, con la que la familia paterna de doña Teresa, tenía especial relación. La llegada en 1659 a Madrid de Rizi, tras la estancia en el monasterio de San Millán de la Cogolla y Burgos, hará posible el inicio de esa relación de aprendizaje. La documentación de la compra de útiles de pintura por parte de la duquesa se fecha en 1660, cuando ya es viuda, por lo que se ha entendido que la práctica del arte, sería una distracción virtuosa en su nueva condición de viuda.
Hay que entender que dentro de la mentalidad de la época, una viuda, alcanzaba un grado de libertad inusual para una mujer de su tiempo, por lo que eran especialmente vigiladas por los moralistas (sobre este tema trata “La Dama Duende” de Calderón de la Barca, obra que os recomendamos vivamente), que les recomendaban hacer labores manuales para entretener su tiempo, evitando la ociosidad que conduce a los actos inmorales. De tal forma el ejercicio de pintura se transformaba en un ocio piadoso, en una práctica que mantenía la virtud de la viuda. Por ello la gran mayoría de los lienzos que sabemos que pintó son de temática religiosa.
“Señora, no tiene duda / el que mirandote viuda, / tan moza, bizarra, y bella, / tus hermanos cuidadosos / te zelen, porque este estado / es el mas ocasionado /á delitos amorosos; / y mas en la Corte hoy…”.
Calderón de la Barca, La Dama Duende, 1629.
Entre 1670 y 1671 será cuando la duquesa realizase una serie de pinturas para regalarlas al madrileño convento del Caballero de Gracia de franciscanas concepcionistas. La duquesa tenía autorización papal en breves de Alejandro VII y Clemente X para visitar este convento dos veces al año, en estas visitas solía llevar presentes para el mismo. La destrucción del convento tras la desamortización de Mendizábal ha extraviado las pinturas que pintó la duquesa y que cita García Hidalgo como altares de su mano.
La pista de Doña Teresa se difumina en 1706, y nada sabemos sobre la fecha de su muerte o su testamento. Por lo que es difícil atribuir alguna obra a la duquesa, siendo posiblemente la mujer cuya dedicación a la pintura está más documentada. Así, conocemos el pago de materiales y el encargo de bastidores, pero desconocemos la temática de sus obras o su estilo. Tendremos que conformarnos con la descripción que Antonio Palomino hizo de una obra de la duquesa:
“La excelentísima señora Doña Teresa Sarmiento, Duquesa de Béjar, ha pintado muy bien; y no ha muchos años, que le merecí me mostrase una cabeza de Nuestra Señora (que en Valencia llaman del Auxilio) recién hecha de su mano, en cristal, por el reverso, con harto primor”.
Antonio Palomino, Museo Pictórico y escala óptica, 1715.