Hoy vamos a hablaros de Mary Beale (1633-1699) quien está considerada como la retratista femenina barroca más exitosa de Inglaterra. Mary Beale tuvo un taller perfectamente organizado en la elaboración de retratos, ya fuesen de su círculo inmediato de amigos, de nobles, aristocratas o clérigos. Dentro de ese taller tuvo un papel destacado su marido, Charles, quien le preparaba sus lienzos y pinturas, compraba suministros, manejaba las cuentas y dejó cuadernos detallados sobre las actividades diarias de su esposa.
Mary Cradock, pues ese era su nombre de soltera, nació en Barrow, en el condado de Suffolk, Inglaterra. Su padre, John Cradock era rector y un pintor aficionado y enseñó a Mary los primeros rudimentos del arte de la pintura. Asimismo, la cercanía del pueblo natal con Bury St Edmunds, localidad donde un grupo de pintores trabajaban, pudo poner en contacto a Mary con nombres como Peter Lely y Matthew Snelling. Lo que si sabemos seguro es que a finales de la década de 1650, ya había desarrollado una formidable reputación y se hizo amiga de Sir Peter Lely, pintor de la corte de Carlos II. Observó a Lely en su estudio -un raro privilegio- y copió muchos de sus retratos, modelando su técnica a través de la del genial pintor regio. Éste tomará un gran interes en los progresos artísticos de Mary siendo considerada como una de sus principales pupilas. Lely admiraba su labor, diciendo que “trabajaba con un maravilloso cuerpo de color y era muy trabajadora”. De la cercanía de ambos artistas da muestras el retrato que Ley pintó del segundo hijo de ella, Bartholomew, hacia 1670.
Tras casarse en 1652 con Charles Beale, Mary adoptó su apellido y se convirtió en una pintora de retrato profesional, aunque en sus inicios trabajó desde su casa londinense, primero en Covent Garden y más tarde en Fleet Street. La clave para que una mujer en aquella época pudiera convertirse en una pintora profesional de exito era ganar una buena reputación, por ello escogió cuidadosamente a quién pintaba y utilizó los elogios de su círculo de amigos para lograr nuevos clientes.
Las pinturas de Mary Beale son vigorosas, muestran un color natural y fresco y denotan en su estilo de aire italiano la copia de obras maestras de los grandes genios, pero sobre todo dejan patente la admiración por el arte de Sir Peter Lely, a quien consiguió parecerse en grado sumo.
Beale fue inmensamente prolífica y alcanzó su momento de mayor éxito en 1677, cuando obtuvo ochenta y tres comisiones, cada una ganando una suma considerable. Cobraba generalmente cinco libras por una pintura de una cabeza y diez libras por la mitad de un cuerpo. Hacía alrededor de doscientas libras al año y daba el diez por ciento de sus ganancias a la caridad. Mary retrató a la nobleza, la élite cultural y religiosa e incluso llegó a realizar, en colaboración con Peter Lely, una efigie del rey Carlos II de Inglaterra.
Según iban aumentando su número de encargos la participación de su esposo e hijos en la elaboración de las pinturas fue tomando un papel más destacado. Charles, su marido, y Bartholomew ayudaron con el trabajo en el estudio, donde pintaron cortinas y esculpieron bustos. El tercer hijo de Mary, Charles, mostró gran talento en la pintura, sobre todo en la miniatura, sin embargo hacia finales de la década de los ochenta su vista comenzó a fallar y empezó a trabajar en retratos a mayor escala.
Con la disminución de la popularidad del estilo de corte de Lely, el deseo por la obra de Beale también comenzó a decrecer. En la década de 1680, promedió sólo 39 comisiones al año. Es por ello que Mary buscó entonces una nueva fuente de ingresos que le siguiera permitiendo mantener a su familia y comenzó a tomar estudiantes, la mayoría mujeres, entre las que destaca Sarah Curtis, quien también ganó fama como retratista.
Mary Beale falleció el 8 de octubre de 1699, trabajando practicamente hasta su último aliento. Fue enterrada en la Iglesia anglicana de Saint James en Piccadilly, en el corazón de Londres. Su legado no sólo son un buen número de pinturas de gran calidad si no también un escrito titulado “Observaciones” en el que la artista reflexiona sobre el arte de pintar, constituyendo el primer texto de un pintora británica sobre técnica pictórica (aquí os dejamos el enlace a un magnífico artículo de la Historiadora Helen Draper sobre dicho texto).