El caso que nos ocupa hoy sería otro de esos ejemplos en los que la sistemática labor de ignorar del nombre de una creadora, en una especie de moderna damnatio memoriae, ha causado el desconocimiento de ésta. Se trata de Elisabetta Sirani. Una pintora citada por las fuentes antiguas, con fama en vida, visitada por artistas que pasaban por su ciudad y con un funeral masivo, donde se recalcó su labor artística. Todos estos hechos tendrían que haber sido más que suficientes para que su nombre apareciera en todos los manuales de referencia, más aún, si como ésta, perteneció a una escuela importante dentro de la pintura como es la boloñesa y sus contemporáneos la igualaban al gran maestro de la misma, Guido Reni (1575-1642), con el que acabaría siendo enterrada.

 

     En el manual clásico para estudiar el Barroco Italiano: History of Art and Architecture in Italy 1600-1750 escrito para la editorial Penguin por Rudof Wittkower y publicada en 1958, el nombre de nuestra pintora, Elisabetta Sirani (1638-1665), simplemente aparece citada en el siguiente párrafo:

“La sucesión en Bolonia de Reni no necesita que nos detengamos en ella; Francesco Gessi (1588-1649), Giovan Giacomo Sementi (1580-1636), Giovanni Andrea Sirani (1610-1670), y su hija Elisabetta (1638-1665)”.

R. Wittkower: Arte y Arquitectura en Italia 1600-1750 (Edición en castellano). Cátedra. 1995.

     Esta triste mención sabe a muy poco. La labor de restitución de la inmensa obra, entendiendo el contexto de la Edad Moderna, realizada por Sirani ha sido reciente destacada en las publicaciones de Adelina Modesti (ver aquí). Nos sorprende sobre manera el patente olvido de esta singular artista, pues la fuente básica para el estudio de la pintura realizada en Bolonia, el texto de Carlo Cesare Malvasía Felsina Pittrice publicado en 1678, incluía a Elisabetta dentro de los grandes discípulos de Reni. Es más, Malvasía cita a Reni y a Serani en el volumen dos de su obra, de tal manera que el volumen lo inicia Guido y lo termina Elisabetta, en un paralelismo que no es casual. Malvasía la acabó llamando “Secondo Guido”.

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Giovanni Andrea Sirani: Angélica escapando de Ruggiero. Cassa di Risparmio di Cesena. Foto: wikipedia.

     El caso de Sirani responde bien al ejemplo, ya comentado con anterioridad (aquí o aquí), de artista mujer formada dentro del taller paterno. Giovanni Andrea Sirani (1610-1670) fue uno de los artistas formados por Reni, cuya personalidad artística fue asimilidada formidablemente por éste hasta el punto de imitar perfectamente los modos del maestro. A la muerte de Guido Reni, Sirani se decidió a abrir su propia escuela o academia de pintura, donde se formaron sus hijas, no sólo Elisabetta, sino también Barbara y Ana María. En este taller, la descendencia femenina debía adquirir los rudimentos de la pintura mediante el ejercicio del dibujo, copiando estampas y cartillas de dibujo, pero sin poder dibujar anatomias copiando del natural. Además su formación debía completarse con el conocimiento de las fuentes artísticas adquirido en la lectura de la biblioteca del taller.

 

     La destreza en el dibujo y la rapidez de ejecución que mostrará Elisabetta hará que ésta no se circunscriba sólo a los géneros mal llamados “menores” de la pintura, el retrato y el bodegón, a los que estaban destinadas las pocas mujeres que conseguían formarse en este arte. Su padre conseguirá que su hija entre a trabajar para los más importantes comitentes del ámbito boloñés. Es por ello que en su producción destacará por tratar temas como los mitológicos e incluso grandes composiciones religiosas como su Bautismo de Cristo (1658), pintado para la Cartuja de Bolonia.

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Elisabetta Sirani: Bautismo de Cristo. 1658. San Girolamo della Certosa. Bolonia. Foto: Wikicommons.

     La rápida fama adquirida por Elisabetta le valdrá para que la nobleza boloñesa, especialmente las damas, acudieran y frecuentaran su estudio, donde además de la pintura, Elisabetta daba muestras de su conocimiento de música y poesía. Su bottega se transformó en una suerte de academia donde las mujeres podían disfrutar de las Bellas Artes (pensemos que un taller como el de Guido Reni estaba vedado a éstas). Desde 1660 la academia de Elisabetta acogerá a jovenes doncellas de la nobleza boloñesa para recibir clases de dibujo y pintura, de esta manera se educarán en el conocimiento artístico, tal y como había sucedido en el siglo anterior con Sofonisba Anguissola. Entre sus discípulas se incluirán sus hermanas pequeñas.

Elisabetta Sirani: Porcia hiriéndose en el muslo. Fondazione Cassa di Rispamio, Bolonia. Foto: Wikipedia.

     El estilo de Sirani deribará del de su padre y del último Guido Reni. Una suerte de clasicismo atemperado, con un gusto por el color y las formas suaves y ecos del arte de Rafael Sanzio. Este estilo se popularizó gracias a la fama de Guido y a la ingente cantidad de obras de pequeño formato que salieron del taller del mismo para abastecer a una clientela gustosa de su delicadeza y morbidez. Es por ello que a la muerte del maestro, tanto Sirani como su padre tenían ya una clientela ávida de este tipo de obras. Dentro de la misma se puede mencionar que estaba formada por una clase media de comerciantes boloñeses, doctores y profesores de su reputada Universidad, banqueros y cardenales; así como las familias senatoriales más importantes, así como el patriciado urbano y el clero de la ciudad. Pero además trabajó para nobles, aristócratas y realeza de gran parte de Europa. Se ha supuesto que Elisabetta decidió emprender así una carrera profesional, incompatible con una vida dedicada al matrimonio y la familia, por lo que decidió permanecer soltera (sería un caso similar al de la pintora portuguesa Josefa de Óbidos, ver aquí), aunque su temprana muerte no nos permite afirmar categoricamente este hecho.

 

     Con tan sólo 27 años y de forma súbita cayó enferma y murió a los pocos días. Este hecho suscitó  la sospecha de una muerte violenta, quizá por envenamiento, y abrió un proceso de investigación en el que se arrestó e interrogó a la criada de la joven pintora. La autopsia reveló finalmente que la muerte había sido por causas naturales, una peritonitis provocada por úlceras abiertas.

Catafalco funerario erigido en la Iglesia de San Domenico (Bologna) a la muerte de Elisabetta Sirani. Publicado en la Felsina Pittrice de Malvasía (edición de 1841).

     Su prematura muerte provocó una gran conmoción en la ciudad, que se reflejó en los funerales públicos dedicados a Elisabetta en la basílica de San Domenico. Esta iglesia fue revestida de decoraciones fúnebres y se erigió un catafalco a modo de templete, con la efigie de la propia Sirani como pintora. Fue enterrada, como hemos comentado arriba, en la misma capilla que Guido Reni. Este hecho y la placa conmemorativa del mismo, situaban a Elisabetta en el estatus de heredera, en igualdad de condiciones, del gran maestro boloñés y de su escuela.

 

     La inclusión de Elisabetta en la Felsina Pittrice de Malvasía, su entierro populoso y ostentoso, así como la fama de su taller, que era de obligada visita para cualquier artista que pasara por la ciudad de Bolonia en esos años, nos ponen en la pista de que el olvido sufrido por la pintora ha sido causa y efecto de la tradicional historiografía que expulsaba del discurso “oficial” a todas las mujeres en general. Seguiremos rescatando de ese olvido a todas aquellas que no sólo tuvieron fama en vida, sino que además la calidad pictórica de su  producción bien puede aguantar la comparación con muchos de sus contemporáneos, sin desmerecer un ápice.

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