“Si queremos comprender el significado mismo de una catedral, en tanto que fábrica que define y configura un lugar monumental, nada mejor que recordar el proyecto y texto que a principios del siglo XX publicó el arquitecto expresionista alemán Bruno Taut, titulado Die stadtkrone, es decir “La corona de la ciudad”. Taut, que pensaba que la arquitectura es la expresión del ideal colectivo de la sociedad y utópicamente propugnaba un retorno a la espiritualidad y a la fantasía frente al utilitarismo y la monotonía de los barrios construidos por la burguesía del siglo XIX, concebía la “ciudad del Futuro” como un sitio ideal y luminoso, dominado por un edificio central y emergente de alta y esbelta silueta, recortada por un radiante sol naciente. Sobre la horizontal pirámide del caserío, esta torre, a manera de un faro, indicaría desde lejos la importancia del lugar”.
Antonio Bonet Correa, “La Catedral y la ciudad histórica” en Catedrales españolas en la Edad Moderna, Madrid, Fundación BBVA-Machado Libros, 2001.
Culturalmente hablando, el fenómeno de las catedrales, es un producto de la sociedad bajomedieval, como bien señalara Elie Faure. Es en el contexto de resurgimiento de las ciudades y nacimiento de un nuevo grupo social, la burguesía, cuando las catedrales se erigen como símbolo del poder regio apoyado en las urbes, frente a la antigua sociedad feudal de la alta Edad Media, que se caracterizaba por su importante componente militar y rural de los castillos y los monasterios. Así la catedral se convertía en símbolo e imagen de la ciudad, formando la cúspide, la cima más importante, en la vista de la misma. Es la sede del poder religioso, de la silla o cátedra del obispo, en las lenguas germánicas las palabras Kirche (alemán), Church (inglés) y Kerk (holandés) proceden del griego kyriakon. Catedral, del griego cathedra (silla puesta en alto) que hace referencia a la silla obispal o archiepiscopal en la que se coloca el obispo. Estas edificaciones irán adaptándose y cambiando su fisonomía de acuerdo con los gustos y sobre todo con los postulados tras el Concilio de Trento (ver post sobre adecuación de la catedrales hispánicas aquí y aquí) así es como en palabras de Bonet Correa:
“Las grandes iglesias y en especial las catedrales, con sus recios muros y la suntuosidad de sus altares, son una transcripción del templo de los templos, es decir, del Templo de Salomón, cuyo modelo indiscutible para los tratadistas barrocos era el arquetipo máximo de la arquitectura. […] Para el barroco Caramuel, el templo de Salomón era el compendio y resumen, el paradigma de la construcción, anterior a la creación de los órdenes clásicos y al origen de la arquitectura según Vitruvio”.
Antonio Bonet Correa, “La Catedral y la ciudad histórica” en Catedrales españolas en la Edad Moderna, Madrid, Fundación BBVA-Machado Libros, 2001.
Si la catedral es el símbolo de la ciudad, su emblema y su orgullo y esta afirmación es válida para la práctica totalidad de las grandes ciudades del medioevo europeo, no puede decirse lo mismo de nuestra Villa y Corte de Madrid, su falta de templo catedralicio se hizo tópico en las diferentes descripciones de la misma:
“Todos extrañan, que una Corte de tanta consideración no tenga un templo correspondiente a su grandeza, y que la falte un ornato que es común, no solamente a las demás Provincias; pues si bien no está en Madrid la Silla Arzobispal, no es bastante para satisfacer a esta nota, siendo, como es, Corte de uno de los mayores Monarcas, residencia de las personas más altas, y condecoradas del Reyno; en donde tienen su asiento Embaxadores, y Ministros de tantos Príncipes, y adonde concurren continuamente una sinnumero de nacionales y extrangeros de todas clases. Por estas razones correspondía a Madrid una Iglesia, que a lo menos igualase a la del Escorial en la grandeza, y propiedad, donde se juntase comodamente el Clero Secular, y Regular, y pudiesen concurrir todos los Consejos, y Tribunales para las Procesiones públicas, rogativas, hacimientos de gracias, y otras funciones pertenecientes a la Religión, a las que no faltase lo augusto, y magnífico del Templo, como ahora falta”.
Ponz, A., Viage de España, Tomo V, Madrid, 1787.
La modesta urbe castellana dependía religiosamente de la todopoderosísima diócesis de Toledo, Catedral Primada. Por ello siempre ha sido objeto de estudio y disertaciones las motivaciones que tuvo Felipe II en 1561 para establecer y fijar la Corte, sin ningún tipo de ceremonia, en Madrid. Seguramente no hay una sola causa, sino más bien un conjunto de ellas. Una razones más reseñadas por las que Felipe II pudo elegir Madrid pudo ser justamente la ausencia de sede catedralicia en la misma. No es de extrañar, pues la sede toledana era posiblemente una de las más ricas y poderosas por lo que era un vecino incómodo. Esta última afirmación ha venido a ser matizada o contrarrestada por el conocimiento de los planes tanto de Carlos V como de Felipe II de crear en Madrid un templo catedralicio o al menos colegial. En el primer caso, conocemos la buena disposición de León X, el papa Médici, para crear ese templo catedralicio en Madrid, pero se encontró de lleno con la oposición del Cardenal Guillermo de Croy, que veía en la intención regia un menoscabo de la diócesis toledana y sobre todo de sus cuantiosas rentas.
Pero no hay que descartar otras causas como la sentimental, para la elección de Madrid por parte de Felipe II ya que la Villa tenia presencia importante en los trasiegos de la corte itinerante desde tiempos de los Reyes Católicos y del Emperador Carlos. Madrid fue sede en numerosas ocasiones de la corte del jóven príncipe Felipe, cuando a partir de 1535, se constituyó su casa propia, separada de la Corte de la emperatriz. Este hecho es importante para que la capitalidad cayera del lado madrileño definitivamente, frente a las dos ciudades en disputa de la misma, como son Toledo y Valladolid.
Las razones sentimentales pueden aludirse también a la hora de estudiar las estancias madrileñas de la Emperatriz Isabel, que la llevarán a adquirir las casas del secretario Alonso Gutiérrez, donde nacerá la infanta Juana en 1535; y su vinculación con la figura milagrosa del futuro San Isidro, al que la emperatriz otorgará crédito de las curaciones de su persona y del propio príncipe Felipe.
Una vez establecida la capitalidad en 1561, el rápido crecimiento de la ciudad y la presencia de la Corte transformaron Madrid en en una ciudad conventual, llena de instituciones religiosas, pero carente de una catedral. Pese a la petición hecha por el Consejo de la Villa a Felipe II en 1576, para el establecimiento de una catedral en la misma, y el inicio de unos estudios previos bajo disposición regia, no se llegó a concretar ninguna medida.
El intento que más lejos llegó fue durante el reinado de Felipe III, con una bula concedida por el papa Clemente VIII y una donación de la Reina Margarita en su testamento, que ofrecía medio millón de ducados para la erección de una catedral en la Villa. Sin embargo esta iniciativa ee encontró con la oposición del Cardenal Rojas y Sandoval. En 1623 la nueva reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, también donó sesenta mil ducados para tal fin. Con ese dinero el Consejo de la Villa aquirió unos terrenos cercanos al Alcázar de Madrid y a la iglesia de Santa María de la Almudena, los que había ocupado el antiguo palacio del Duque de Medina de Rioseco, y se hizo acopio de materiales para la iniciación de las obras, realizándose una ceremonia de colocación de la primera piedra en 15 de noviembre de 1623. Pero el proyecto no pasó de esta fase y no se construyó nada.
El resto de intentos de construcción de un templo catedralicio en Madrid están vinculados a la nueva dinastía, los Borbones, y a la proyección y ejecución de los diferentes proyectos de ciudad palatina asociados al Palacio Real Nuevo. Es por ello que los arquitectos Filippo Juvarra, Giovanni Battista Sacchetti o Franceso Sabatini crearán proyectos asociados a las obras del Palacio que no pasarán del papel. Madrid, con su crecimiento sin control bajo la regalía de aposento de Felipe IV y limitada por su muralla, dejó poco o ningún espacio digno para la construcción de un templo de tal envergadura, haciendo inviable la gran mayoría de estos proyectos.
Un nuevo impulso al afán constructor de un templo catedralicio lo dieron las circunstancias históricas del convulso siglo XIX. Tras el gobierno progresista del inicio del reinado de Isabel II (ver post aquí), las relaciones entre el estado y la Santa Sede se rompieron. La reconciliación, escenificada en el Concordato de 1851, preveía una nueva redistribución de las diócesis españolas, con la posibilidad de creación de algunas nuevas, como es el caso de la de Vitoria, en 1861, Ciudad Real en 1876 y Madrid en 1884, con el nombre compuesto de Madrid-Alcalá según bula de León XIII. Para conmemorar este nuevo estatus con la Iglesia Católica, y ante la posibilidad de creación del nuevo obispado, el ministro de Gracia y Justicia, Lorenzo Arrazola, presentó en forma de Memorial, una propuesta de construcción de catedral madrileña en 1859. En su proyecto, da las claves del problema de la construcción de un templo de gran envergadura en Madrid, por lo que plantea su construcción en los nuevos barrios de ensanche que por esas fechas se están empezando a proyectar. La catedral propuesta por el ministro se ubicaría en el barrio de Chamberí, constaría del propio edificio catedralicio más el Seminario Conciliar, Tribunal Eclesiástico y Palacio Episcopal. El nuevo templo construido ex novo ocuparía un gran solar del nuevo barrio con amplias plazas y desde las diferentes entradas a la catedral se proyectaban amplias avenidas que ordenaban ortogonalmente el nuevo barrio, de tal manera que la catedral fuera un punto de atracción y emblema del mismo. Esta catedral estaría consagrada a la Inmaculada Concepción de María, como Patrona General de las Españas. Obviamente, esta idea no llegó a buen puerto.
Tras la creación de la nueva diócesis matritense se designó la Colegiata de San Isidro como Catedral de Madrid. Aunque insignes personajes como Mesonero Romanos, sugirieron la construcción de un templo en las inmediaciones de la antigua iglesia de Santa María de la Almudena, dejando éste templo como capilla adyacente, idea que a la postre será retomada en parte.
La demolición del viejo templo del Madrid medieval de Santa María de la Almudena para el ensanche de las calles Mayor y Bailén en 1868, volvió a reavivar los deseos de construcción de un templo catedralicio y la intervención del rey Alfonso XII y su primera mujer María de las Mercedes de Orleans será definitiva para que se tome en consideración la propuesta de levantar un templo catedralicio adyacente al antiguo templo, ahora demolido, frente al Palacio Real. Así en septiembre de 1879 se presenta el proyecto elaborado por el Marqués de Cubas, que será aprobado definitivamente en octubre de 1881 y se colocará la primera piedra del nuevo proyecto en abril de 1883. Para sufragar los gastos de la nueva construcción la corona aportó ciento veinticinco mil reales y por suscripción popular se añadieron cerca de ciento cincuenta mil más.
El proyecto de Cubas era una catedral neogótica con una cripta que según la lógica de los estilos se debía hacer en estilo neorrománica. Conocemos bien el proyecto por los planos y por las fotografías del Archivo Ruiz-Vernacci de la maqueta del mismo.
Las obras se iniciaron a buen ritmo y en mayo de 1911 se había abierto la cripta al culto. Las obras se detuvieron durante la Guerra Civil, y en los años inmediatamente posteriores se empezó a cuestionar la pertinencia del lenguaje elegido por Cubas y su relación con el entorno, en particular con la arquitectura barroca del Palacio Real. Por esto en 1944 el Marqués de Lozoya, entonces Director General de Bellas Artes, convocó un concurso para dar una nueva solución arquitectónica a la catedral, siendo elegida la propuesta de Carlos Sidro y Fernando Chueca, quienes dan al exterior un aspecto historicista, inspirado por las arquitecturas de los Austrias, con un lenguaje que deriva del manierismo y primer barroco y que se relacionaría con el Palacio por la utilización de los mismos materiales. Una suerte de híbrido entre exterior clasicista e interior gótico. Con este impulso y la voluntad política para acabarlo, se pudo concluir el templo en 1993, año que fue consagrado por el papa Juan Pablo II. El resultado final es una catedral que ha crecido ajena a la ciudad, que no la entiende y que ha tenido que ser llenado de piezas con valor artístico que han sido desplazadas de su lugar de origen por lo que han quedado descontextualizadas. La catedral de Madrid y la ciudad de Madrid no terminan de entenderse, porque la ciudad creció y se engalanó sin un templo de estas características y cuando por fin hubo voluntad de hacerlo, la sociedad no precisaba ya de estos referentes culturales, es al fin y al cabo la historia de un desencuentro.
Mismo argumento aplicable a La Sagrada Familia pero que creo incluso daría mucho más que hablar debido tanto al proyecto actual en ejecución, como su forma de llevarlo a cabo, el uso de materiales poco nobles como el hormigón, la, “digamos”, poco fina fachada de Josep Maria Subirachs, la excesiva catalanización/politización de determinadas partes (zonas con grandes textos en catalán y otros idiomas obviando el castellano, cuando Gaudí jamás lo hubiera permitido) y un larguísimo etcétera
Evidentemente el siglo XX no es el siglo denlas catedrales, la terminación de éstas se ha convertido en razón política, no en motivación religiosa o histórica, por lo que el resultado siempre será cuestionable. Gracias por comentar