Esta es la historia de dos soberbias obras de arte. De dos obras que tienen en común un mismo mecenas, amante de las artes plásticas, de la literatura y de la música. Este hombre fue el duque de Módena Francesco I d’Este. Francesco se convirtió en duque en 1629 tras la abdicación de su padre Alfonso III d’Este. Casi de inmediato tras tomar el poder tuvo que hacer frente a la terrible epidemia de peste de 1630 a 1631 en la que un 70% de la población de Módena fue contagiada y más de un 40% falleció. Tras ésta Francesco contrajo matrimonio con María Farnesio, hija del duque de Parma, Ranucio I Farnesio (1569-1622).
Era éste un periodo turbulento, en el que la Guerra de los Treinta años (1618-1848) todavía seguía en jaque y en la que ya no se dirimían tanto diferencias religiosas como se batallaba por alcanzar la hegemonía en el escenario europeo. El Ducado de Módena era uno de los puntos estratégicos de la península italiana y particularmente importante para la corona española, ya que geográficamente se encontraba en la ruta principal con sus posesiones italianas de Nápoles y Milán. Para asegurar el futuro del ducado de Módena Francesco se alió con la corona española y no dudó en invadir el ducado de su cuñado, Eduardo I Farnesio (1612-1646), quien se había aliado con la Francia de Richelieu para intentar contrarrestar el predominio de España en el norte de Italia. Asimismo, con esta alianza Francesco buscaba conseguir un título real, posiblemente el de Cerdeña, o al menos el nombramiento de alteza que le distinguiera frente a los duques de Mantura y Parma, asimismo también deseaba la eventual recuperación de Ferrara por su familia, un sueño que nunca se realizó finalmente.
En busca de una recompensa por su apoyo, Francesco viajó a Madrid, haciendo su entrada pública en la ciudad el 24 de septiembre de 1638. El recibimiento que Felipe IV dispensó a su sobrino fue sumamente cálido. Además su llegada conincidió con dos acontecimientos felices. Por una parte la victoria de las tropas españolas frente a las francesas en Fuenterrabia, y por otro lado el nacimiento de la Infanta María Teresa el 10 de septiembre, de quien el duque ejerció de padrino en su bautismo el 7 de octubre.
El duque fue alojado en el Palacio del Buen Retiro, en los apartamento que el Conde-Duque de Olivares usaba en el piso bajo, convirtiendose así en el primer huesped oficial del edificio. El duque quedó gratamente sorprendido por el palacio: “… sólo dire que este palacio es maravilloso en su arquitectura y sus pinturas son las más bellas de Europa… Las habitaciones son tantas que uno puede perderse en él. Los jardines son bellisimos. El sitio es tan grande como una ciudad”.
Durante el mes que el duque permaneció en Madrid Felipe IV honró a su sobrino de todas las maneras posibles. Le concendió la más alta condecoración de la corona española, el Toisón de Oro y le otorgó los títulos honorificos de Virrey de Cataluña y General de los Oceanos. Otro de los privilegios que el rey concedió al duque fue permitir que su pintor de cámara, Diego Velázquez, le retratase, algo que sólo estaba al alcance de los miembros del más estrecho círculo de la familia real. El duque de Módena, fue representando luciendo valona, armadura y la elegante banda rosa de General de los Oceanos sobre el pecho. Con este retrato probablemente se quería conmemorar la alta distición con la que el rey le había agasajado, el Toisón de Oro, el cual también es uno de los protagonistas del lienzo. Este cuadro fue considerado por Palomino como uno “de los retratos más señalados que hizo Don Diego Velázquez” y el duque quedó tan satisfecho con el resultado que, como también menciona Palomino, “honró mucho el Duque a Diego Velázquez, celebrando su raro ingenio: y habiéndole rerato muy a su voluntad, le premió liberalísimamente; en especial con una cadena de oro riquísima, que solía ponerse Velázquez algunas veces a el cuello…”.
El retrato, en el que duque se encontró sumamente favorecido, fue terminado a tiempo seguramente para que éste pudiera llevarselo consigo el 30 de octubre de 1638 e hizo que Francesco encargara a Velázquez un nuevo retrato suyo, esta vez un gran retrato ecuestre, que el sevillano se puso a realizar nada más marcharse el duque. Fulvio Testi, embajador extraordinario de la corte estense en Madrid, informaba en marzo de 1639 que “Velazquez está pintando el retrato de su alteza, el cual será maravilloso… Se ha acordado un precio de cien doblones. Velázquez es caro pero hace grandes trabajos; y ciertamente considero que sus retratos son tan de estima como aquellos realizados por cualquier famoso pintor antiguo o moderno”. Desafortundamente de ese retrato ecuestre, que bien se perdió o nunca fue terminado, es la última noticia que poseemos. El enfriamiento de las relaciones entre las cortes de España y Este pudo causar el abandono del proyecto.
No obstante, la ambición de Francesco por ser retratado por artistas ilustres no acabó aquí. Años más tarde, en 1650, el duque escribía su hermano, el Cardenal Rinaldo, en Roma, pidiéndole que persuadiera a Gian Lorenzo Bernini para que éste le hiciera un busto escultórico. Bernini accedió a la petición y trabajó para la realización de la escultura de mármol a partir de dos perfiles pintados por Justus Sustermans y uno de frente ejecutado por el francés Boulanger. Pese a las dificultades para poder realizar el busto a partir de retratos pintados de diferente calidad -tarea que el artista dijo que no volvería a hacer- Bernini tuvo acabada la escultura en septiembre de 1651.
El mármol fue enviado a Módena en noviembre de ese año y el duque se mostró encantado con el resultado. Tanto es así que recompensó al artista con la desorbitada cifra de tres mil escudos, misma suma que, por ejemplo, pagó el papa Inocencio X a Bernini por la colosal Fuente de los Cuatro Rios de la Plaza Navona en Roma. La obra alcanzó así fama casi inmediata y el Gran Duque Leopoldo de Toscana pidió un dibujo de ella casi nada más llegar a Módena e incluso el busto fue incluído en un cuadro alegórico atribuido a Francesco Stringa.
La vanidad del duque había conseguido que los dos artistas más importantes del siglo XVII le retratasen…
Gracias por este gran relato sobre dos obras fantásticas. Creo haber leído alguna vez que se creía que el caballo blanco de Velázquez de Patrimonio Nacional podía ser el retrato nunca acabado del Duque de Módena, aunque supongo que la teoría no tiene un apoyo documental.
Hola Boro, efectivamente existía la teoría de que el cuadro del caballo blanco de Velázquez que está en Patrimonio Nacional hubiera sido parte del retrato ecuestre inacabado de Francesco I. Sin embargo, esa teoría ha sido descartada por los especialistas, tanto por falta de base documental como por el estilo pictórico que parece corresponder con otro momento en la vida del artista.
Un saludo
Como en el caso de los retratos de Inocencio X de la Galleria Doria-Pamphilj, también ejecutados por ambos artistas, los retratos de Francesco d’Este pueden verse en el mismo espacio, la Galleria Estense de Módena, lo que permite percibir las diferentes intenciones y enfoques en cada retrato, de la impresión de veracidad al halago desbocado. Dos verdaderas obras maestras. Valen por sí solas el viaje a Módena, una ciudad que, por otro lado, ofrece mucho más.