En 1664 llegaba a Madrid, legada por el Cardenal Girolamo Colonna, una gran escultura de mármol blanco que conjugaba lo mejor de la antigüedad clásica con diversos añadidos de los siglos XVI y XVII. La obra le fue enviada a Felipe IV quien según el cardenal: “Su majestad, que Dios guarde, ha agradecido en extremo la estatua del águila y la ha colocado en la estancia de su despacho, viéndola con gusto cada día. Ha causado mucho ruido por la corte”. La obra en cuestión era la Apoteosis de Claudio, que en la actualidad se conserva en el Museo del Prado.
La escultura estaba formada por varias partes. La majestuosa águila que apoya sus garras sobre unas armas era la parte de la escultura perteneciente a la antigüedad. Ésta había formado parte de un monumento funerario de época del emperador Augusto (17 a-.c- 14 d.c). El pedestal fue realizado en el siglo XVI por Andrea Calamecca en honor al cardenal Alberico Cybo, príncipe de Massa y marqués de Carrara. Finalmente, fue el cardenal Girolamo Colonna quien hacia 1657 encargó al escultor Orfeo Bosselli la integración de la escultura clásica con el pedestal del siglo XVI y la realización de un busto del emperador Claudio encima del águila para completar el conjunto.
Como bien indicaba el cardenal, la obra fue colocada por Felipe IV en la Pieza de la Torre del Alcázar, en la cual el soberano tenía su despacho. En esta pieza coexistió con obras como La alocución del Maqués del Vasto de Tiziano, el retrato de García de Médicis de Bronzino, el Niño Jesús, San Juanito y el cordero de Bernardino Luini o la Asunción de la Virgen de Guido Reni.
Tras el fallecimiento de Felipe IV en 1665 la escultura fue bajada a las denominadas Bóbedas del Tiziano donde fue colocada en el “Tránsito donde esta el Nilo”, lugar que hacía referencia a una de las esculturas clásicas traídas por Velázquez desde Italia durante su segundo viaje. Allí es donde se reflejaba también en la testamentaria de Carlos II, con lo que muy probablemente conservó la misma ubicación hasta el incendio del Alcázar de Madrid de 1734. Esa fue una de las zonas que menos daños sufrieron, debido a su lejanía del fuego. No obstante, cuando en 1773 el escultor Felipe de Castro reconoció las esculturas que se encontraban en el almacén del Palacio Real Nuevo de Madrid ésta presentaba ya numerosos desperfectos:
“Primeramente en dho Almazen existe una Aguila colosal de mármol blanco, que vajo de una de las garras, tiene un globo, y en la otra un rayo; esta sre. un trofeo de armas Navales Británicas, de admirable y elegante escultura griega, regalo que hizo el Cardenal Geronimo Colonna, al Sor Phe Quarto; esta muy maltratada y rota y trabajosa de restaurar aunque se podra componer; representa el Apotheosis del Emperador Claudio cuya caveza radicada tenia enzima, y se ha perdido… tiene un grande, y famoso pedestal, con 4 bellas Aguilas en los angulos, y quatro vajos reliebes en el medio cuya escultura muestra ser de la escuela de Michael Angel, y a la verdad es pieza digna de nro Monarcha, que por tal la regalo el citado Cardenal”.
Ese estado de gran deterioro es el mismo que Ponz narraba en 1776 en su Viaje de España considerando que esta “excelente obra se halla destruida en lo principal, faltando la cabeza del emperador y algunas otras partes de la referida”. En 1784 se decide restaurar este conjunto escultórico y para ello se da orden para que el 10 de enero de 1785 se saque de la Intervención de Estatuas y se entregue a Roberto Michel “Una Caveza de una Aguila de Bronce, buen hechura qe se ha traydo para modelo de componer la Apoteosis”. Sí observamos con detenimiento la cabeza del águila de la Apoteosis de Claudio y la comparamos con las representaciones que de los espejos de las águilas del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid tenemos, comprobamos que estamos ante el mismo modelo. Ya en 1957 Antonio Blanco hacía referencia en el Catálogo de Escultura del Museo del Prado a que “la cabeza del águila” era fruto de una restauración. No obstante en la reciente exposición, realizada con motivo de la última intervención en la pieza, se señala en un diagrama que las únicas partes restauradas de la cabeza del águila son el pico y algunas plumas. Aunque sólo fuera para restaurar estas partes, lo que podemos deducir es que los espejos emblema de los Austrias, cuya descripción en los inventarios llega hasta 1773, fueron desmontados y que las águilas de bronce fueron destinadas bien a servir de modelo, como en este caso, o bien depositadas en el oficio de guardajoyas como bronce para fundir.
En cuanto a la cabeza del Emperador Claudio que coronaba la escultura, ésta ya figuraba como perdida en 1773 y así lo hacía constar también Ponz en la primera edición de su libro en 1776, mientras que en la segunda edición de 1782 se hacía referencia a una historia que había hecho circular el general inglés Galloway (1648-1720), participante en la guerra de Sucesión española: “Es muy fuera de toda verosimilitud lo que mister Galloway, general inglés, que militó en España a principios de este siglo, dice de haber hallado la cabeza de este emperador sirviendo de pesa al reloj de El Escorial, como se ha publicado en escritos extranjeros. No ha sido posible, por más diligencias que se han hecho, hallar ningún rastro de semejante invención”. Sin embargo el busto debió de recuperarse o rehacerse ya que, tras ser terminado de restaurar el grupo escultórico en 1786 por Pedro Michel, figura en la testamentaría de Carlos III. Ahí se hace referencia con todo lujo de detalles a la presencia de la cabeza del Emperador Claudio:
“Un Grupo que representa la apoteosis del Emperador Claudio. Alto tres varas, ancho vara y media en quadro que contiene el Busto de dho Emperador, con corona de rayos y un limbo o Diadema alrededor de la Cabeza: está sentada este busto sobre un aguila en actitud de lebantar el buelo, la qual posa la mano izquierda sobre un Globo, y con la derecha abraza el rayo de Jupiter: El Aguila está sobre un grupo de Trofeos: como son Escudos, Corazas, Morriones, Espadas, Ancoras, Proas y Popas de Nabios; Y la peana en sus estremos quatro Aguilas con sus polluelos asidos a un huebo en cada mano: y en sus netos quatro vajos reliebes que representan tres Fortalezas y un Puerto de Mar, hay quatro Aves y de cada pico de por si sale una Cinta en que està una Ynscripcion Griega: Tiene por entre sus molduras doce mascarones y adornos de bello gusto en… 560.000”.
No conocemos sí ya desde 1786 se ubicó el grupo en el “Gran Salón de Concierto”, actual Salón de Columnas del Palacio Real, como se cita en el inventario de 1811, dado que en la Testamentaría de Carlos III no se hace referencia a la pieza en la que estaban situadas las diversas esculturas. Sin embargo, sabemos que en esa sala es donde la Apoteosis aún permanecía en 1822, En 1828 sabemos que continuaba en el Palacio Real gracias a la noticia de Laborde, un viajero francés, que la describe mutilada en cada una de sus partes. Finalmente, en 1834 figura dentro de las colecciones “pertenecientes a S.M. que se hallan en las Galerias del Real Museo” como: “Lapoterosis [sic] de Claudio, Padre de Nerón, con un pedestal, adornado de varios atributos de la Escuela de Miguel Angel… 200.000”.
Sí atendemos a las palabras de Laborde quizás hemos de pensar que cuando la escultura entró en el Museo del Prado ésta ya había sido mutilada durante la Guerra de Independencia. Tras ingresar en el Prado la obra fue objeto de una nueva intervención en 1837 y fue reproducida en el Semanario Pintoresco con el busto sobre el águila. Es en ese momento cuando Valeriano de Salvatierra realizó una nueva cabeza del Emperador Claudio, actualmente conservada en el Museo del Prado (MNP, nº inv. E-643). Ésta fue desmontada alrededor de 1868, por lo que el busto del Emperador Claudio dejó de coronar la estatua, tal y como puede apreciarse en el dibujo de Acevedo publicado por Villa-amil y Castro en 1875, presentando así el mismo aspecto que en la actualidad.
La Apoteosis de Claudio es un ejemplo de las múltiples intervenciones por las que una escultura de época romana ha podido pasar hasta nuestros días. Asimismo es una muestra de como los talleres reales de escultura del siglo XVIII en España restauraban o recomponían piezas que estaban dañadas, reutilizando para estas labores trozos de otras obras que consideraban inservibles. Toda una tarea de lo que podríamos denominar “reciclaje” de obras de arte.
La mayor parte de este post forma parte del artículo “La labor restauradora de los talleres de pintura y escultura. Del final de la monaquía de Carlos III y el comienzo del gobierno de Carlos IV”, publicado en las Actas de las Jornadas Carlos IV y el arte de su reinado, Fundación Universitaria Española, 2011, pp. 335-365. Si quereís leer el texto completo del artículo podéis pinchar (aquí). Asimismo, a una parte de ese texto está recogido en el libro El inventario del Alcázar de Madrid de 1666. Felipe IV y su colección artística que podéis adquirir (aquí). Al artículo sobre la labor restauradora de los taller de pintura y escultura en el siglo XVIII ya le dedicamos otro post (aquí).