Las casas campestres no eran novedad en la arquitctura española, aunque recibieron un renovado impulso en tiempos e Carlos III por la influencia de la moda francesa de las casas de campo como el Petit Trianon o el Hameau de María Antonieta, y de los casinos italianos conocidos por el Rey y sus hijos en sus años napolitanos.
Poco tiempo después de contraer matrimonio con su prima Doña María Luisa Teresa de Parma, el joven Príncipe Don Carlos Antonio de Borbón (1748-1819), futuro Carlos IV, promovía la construcción de una serie de casas de campo donde entretener ciertas horas del día durante las “jornadas” o estancias de la Corte en los Sitios Reales. Estas casas serán levantadas en parajes apartados, pero próximos a los Palacios Reales, en los que la joven pareja podía divertirse. Estas casas no tenían un carácter de residencia, pues carecían de dormitorios, y en algunos casos incluso de cocina. Las casas de recreo de los Príncipes de Asturias, con su entorno de huertas y jardines, reunían las condiciones adecuadas de privacidad para que el heredero a la Corona pudiera desarrollar en plenitud sus aficiones botánicas, ornitológicas y cinegéticas, y celebrar en ellas almuerzos, veladas musicales, luminarias y otro tipo de festejos. Será en estos “caprichos” principescos donde Don Carlos desplegue principalmente sus inquietudes artísticas.
La primera de estas casas creadas por el príncipe Carlos será la Casita del Príncipe de El Escorial, la cual fue construida entre 1771 y 1773. Ésta estaba destinada “para diversión de Su Alteza” en los meses de octubre y noviembre (hace poco os hablamos del uso estacional de los Reales Sitios, aquí). Poco se sabe de sus primeros adornos interiores, ya que las decoraciones fijas conservadas corresponden en su mayor parte al reinado de Carlos IV, debido a las continuas renovaciones llevadas a cabo por iniciativa del monarca. Ya hacia principios de los años ochenta las casas del campo del príncipe lograrán fama por sus exquisitas decoraciones y trapasarán fronteras. Así el viajero Joseph Townsend escribía sobre la del Escorial: “La del príncipe es la más elegante y, se puede juzgar por un único ejemplo, constituye un feliz presagio del desarrollo que alcanzarán las artes cuando llegue al trono”.
La ampliación de la casa de campo de El Escorial se realizará entre 1781 y 1783 y será en estos años cuando se realizarán decoraciones como las llevadas a cabo en las saletas de maderas finas del piso principal, con sus pavimentos de maderas finas y bóvedas de angelotes de escayola y guirnaldas y roleos en plomo dorado.
En la Sala de la torre y salas del piso bajo quedará concentra la colección de pinturas formada por Carlos IV en sus años de Príncipe y también de Rey. Cercana al medio millar de cuadros, la mayoría de pequeño formato, en ella se podían admirar obras flamencas, italianas y españolas del siglo XVII y algunas del XVI; de temática religiosa, costumbrista, bodegones, floreros, paisajes, marinas, batallas, algunos retratos y mitologías.
La Casa de campo de El Pardo fue construida por Juan de Villanueva entre 1784 y 1791. De un solo piso, y edificada en granito y ladrillo, la obra no quedó del todo rematada hasta que en julio de 1795 se instaló el pavimento de mármoles de la rotonda.
A la casa se accedía cruzando un pequeño jardín geométrico y nada más entrar, el vistoso zaguán de entrada era el Salón de estucos, decorado con esculturas clasicistas de escayola y jarrones y roleos en plomo dorado. En el ala de la izquierda de la casa quedaron dispuestas las dos salas de mayor tamaño, con decoraciones más solemnes en las bóvedas realizadas por Mariana Salvador Maella y Francisco Bayeu y que representaban una Alegoría de las Ciencias y las Artes y La felíz unión de España y Parma impulsa las Ciencias y las Artes.
Para algunos de los interiores de la casa de campo de El Pardo idearía delicadas decoraciones el adornista francés Dugourc que no debieron de llevarse a cabo. Pero si llegarán procedentes de la capital francesa muchos de los objetos de arte que decorarán la residencia como piezas de porcelana, jarrones de tipo Medici, relojes y candelabros de bronce, y un sinfín de objetos lujosos.
El advenimiento al Trono de Carlos IV determinará el desarrollo del Real Sitio de Aranjuez, lo que llevará, a partir de 1794, a construir la Real Casa del Labrador en un solar algo apartado denominado isla de Palomeros.
La obra fue iniciada a primeros de marzo de ese año bajo la dirección de Juan de Villanueva y quedó conluida al año siguiente. Pero esta casa pronto será modificada, primero en 1796, añadiendo un ala de menor altura para cochera y “bueyería”, y posteriormente, en 1798, creando un amplio salón ceremonial con la unión de varias salas. A partir de 1801 el arquitecto Isidro Velázquez tendrá una intervención decisiva, ampliando la casa, creando unas nuevas escaleras y remodelando la fachada.
De las decoraciones de la Real Casa del Labrador destacan en primer lugar las del ala oriental, con el Retrete y el Gabinete de platino. Éste último fue encargado en 1800 a Francia y el proyecto fue llevado a cabo por el gran arquitecto de Napoleón, Charles Percier.
Otras de las decoraciones destacas puede contemplarse en la Sala de Compañía, con una rica colgadura de seda de la manufactura de Camille Pernon, que incluye bellos bordados octogonales con vistas que preludian ciertos ideales propios del Romanticismo, como la evocación de la ruina clásica, el exotismo de Oriente e incluso temporales y nocturnos.
La escalera principal es otro de los puntos focales de la Casa del Labrador. Proyectada por Isidro Velázquez, fue decorada con escayolas de José Ginés y Antonio Marzal. Para su ornato fueron encargadas en Roma cuatro estatuas de mármol blanco al célebre escultor Antonio Canova, pero los sucesos de 1808 malograron el proyecto y las figuras nunca se realizaron.
En definitiva, las casas de campo de Carlos IV son una muestra todavía latente del espíritu de su creador, un rey mecenas de las artes y coleccionista, que con su gusto exquisito y delicado nos dejó tres ejemplos de las mejores artes decorativas de la época.
El presente post es un resumen del artículo «Las casas de campo de Carlos IV», realizado por Javier Jordán de Urríes de la Colina y que fue publicado en la revista Reales Sitios, año XLV, núm. 176, segundo trimestre de 2008, pp. 4-22. Podéis acceder al texto completo del artículo pinchando aquí.