Las felicísimas casualidades son aquellas que acaban uniendo polos opuestos. Un hecho casual, el nombre de un rey, puede hacer vincular dos elementos que en origen no tenían por qué tener mayor conexión: la creación de una Academia de Bellas Artes en España y la figura del Rey-santo.

SAN FERNANDO

     Fernando, era un nombre de origen germánico que llegó con los visigodos a la Península Ibérica. Aunque no era muy común en los monarcas castellanos, sí lo era en las gentes y en los miembros de la nobleza y de la propia familia real. Sólo hay que ver su reflejo en los apellidos Fernández y Hernández, que tienen en este nombre de pila su origen. Con este nombre accederá al trono de Castilla en 1217 Fernando III, quien unificará la corona de Castilla con la de León en 1230. Fernando logrará avanzar en la reconquista de Andalucía tras la victoria de su abuelo Alfonso VIII en la batalla de la Navas de Tolosa (1212) y será uno de esos hombres medievales de compleja e interesante personalidad, que oscila entre el caballero cristiano y el hombre de estado. Su fama de santidad será temprana y se le rendirá culto en la capilla de los Reyes de la Catedral Metropolitana de Sevilla, donde está su enterramiento, ayudando a tal fin el hecho de que se cuerpo se encontraba incorrupto. Sin embargo, el proceso de canonización será lento respecto a otros santos de su misma época, como puede ser su primo Luis IX de Francia, canonizado en 1297 por Bonifacio VIII sólo 27 años después de su muerte.

Bartolomé Esteban Murillo: San Fernando. Madrid, Museo Nacional del Prado.

     El proceso de canonización de San Fernando tomó impulso en 1623, tras la canonización múltiple de Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier, San Isidro y San Felipe Neri. La ciudad de Sevilla levantó un memorial para tal fin que junto con la información que pudo ser recabada en la ciudad hispalense, fue mandado a Madrid para que desde allí se eligiese un agente que defendiera la causa en Roma. El proceso comenzó con fuerza, pero el celo de la Sagrada Congregación de Ritos, siguiendo las directrices más restrictivas impuestas por Urbano VII, provocó la dilación de la causa, concretamente hasta el 29 de mayo de 1655, momento en el que el papa Alejando VII permitió el culto en los lugares en los que tradicionalmente éste se había efectuado. El 7 de febrero de 1671, gracias a la labor de Mariana de Austria, se extendió el culto a todos los dominios de la Monarquía Hispánica. El empeño de la Reina madre y su confesor y valido Juan Everardo Nithard, consiguieron la extensión total del culto a toda la cristiandad católica el 6 de septiembre de 1672 estableciéndose su festividad en el martiriologio romano el 30 de mayo.

Jan Van Kessel II: Miniatura de Carlos II como San Fernando. Madrid, Colección particular.

Jan Van Kessel II: Miniatura de Carlos II como San Fernando. Madrid, Colección particular.

 

     La culminación de este proceso se acompañó de las pertinentes celebraciones que tuvieron su culmen en las llevadas a cabo en la ciudad hispalense, a la sazón la que custodiaba las reliquias y el cuerpo incorrupto del nuevo santo. El elemento más lucido de estas solemnes fiestas fue la procesión nocturna en la que se decoró la ciudad por medio de arquitecturas efímeras. En los trabajos de engalanamiento de la ciudad y de la propia catedral trabajarán los nombres más afamados del barroco sevillano del último tercio del siglo XVII: Pedro Roldán, Juan de Valdés Leal, Bartolomé Esteban Murillo o Francisco de Herrera “el Mozo”, entre otros. La pieza fundamental fue el arco levantado en el trascoro de la catedral con el monarca en apoteosis, que será todo un referente en este tipo de celebraciones gracias a los grabados que reprodujeron este festejo realizados por Matías de Arteaga y que se recogieron en el libro que el cabildo sevillano encargó a Fernando de la Torre Farfán para dar cuenta de los fastos celebrados.

M. Arteaga (grabado): Arco levantado en el trascoro de la catedral para la fiesta de canonización de San Fernando, reproducido en libro de Torre Farfán: Fiestas de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla al nuevo culto del señor rey San Fernando, Sevilla, Viuda de Nicolás Rodríguez, 1671.

LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES

     Con la llegada de la nueva dinastía de los Borbones, en 1700, vino también una nueva mentalidad acerca de la concepción y usos de las obras de arte por parte de los monarcas. Este cambio se ejemplifica perfectamente con la necesidad del nuevo monarca Felipe V de tener un palacio que respondiese a su real gusto (ver post aquí, aquí y aquí). Cuando por fin se iniciaron las obras del Palacio Real Nuevo de Giovanni Battista Sacchetti, se vió la necesidad de crear una institución controlada por la Corte, que se dedicase a dar una formación a los artistas dentro de los parámetros de las Academias, como las desarrolladas en Italia o Francia. Para ello efue fundamental el cambio de gusto y la llegada a España de artistas franceses e italianos, que respondían mejor al gusto academicista del nuevo monarca. Hay que tener en consideración la nueva mentalidad del siglo XVIII: la Ilustración, en cuyas ideas encontramos el germen de la creación de las Academias como la Real Academia Española en 1713 y Real Academia de la Historia en 1738.

     Un primer intento para la creación de una Academia de Bellas Artes en España será la propuesta del pintor y miniaturista Francisco Antonio Meléndez, que publicó un escrito titulado: Primer proyecto de una Academia de Artes en esta Corte, año de 1726. Representación a el Rey Nuestro Señor poniendo en noticia de S.M. los beneficios que se siguen de eregir una Academia de las Artes del diseño, pintura, escultura y arquitectura, a exemplo de las que se celebran en Roma, París, Florencia y Flandes y lo que puede ser conveniente a su real Servicio, a el lustre de esta insigne villa de Madrid y honra de la nación española.

Antonio Gonzáles Ruiz: Retrato de Juan Domingo Olivieri. Col. particular valenciana

     Sin embargo, habrá que esperar un poco más para tener el primer proyecto importante y que pasará del papel. Éste está vinculado a las obras del Palacio Real y sobre todo a la figura del escultor que vino a hacerse cargo de la decoración del mismo: Giovan Domenico Olivieri (1706 – 1762). Este escultor originario de Carrara (Italia) había llegado a Madrid en la primavera de 1740, siendo nombrado Escultor Principal y Director de toda la obra escultórica para el Palacio Real.

Antonio Joli: Vista del Palacio Real de Madrid en 1753.

     Para el monarca los artistas españoles resultaban provincianos, pues pocos habían estado fuera de nuestras fronteras, no habiendo recibido formación de las academias italianas. Es por ello que el escultor carrarés propuso poner fin a este problema creando un sistema de enseñanza académico en la Corte. Así concebirá crear y poner en funcionamiento una Academia de Pintura y Escultura con carácter privado, en su propia casa, que funcionará como tal a partir de 1741. El escultor se hará con todo lo necesario para tal fin: dibujos, estampas y mobiliario. El proyecto ya en marcha será presentado a Felipe V que lo dará a estudiar a una junta preparatoria. Los intereses velados de algunos miembros de la misma harán dilatarse el proyecto de transferir la Academia de Olivieri al patronazgo del monarca, que finalmente se aceptaba en 1744 con el nombre de Real Academia de las Tres Nobles Artes. Con esta fundación se institucionalizaba una política cultural y artística, dentro del gusto de los monarcas, que imponía un nuevo concepto de la arquitectura, la ciudad, de la magnificencia de las artes plásticas y los objetos suntuarios, que van a corresponder con el lenguaje barroco clasicista que imperaba en Roma y que había triunfado en Francia, lo que se entendía por <<buen gusto>>.

     En un principio, las clases se continuaron en las habitaciones habilitadas por Olivieri en el Arco de Palacio, el edificio de la Real Armería de tiempos de Felipe II, en la plaza del Palacio.

La Real Armería con el Arco de acceso a la Plaza de Palacio. Foto antigua ca. 1885.

     Aunque el proyecto, como hemos visto, es de 1744, la inauguración oficial de la Real Academia de Bellas Artes no se producirá hasta el 12 de abril de 1752, bajo el reinado de Fernando VI, hijo y sucesor de Felipe V. Este acto se llevará a cabo en un espacio singular: el Salón Real de la Casa de la Panadería en la Plaza Mayor, bajo el techo pintado con quadraturas por Claudio Coello y Ximénez Donoso. En honor al nuevo rey, la Academia recibirá el patronazgo de San Fernando, denominándose a partir de esta fecha como Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Claudio Coello y José Ximénez Donoso: Techo del Salón Real. Madrid, Casa de la Panadería.

     En 1773 se decidirá el traslado de la Academia a un nuevo edificio: el palacio Goyeneche en la calle de Alcalá, obra barroca de José Benito Churriguera, que sufrirá el afeitado neoclásico de Diego de Villanueva, sede que perdura hoy en día.

J.B.Churriguera. dibujo palacio Goyeneche Madrid. col. particular

José Benito de Churriguera: Dibujo para el Palacio de José de Goyeneche, actual Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

     La Academia y su sistema de enseñanza, además de sus concursos y becas en Italia, cambiaron considerablemente las Artes españolas del siglo XVIII y ayudaron a la introducción del gusto neoclásico, además de vincular el nombre de San Fernando a las Bellas Artes para la posteridad.

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