En pleno corazón del Madrid de los Austrias, cerca de la icónica plaza Mayor, se erige uno de los templos más característicos del barroco madrileño: la Colegiata de San Isidro, antigua iglesia del Colegio Imperial de los Jesuitas en Madrid. Este espacio ha sufrido como pocos los vaivenes de la historia y sus consecuencias en el patrimonio histórico artístico. Como templo principal de los Jesuitas en Madrid, muy vinculados a la familia real, esta iglesia fue enriquecida y ornada especialmente. Las capillas fueron adquiridas por familias de renombre que estaban dispuestas a dejar huella con los encargos artísticos para sus fundaciones. Pero con los avatares históricos: expulsiones de los jesuítas, desamortizaciones y especialmente la quema intencionada del templo en 1936; mucho del patrimonio artístico, especialmente las decoraciones murales y los retablos, perecieron víctimas del fuego. Sólo la prevención por la proximidad del Instituto de Educación Secundaria San Isidro con el que era colindante hizo que se libraran del fuego, casi milagrosamente, las capillas del lado de la Epístola.
De entre estas capillas salvaguardadas del fuego para que no se pasara el incendio al edificio contiguo, cabe destacar la tercera empezando por los pies de la iglesia: la Capilla del Cristo de la Buena Muerte. Este espacio fue adquirido en 1633, en el transcurso de la obras de construcción de la iglesia, por un importante miembro de la corte: Francisco de Tejada y Mendoza, del Consejo de Castilla. Aquí tenía pensado alojar su enterramiento familiar y para ello dispuso piezas de su colección privada de arte que habían de adecuarse al espacio mediante la inclusión de éstas en tres sendos retablos diseñados nada más y nada menos que por el noble italiano Giovanni Battista Crescenzi, autor del Panteón de Reyes de El Escorial.
En estos altares diseñados por el italiano se debían disponer una Adoración de los Reyes de mano de Tiziano, un San Miguel y en el centro un Cristo de gran tamaño que el comitente tenía en el oratorio privado de su casa. Esta imagen no es otra que el Cristo de la Buena Muerte del imaginero andaluz Juan de Mesa y Velasco y que reproduce el modelo creado por éste para la Casa Profesa de los jesuitas de Sevilla.
Esta advocación e iconografía: Cristo muerto, estaba muy vinculada a los cultos que la Compañía de Jesús estimulaba entre sus seguidores. La ayuda en el bien morir era parte de las prácticas religiosas relacionadas con los ejercicios espirituales y con las cofradías y asociaciones que surgían cercanas a la orden religiosa. Parece que los herederos llegaron a un acuerdo con los religiosos madrileños y acabaron cediendo la titularidad de la capilla al Colegio Imperial en 1670, años en los que se remodela totalmente creándose un programa iconográfico y escenográfico acorde a la talla de Mesa, que era la absoluta protagonista de la misma.
Las obras arquitectónicas, tanto la cúpula encamonada como el retablo-camarín, se deben al también jesuita Francisco Bautista, muy activo en la corte durante el siglo XVII y creador de otros espacios devocionales barrocos como la Capilla del Cristo de los Dolores de la V.O.T. El retablo se va a configurar con un orden salomónico y con un juego de policromía muy vinculado a las obras más importantes del ámbito madrileño, ya que imita mármol gris de San Pablo de los Montes en Toledo y jaspes rojizos, además del bronce dorado para los detalles arquitectónicos. Son prácticamente los mismos colores que los usados en otros espacios de igual trascendencia como el citado Panteón de El Escorial o la Capilla de San Isidro en la parroquia de San Andrés.
Al escultor malagueño Pedro de Mena y Medrano se le encargará completar la escenografía con tres tallas para transformar el Cristo en un Calvario: María Dolorosa, San Juan y María Magdalena. La talla de la Dolorosa se convertirá a su vez en imagen devocional por lo que se multiplicarán las réplicas por varias iglesias de Madrid. Además de añadirse en el retablo figuras de ángeles con instrumentos de la Pasión que están atribuidos a la magnífica escultora sevillana Luisa Roldán.
Para completar la decoración se incluyeron las pinturas. A Francisco Rizi se le encargarán en 1675 los dos grandes lienzos que colgaban de los muros laterales de la capilla: Cristo ante Caifás y Cristo ante Pilatos camino del Calvario. La decoración de las paredes corrió a cargo del pintor italiano Dionisio Mantuano, especialista en quadraturas y escenografías, con motivos de la Pasión. La cúpula encamonada fue encargada a Claudio Coello que pintó en las pechinas a profetas que anunciaban la Pasión y en la cúpula a ocho ángeles con los instrumentos de la Pasión en una vista de sotto in sù.
Así se creaba un lugar para la devoción, propicio para la composición de lugar de las prácticas jesuíticas, útil en la meditación sobre la Pasión y en los Ejercicios de Buena Muerte que estaban recompensados con indulgencias por decreto del Papa Alejandro VII en 1655. A esta función se le añadiría en el siglo XVIII las Novenas de los dolores de María, práctica importada de Nueva España por el primer duque de Atrisco, D. José Sarmiento Valladares, contribuyendo así a la permanencia y vigencia del conjunto y al éxito del mismo, que podemos comprobar por el número de estampas dedicadas a la imagen de la Virgen de los Dolores de Mena y por la versión del conjunto que los jesuitas de Valladolid encargaron al escultor Juan Alonso de Villabrille.
El conjunto se salvó de la quema en 1936 pero no de la destrucción. La barbarie humana hizo a las figuras del calvario pasto de la destrucción, salvándose sólo la imagen titular del Cristo. Pero en lugar de volver a montar el espacio barroco, fruto de la conjunción de los mejores arquitectos, pintores y escultores del seiscientos en la Corte, se prefirió separar el conjunto y hoy en día el Cristo de la Buena Muerte preside aislado el enorme vacío del presbiterio de la Catedral de Santa María de la Almudena. Mientras una copia moderna del Jesús del Gran Poder, imagen icónica de la Semana Santa sevillana, preside la capilla en la Colegiata de San Isidro. Perdiéndose así en parte la idea original y el conjunto de uno de los mejores ejemplos de Bel Composto del Madrid barroco.