Esta es la historia de un edificio que nos ha sorprendido en uno de nuestros viajes. La arquitectura de este castillo canadiense no es de esas que quita la respiración. Para nosotros los europeos, acostumbrados a ver maravillosos edificios de cientos de años, no nos sobrecogen las arquitecturas “neo” que imitan tiempos pasados. Sin embargo, la historia del personaje que mandó construir esta singular palacete, en la loma más alta de Toronto, es la historia de un visionario que merece ser contada. Un hombre que en muchas cosas se adelantó a sus contemporáneos y cuyo sueño era construir una residencia al modo de las grandes mansiones inglesas. De hecho se inspiró en el castillo de Balmoral en Escocia.
El nombre de ese soñador era Henry Pellat, quien había nacido en Canadá en 1859. Hijo de un importante empresario bursátil, muy joven dejó los estudios y se unió a la empresa familiar y con 20 años viajó a Europa donde se enamoró de su arte y arquitectura. A su vuelta de Europa, en 1880, supo del invento y patente de Thomas Edison de la bombilla y de la capacidad de generar electricidad a través del vapor. Pellat fue consciente de la importancia de tal descubrimiento y pensó que generar electricidad y distribuirla en Toronto podía ser un negocio rentable. Es asi como en 1883 fundaba la Compañía Eléctrica de Toronto, la cual se hizo con el monopolio para suministrar luz en las calles de la ciudad.
Tras este exitoso negocio expandió sus intereses hacia el ferrocarril, invirtiendo en varias líneas nuevas ferroviarias que resultaron sumamente lucrativas. Así, poco a poco, llegó a poseer 21 compañias de muy diversos ámbitos, desde los seguros a la minería. En 1901 tuvo una nueva visión. Viendo la fuerza del agua de las cataratas del Niágara pensó que ésta podía aprovecharse para generar electricidad. Es así como junto a unos socios consiguió construir la primera planta hidrogeneradora allí.
Su agudeza en los negocios y el éxito en todo aquello que emprendía hizo que amasara una fortuna de más de 17 millones de dolares de la época, algo así como la cuarta parte del producto interior bruto de todo Canadá en aquél momento. Con tal inmensa fortuna en su poder Pellat decidió hacer realidad uno de sus más anhelados sueños y construir para él y su amada esposa, lady Mary, una residencia adecuada para el rey de los negocios. Adquirió para ello en 1908 unos terrenos en lo alto de una loma desde la que se divisiba todo Toronto y el lago Ontario, y contrató al arquitecto más famoso de la ciudad, Edward James Lennox, autor del ayuntamiento antiguo o del edificio del Banco de Toronto entre otros.
La gigantesca mansión que anhelaba Pellat se construyó en tres años (aunque algunos trabajos no llegaron a completarse) y sus cifras mareaban. Supuso un coste de unos 3,5 millones de dolares (unos 75 millones de hoy en día) contaba con unos 6011 m² construídos y 98 habitaciones. Para su decoración se hicieron llegar piezas de arte de todo el mundo, alfombras persas, fuentes de mármol italiano o una réplica del escritorio de Napoleón. Pero no sólo se cuidó al detalle su decoración, sino que también se pensó en su utilidad y en que la mansión cumpliera con los adelantos más importantes que la hicieran útil. Por ello tanto las habitaciones de la familia como aquellas diseñadas para los invitados contaron con los baños más modernos de la época, que incluían duchas de chorros de agua entre otras comodidades.
Los Pellat se mudaron a la Casa Loma en 1914 y durante los 10 años que allí residieron compartieron su residencia con lo más granado de la sociedad canadiense de la época, siendo famosas las fiestas que se celebraban en ella.
Sin embargo la fortuna que siempre le había sido propicia a Sir Henry Pellat cambió inesperadamente. Para poder financiar los trabajos de su querida Casa Loma se endeudó más y más; a esto se unió que un cambio de gobierno hizo que se le expropiaran sus empresas electricas en Niágara y Toronto. Intentando reflotar sus negocios invirtió en un nuevo mercado, el de la aviación. Sin embargo la I Guerra Mundial dió al traste con sus esperanzas y cayó en la bancarrota. Sus compañías adeudaban 1,7 millones al Home Bank of Canada y Pellat se vió forzado a no pagar los impuestos municipales que se le cargaban por Casa Loma, que eran unos 1.000$ al mes, y tampoco pudo hacer frente a los gastos de servicio y carbón de la enorme mansión que ascendian a más de 32.000$ al año. Arruinado no tuvo más remedio que subastar publicamente las piezas artísticas de su mansión, las cuales estaban valoradas en más de 1,5 millones y fueron rematadas en unos ridículos 250.000$. Mobiliario de estilo Chippendale o Luis XVI fue vendido en 30$, el dormitorio de Lady Mary que imitaba porcelana de Wedgwood fue adjudicado en 45$ o el maravilloso órgano que presidia el hall principal y que había costado 75.000$ fue rematado en 40$!!!
Finalmente los Pellat tuvieron que abandonar Casa Loma en 1924. Lady Mary falleció poco después y sir Henry pasó sus últimos días viviendo en la casa de quien había sido su chofer. Por su parte la mansión pasó a ser propiedad de la ciudad de Toronto debido al impago de los impuestos municipales. La mansión que un día fue un monumento a la riqueza privada se convertía así en un bien público. En los años 30, tras varios años de abandono en los que se estuvo decidiendo qué hacer con ella y después de una importante reconstrucción, era abierta a los ciudadanos. Hoy es uno de los lugares más visitados de Toronto, puesto que se ha convertido en un monumento que cuenta no sólo la historia de un visionario, que un día quiso ser rey, sino también un lugar que cuenta como ningún otro la historia de los años más importantes de la ciudad.