En torno a 1770 el académico de San Fernando, Antonio Ponz, inició un proyecto ambicioso: recorrer la mayor parte del territorio español para realizar un catálogo erudito sobre el patrimonio histórico-artístico que en esos años finales del siglo XVIII aún subsistía. Tanto el proyecto como la valoración que hizo Ponz es fruto del academicismo y de las ideas ilustradas, tan en boga en esos tiempos, influenciadas por la necesidad de etiquetar y ubicar todas las manifestaciones del mundo sensible, tanto las naturales como las realizadas por el hombre. Son los años de mayor preocupación por la botánica y por la historia. El proyecto original del que partió Ponz fue idea de Campomanes, quien en un principio pretendía tan sólo inventariar los bienes que había dejado la Compañía de Jesús expulsada de España por Real Decreto en 1767.

Antonio Ponz: Autorretrato. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Antonio Ponz: Autorretrato. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

     El académico inicia su recorrido cargado de un enorme prejuicio, los gustos y valoraciones que la Ilustración y el academicismo tenían de aquello que era “bueno” o “meritorio”. Y aunque esos juicios de valor en muchas ocasiones se ensañan con lo que consideran de “mal gusto” es de valorar la indudable voluntad de conocer para salvaguardar el patrimonio cultural. Estamos pues ante un ejemplo de los inicios balbuceantes de la Historia del Arte Hispánico. Siguiendo la moda literaria del siglo XVIII, el modo en el que Ponz desgrana sus apreciaciones y conocimientos es mediante el recurso de la carta. Escritas a un académico amigo suyo, utiliza este topos para articular el discurso y descripción de sus “viages”. El resultado final se fue imprimiendo en un total de 18 volúmenes con el nombre de Viage de España, o Cartas en las que se da noticia de las cosas mas apreciables y dignas de saberse, que hay en ella entre 1772 y 1794.

Antonio Ponz: Viage de España. Tomo X.

Antonio Ponz: Viage de España. Tomo X.

     En la Carta II del tomo X, escrito en torno a 1781, Ponz realiza un alegato acerca de lo difícil de su trabajo y de los juicios de valor que le han supuesto:

“Dígame V. [abreviatura de Vuestra Excelencia] ¿se puede dar cosa más graciosa, como verme preguntar cada instante, cuando escribe V. de mi Provincia, de mi Ciudad, o de mi pueblo? ¿Llegará este caso? No lo creo, según el camino, y la sorna con que V. lo lleva. No tendrán este gusto mis paisanos, y al cabo se quedarán en la duda de lo que han de apreciar, o despreciar en materia de bellas Artes, si esperan a que V. se lo diga.

Esta canción la oigo a cada paso y también me escriben con freqüencia de diferentes parages, como si para complacer a dichos Señores, y darles gusto fuese bastante, cerrarse uno en su quarto, y ponerse a escribir; o entrar v. G. en una biblioteca; coger dos o tres docenas delibros, y extractarlos, o finalmente usar de otros medios, con que a pie quedo pueden hacerse obras malas, medianas, buenas, y excelentes, según el ingenio de cada uno, y su talento.

Para la mía, buena, mediana, o mala, es necesario empezar, montando a caballo; echarse luego a corres por esos caminos sin temor de soles, fríos, lluvias y demás incomodidades; dormir quando se ofrece en el duro suelo de los mesones; comer mal, y gastar mucho; ver, discernir, apuntar, volver a casa, y poner tal qual en algun tono lo que despues se ha de dar al público.

¿Pero que? Ya llegó el caso de escribir de aquel pais: allí es la función. Este hombre, dicen unos, es un solemne mentecato: habla a troche y moche, sin saber lo que se pesca: ¡pues no es buno, que de obras, y retablos, que han costado inmensos tesoros, dice que son indignos maderages, informes armatostes mamarrachos clásicos, nidos de ratones, receptáculos de polvo, e indecentes muebles en las casas de Dios, con otros disparates semejantes!”.

     En estas líneas, además de mostrar los evidentes inconvenientes de su proyecto, el necesario viaje, deja ver cuál es la piedra de toque de las críticas a su obra: su valoración y calificación excesivamente negativa de las obras que el ideario popular tiene como mejores en esos momentos, es decir los retablos barrocos en madera dorada. Ponz parece tener una especial inquina contra estas obras cumbres de nuestro arte. Como ejemplo un botón, en los siguientes párrafos carga contra una de las obras más significativas del Barroco dieciochesco español, el Transparente de la Catedral de Toledo realizado por Narciso Tomé:

“Por último con saber, que un Templo, qual es la Catedral de Toledo, dixo que el Transparente era una Arquictetura desatinada, y bárbara, está dicho todo. No es esto lo peor, sino que la persona más alta de la Monarquía despues del Rey desaprobó también dicha obra, quando fue a aquella Ciudad y se puso delante de ella de lo que muchos fueron testigos, y por último desde entonces lo han hecho, y se precian de sabidos

¡Aquel Transparente tan celebrado, aplaudido, y dispendioso, que nada menos costó que doscientos mil ducados, y con nada menos que con muchas fiestas, hasta corrida de toro, se celebró su descubrimiento! ¿Cómo se le pasó por alto a este pedagogo de las Artes aquel eruditísimo libro de la Descripción del Transparente, que escribió D. Francisco Xavier de Castañeda con tanto aplauso y aceptación? ¿Por qué no tuvo en la memoria el retazo siguiente: Diestro Artífice (habla de D: Narciso Tomé) Maestro de tan bello promontorio, destinado al modo que el de Troya… para que dirigiendo tantos como coligó la gratitud oficiosa, al todo de las tareas en su traviesa inventiva, saliese de la obra en todo tan perfecta, que compitiendo en ella lo singular, lo proporcionado, y lo precioso, se alzase con el nombre de única?

Podía haber leído más adelante: De una parte infatigables desvelos, de otra acertadas resoluciones sacaron perfecta la más primorosa obra, que hasta ahora han admirado los siglos: forjaron tal primor en el conjunto que aequata [sic.] machina coelo, al más atento cuidado le sobró mucho para discurrirle vivo diseño de la gloria ¿Cómo había de haber prorumpido aquel docto escritor, poniendo en sus comparaciones al Transparente sobre las mayores obras del mundo, diciendo tantas y tan divinas cosas? Y hasta citar el lib. 6 de Vitruvio, cap. 8 esto es: si ad singulorum gerun personas, ita disposita erun aedificia, non erit quod reprehendatur. Léase más adelante la menuda, y diligente descripción que hace de esta grande obra, y verán todos i entendía de Arquitectura un poquito más que nuestro censor.

¡Qué propiedad de términos en aquel libro para describir la incomparable obra!… rompimientos, cimacios, alquitrabes, tambanillos, aletoncillos, arrugoncillos, y arrugones; roleos, estrias, alcatifas, concavidades, oblicuiddades, colosos, desgajes, earistas en perspectiva, grutescos, targetones, frontispicios rotos, &c.el unum pro cunctis fama loquator opus.

La ignorancia del Público (concluyen al fin) es quien tiene la culpa de que haya estos charlatanes, pues en lugar de abominar de dicharachos, se va ciegamente detrás de ellos, compra, y lee la obra de este Viage; y el Autor, que lo ve, y lo oye; toma alas para proseguir en sus entusiasmos.

Amigo, créame V. esto es lo que al pie de la letra sucede: esto lo que muchas veces me da risa: ¿y a quién no se la dará semejante embrollo? Por sí V. no lo sabe, el tal libro del Transparente es en su término otro Transparente”.

     Sobre el barroco final en la capital del reino, Ponz da un juicio en principio incuestionable:

“¡Qué más! ¡viviendo en Madrid, como vive, ha tenido valor de proferir, que la portada del Real Hospicio (asombro de nuestros pasados que conocimos) es la cosa más ridícula, y extravagante, que han imaginado los hombres: que si fuera posible padecer en la Bienaventuranza, aun sufriría martirio el bendito S. Sebastián, de verse puesto en la disparatada fachada de su parroquia de Madrid: que el retablo mayor del Espíritu Santo, en el qual se gastó madera, y oro sin tasa, es lo peor de aquel templo: y que el de Santo Thomas se encuentra entre los promontorios de primera clase y más extraños que hay en la Corte; como si se hubiera borrado la memoria de que los dichos retablos fueron la admiración de la gente al descubrirles!”.

     El citado retablo de San Sebastián sucumbió como el propio templo y nada nos queda de él (ver aquí imagen de la iglesia derruida), al igual que el citado del Espíritu Santo, derribado para levantar el Congreso de los Diputados. Misma suerte corrió Santo Tomás, que pereció en un terrible incendio en el siglo XIX que arruinó por completo el templo y sus ornatos, por lo que no podemos juzgar el veredicto del académico. Sin embargo, al hilo de lo dicho de la fachada del Hospicio de San Fernando, bien nos parece que estos retablos hubieron de ser piezas extraordinarias, obviamente alejadas del gusto académico, pero que nos proporcionan todavía más añoranza por ese patrimonio perdido.

     A continuación cita un caso verdaderamente ejemplificador de la voluntad racional de la Academia:

“pues aguárdese V. que todavía es más gracioso lo que voy a contarle. Los mismos que de tan de ropa limpia me ponen por lo que escribí de su tierra, y los que me ponían antes para pelar, porque no escribía, se me vienen ahora, no para decir que es malo lo que yo dixe que era bueno (pues esto aunque se trate de un retablo carcomido no les disgusta), ni para sostener por bueno lo que publiqué como malo (sin duda les acusa la conciencia, y nadie quiere ponerse en peligro de pasar por ignorante); sino para hacerme cargo de que me dexé en el tintero una cosa tan singular, como v. g. la Imagen hecha por Nicodemus; la otra que habló a una Comunidad entera; al que sudó; la que le crecen las uñas, o los cabellos, el Crucifixo de los dos mil años, y otras cosas tantas y tan extrañas, que, delassare valent Fabium.

¿De dónde le viene a este Viagero (dicen otros) el delicado gusto que quiere propalarnos? Lástima fuera que no se lo concediésemos superior al de tantas Comunidades, Cabildos, Ayuntamientos, Prelados y de infinitas personas de su posición, que han promovido, y costeado obras. Sálese uno: mire V. el Viagero, que de una Imagen de mi Lugar, hecha por Nicodemus, ni si quiera habla una palabra. Peor es responde otro haberse echado a reir a carcaxada tendida, porque en el mio le dixeron, que un Crucifixo de la más excelente hechura que hay en el mundo, tenía dos mil y tantos años de antigüedad”.

     No es de extrañar las carcajadas del erudito autor, ya que en 1781 de la era cristiana, encontrar un crucificado de más de 2000 años era fruto de la fantasía y sobre todo de la credulidad del pueblo mal instruído.

     Es indudable que la obra y el propósito del secretario de la Academia, Ponz, era tan enciclopédico y titánico que hay que valorarlo y contextualizarlo en su momento. Sus juicios de valor, muchas veces negativos, son la primera noticia sobre muchas obras de arte y arquitecturas y sirvieron para darlas a conocer. Sin su labor de historiador del arte y crítico, no tendríamos noticia de la existencia de muchas de las obras que se han perdido. Por todo ello va desde aquí nuestro agradecimiento y reconocimiento a Don Antonio, pese a que en la actualidad no coincidamos con sus criterios y gustos artísticos. Nada mejor que terminar con las palabras del propio Ponz, dejando así que el tiempo juzgue sus aseveraciones:

“De aquí saco yo un principio filosófico, y es, que el hombre, aunque le amargue la verdad, al cabo la desea saber, y aunque al parecer se halle bien con su ignorancia, por fin quiere salir de ella. Se le hace duro el confesarla, y mucho más que le descubran su error en lo que hizo, mandó hacer, o aplaudió; pero el disgusto que esto le causa, es momentaneo, y la satisfacción de haber salido del error, permanente.

Por tanto estoy casi seguro, de que si algunos se enfadan ahora de mis absolutas, se desenfadarán con el tiempo y estarán de mi parte, pues verán que en ellas no hubo personalidades, predilecciones, ni más objeto que el que na Nación tan digna como la nuestra, manifieste, aún en las partes que parecen de menos importancia, su grandioso modo de pensar, su instrucción, y buen gusto; que se destierren de ella, y no se permitan en adelante monumentos que por siglos enteros arguyan lo contrario: muchos ménos en las Iglesias, donde las nobles Artes tienen su principal asiento, y adonde la piedad de los fieles acude con sus dones, persuadidos de que se emplearán según convienen a la magestad del culto divino”.

     Equivocado o no en algunos de sus juicios, esta claro que Antonio Ponz fue uno de esos “Hombres buenos” que Pérez Reverte homenajea en su última obra y cuya figura sería necesario poner en valor en estos tiempos que vivimos…

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