Estamos inmersos en una de las fiestas litúrgicas con mayor trascendencia en lo cultural, artístico y hasta antropológico, del calendario: la Semana Santa. Tan importante fue en el pasado, y tantos ejemplos de altísima calidad artística están tan involucrados en ella, que ha superado con creces su origen exclusivamente religioso para convertirse en todo un reclamo turístico. Un momento donde lo mejor de la escultura del Renacimiento y del Barroco hispánico toma las calles de numerosas ciudades y pone de manifiesto el objetivo último de tal manifestación: exaltar los sentidos mediante las imágenes, la música, el olor, etc.
Así el papel de los artistas fue siempre fundamental en la creación de las imágenes devocionales que habían de tomar las calles y conmover a los espectadores. En la ciudad de Madrid tenemos algunos ejemplos de cómo artistas e imágenes venían a estar unidos en más de un sentido. Traemos pues tres ejemplos de imágenes de Pasión que tienen mucho de historia y que siguen uno de los leitmotivs de nuestro blog: concienciar sobre el patrimonio perdido.
LA VIRGEN DE LA SOLEDAD, del monasterio de los mínimos de las Victorias.
El origen de esta imagen, icónica como pocas de la Semana Santa de la Villa y Corte de Madrid, viene establecida por el traspaso de modelos de la pintura a la escultura y de ésta otra vez a la pintura en un curioso y rocambolesco juego de copias.
Uno de los acuerdos de la paz de Cateau-Cambresis entre Francia y España, tras la derrota gala de San Quintín, era el matrimonio de la princesa francesa Isabel de Valois con el rey Felipe II. Cuando Isabel llegó para contraer el matrimonio en 1559, trajo en su equipaje una imagen pictórica de “María Santísima, vestida de oscuras telas, llorando por la muerte de su hijo” que era un regalo que San Francisco de Paula, fundador de la orden de los mínimos, había hecho a Enrique II de Francia.
La orden de San Francisco de Paula estaba en esos años construyendo su convento en Madrid: el de la Victoria en la Carrera de San Jerónimo junto a la Puerta del Sol. Pidieron a la Reina Isabel que les cediera el cuadro para que presidiera su nuevo templo, pero la reina prefirió que Gaspar Becerra hiciera una réplica en escultura de la imagen del cuadro. Esta imagen escultórica acabó presidiendo una capilla propia adyacente al convento de las Victorias.
La nueva imagen de Nuestra Señora de la Soledad de Gaspar Becerra se hizo tan popular que durante todo el siglo XVII se hicieron innumerables copias en lienzo de esta talla. Una de estas copias con el tiempo acabará convirtiéndose en una advocación propia: la Virgen de la Paloma, por ser ésta la calle donde se hizo un primer altar con esta imagen pintada y posteriormente se levantó en su lugar un templo. Transformándose a su vez en todo un referente de la cultura popular madrileña, eso que hemos venido en denominar casticismo. Venía así a cerrarse el círculo de las interacciones entre modelos pictóricos y escultóricos en las advocaciones marianas relacionadas en este caso con la Semana de la Pasión de Cristo.
LA VIRGEN DE LOS SIETE DOLORES, del convento dominico de Santo Tomás.
La festividad de los Dolores de María, ahora conocida como Viernes de Dolores y que se celebra el viernes anterior al Domingo de Ramos, es una importación centro-europea que llega a la Península Ibérica al final de la Edad Media, en el tránsito del siglo XIV al XV como reflejo de una nueva religiosidad más ascética y personal: basada en la meditación, la compasión y en gran medida el patetismo. Esta festividad era conocida también como Transfixión. El Archiduque Felipe de Habsburgo, futuro rey de Castilla y conocido popularmente como Felipe “el Hermoso”, solicitó y le fue concedida una bula para crear en sus dominios congregaciones de fieles bajo la advocación de María Santísima de los Siete Dolores.
La fundación en Madrid de una Cofradía penitencial bajo esta advocación de los Siete Dolores de María Santísima se hará en tiempos de Felipe II. Aunque no está claro su origen, se suele vincular a una imagen que el propio Rey trajo con él para la capilla del Alcázar de Madrid y que regalaría primero al monasterio de las Descalzas Reales, fundación de su hermana Juana, pasando posteriormente al convento dominico de Santo Tomás situado en la madrileña calle de Atocha.
Entre 1630 y 1634 los pintores de la villa de Madrid, agrupados todavía de forma gremial junto con los doradores, contrajeron con la Cofradía de los Siete Dolores la obligación de sacar los pasos en la procesión el Viernes Santo. Para tal fin se elegía un mayordomo, que debía ser pintor aunque no fuera miembro de la cofradía, que costeaba los gastos del ornato, cera y todo lo imprescindible para sacar la imagen a la calle con el decoro debido. Esta obligación se hizo mediante documento notarial y fue firmado el 30 de abril de 1634 entre otros por los pintores: Bartolomé Román, Antonio Arias, Juan de la Fuente y Juan de Lizalde. La obligación se extendía a todos los del oficio de por vida. El mayordomo de un año elegía a su sucesor lo que creaba evidentes conflictos. Además los pintores debían salir acompañando a la imagen titular, lo que también fue protestado por los pintores que entendían en esta costumbre un evidente menoscabo de su posición social pretendida, era la lucha por conseguir el reconocimiento de la Pintura como Arte Liberal y no Mecánica.
Varias fueron las ocasiones en las que la Procesión del Viernes Santo acabó llevando a la Cofradía y a los pintores a los Tribunales o a instancias superiores. La primera de ellas es en 1647 cuando Alonso Cano fue nombrado mayordomo de la Hermandad de Ntra. Sra. de los Dolores y se le condenó a 100 ducados de multa por no haber querido concurrir a la procesión. En 1668 se volvió a repetir el caso, con dos pintores madrileños: Juan Montero de Rojas y Andres Smit que deciden imprimir un folleto como alegato de su derecho a rechazar el cargo de mayordomos de la citada Cofradía, en él defienden que aceptar el cargo es propio de “artes mecánica y otras viles y sórdidas, de cuyos Gremios se componen las procesiones de penitencia y remembrança que se hazen en esta corte la Samana Santa”. Una tercera vez en 1695 se reclama la presencia en la procesión de Luca Giordano. En todas ellas la incomparecencia del pintor era por una cuestión de estatus social y nada tenía que ver con la piedad o religiosidad de la que nunca se duda en los pleitos.
LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS o Piedad, del oratorio del Santísimo Cristo del Olivar.
Cerca de la calle Atocha y del mencionado Convento de Santo Tomás subsiste hoy todavía un pequeño oratorio en la calle Cañizares conocido popularmente como “Cristo del Olivar”.
Este oratorio se fundó a comienzos del siglo XVII motivado por un acontecimiento cuando menos curioso: la noticia llegada por esas fechas de que en un templo londinense habían sido profanadas las Sagradas Formas. Un grupo de personas piadosas movidas por la intervención del beato Simón de Rojas y bajo el auspicio del propio rey Felipe III constituyeron la Congregación de los Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento a finales del año 1608. La ubicación actual se debe a mediados del siglo XVII, habiendo pasado antes por varias sedes.
En este oratorio entre otras se venerarán imágenes como el Santísimo Cristo del Olivar o Cristo del Perdón obra de Manuel Pereira, uno de los mejores artífices del barroco en la Corte, o una Piedad que en el siglo XVIII le encargaron los frailes dominicos al escultor Luis Salvador Carmoma.
Esta imagen fue replicada e incluso llevada a estampa por el propio Carmona. En ella se representa el modelo de Piedad, o Virgen con el cuerpo de Cristo muerto en su regazo, que está claramente influenciada por el mismo tema representado en lienzo por el pintor barroco de origen flamenco Antón Van Dyck y que custodia el Museo del Prado. La postura y escorzo del Cristo muerto es idéntico así como el gesto de las manos, si bien difiere en que la de Carmona lo representa de forma especular, lo que puede indicar que éste conociera el lienzo a través de una estampa.
En los tres casos vemos la influencia de la pintura o de los pintores y en todos también se da la circunstancia de la total destrucción de las imágenes que conocemos por réplicas, fotografías o cuadros que las copiaban, ya que los templos madrileños sufrieron tres enormes plagas: la ocupación francesa, la desamortización de Mendizábal y la quema de conventos de 1936. Tras tanta barbarie y abandono muchas de las mejores obras de arte que podíamos disfrutar en nuestra ciudad acabaron destruidas y en el olvido, por ello insistimos tanto en la preservación y protección de nuestro patrimonio.
Muy bien, salvo un pequeño detalle: la pintura de la Soledad que Isabel de Valois trajo de Francia no podía ser un regalo de San Francisco de Paula a Enrique II, porque el Santo murió mucho antes de que Enrique naciera.