A la muerte de Felipe II (1598) el prestigio de la monarquía española era inmenso. La preeminencia de los Habsburgo procedía en buena parte de la política matrimonial gestada durante los tiempos de los Reyes Católicos y a los metales preciosos procedentes del Nuevo Mundo, que les daban una superioridad económica para emprender campañas militares. Durante el reinado de Felipe II la corte se estableció en Madrid y el monarca desarrolló una maquinaria administrativa que le permitía controlar todos los asuntos de estado. Así durante la monarquía de Felipe II se consolidó el absolutismo en España y su imperio.

Anton Van der Wyngaerde: Detalle de la Vista de Madrid donde puede verse el Alcázar y la Casa de Campo. 1562.

Anton Van der Wyngaerde: Detalle de la Vista de Madrid donde puede verse el Alcázar y la Casa de Campo. 1562.

     Durante la primera mitad del siglo XVII el ejército y la armada de la monarquía hispánica fueron los pilares básicos de la preeminencia en Europa. A comienzos de este siglo el ejército español era el más grande de Europa con 150.000 hombres y hasta 1643 (derrota de Rocroi, ante los franceses) su infantería era considerada invencible. Sin embargo, tras la muerte de Felipe II el horizonte era sombrío, sobre todo desde el punto de vista económico. Esta difícil situación impulsó a Felipe III a cerrar los frentes de guerra que su padre había dejado abiertos, comenzando así el período conocido de la “Pax Hispánica”. Pero aún así la situación económica no mejoró, España se vio empujada a una devaluación de la moneda de vellón, y en 1618 Felipe III entraba en la guerra de los treinta años lo que iba a ser determinante en el colapso económico del país.

     El advenimiento de Felipe IV en 1621, supuso un gran cambio en la política exterior y interior. El valido del rey, el Conde Duque de Olivares, persuadió a éste de la necesidad de regenerar la monarquía, y recuperar el prestigio perdido durante la etapa anterior. Se emprendieron entonces medidas económicas y políticas para reforzar la autoridad real, se pusieron en marcha proyectos como: la unión de armas, la organización en consejos, juntas, etc. Al reforzamiento de la monarquía contribuyo el hecho de que durante los primeros años del reinado de Felipe IV se dieron una serie de victorias sonoras que culminaron en 1625 con el aplastamiento de los holandeses y sus aliados; el rechazo en Génova de los franco-saboyanos; la victoria en Cádiz sobre la expedición anglo-holandesa; la recuperación de Bahía; y sobre todo la caída de Breda en manos españolas. Pero tras la entrada en el conflicto de los suecos en 1626, el Imperio de los Habsburgo cambió de suerte, y lo que antes eran victorias comenzaron a tornarse en derrotas. A esto también se sumó la difícil situación económica, que provocó una nueva suspensión de pagos en 1627. A partir de estos momentos se puede decir que comenzó el principio del fin del gran Imperio de los Austrias.

     Sin embargo, mientras se daba la decadencia militar del Imperio se abría un periodo de florecimiento en las artes, lo que hemos venido a llamar nuestro Siglo de Oro. Felipe IV y el Conde Duque de Olivares, queriendo evadirse de la realidad que rodeaba en los años treinta a la monarquía española, iniciaron la construcción de un nuevo palacio, el Palacio del Buen Retiro. Un lugar donde el rey pudiera distraerse y dar rienda suelta a su afición por las artes y en donde el Salón de Reinos fuera centro político y propagandístico de la dinastía y sus logros pasados.

Jusepe Leonardo: Vista de los jardines y el Palacio del Buen Retiro. Patrimonio Nacional, Madrid.

     Fue en estos momentos cuando las fiestas y las manifestaciones efímeras alcanzaron todo su esplendor. Las representaciones de arte fingido, fueron para las monarquías europeas una forma de fortalecerse y de reflejar su poderío. Cualquier acontecimiento memorable necesitaba una pompa adecuada para que reflejara el poder de la monarquía: visitas, entradas, bautizos, bodas o victorias militares. No obstante, pese al esplendor que pretendían reflejar las fiestas y obras teatrales éstas eran producto de una sociedad decadente y con una economía en crisis. Estaban caracterizadas por la ostentación, no sólo para divertir al pueblo, sino también para distraer al monarca y su corte y olvidar por un momento las derrotas en el frente.

     En este sentido, el Palacio del Buen Retiro fue un reducto para el rey. Como su nombre indica, fue concebido para el recreo, sin más pretensiones. Fue iniciado en un momento en el que España comenzaba a perder fuerza y las guerras resultaban devastadoras para nuestros ejércitos. Impulsado por el Conde Duque de Olivares, sus obras se realizaron en muy poco tiempo, llevándose a cabo lo principal de su estructura entre 1633 y 1635. La vocación del nuevo palacio era clara, servir como un gran escenario donde se distrajese al rey y se hicieses propaganda de su persona y poder.

Pedro Teixeira: Detalle del plano de Madrid donde se ve la estructura del Palacio del Buen Retiro. 1656

Pedro Teixeira: Detalle del plano de Madrid donde se ve la estructura del Palacio del Buen Retiro. 1656

     La creación del palacio reunió a artistas de todos los géneros: ingenieros, músicos, literatos y pintores pusieron su ingenio al servicio del monarca. Se creó así un conjunto formado por un palacio, teatro, plaza, estanque, parque y jardines. Las obras del palacio fueron una gran carga económica para el pueblo de Madrid, que a través de altos impuestos, tuvieron que costear el capricho regio. “Se vende -decía Quevedo- el arado del labriego para poner inútiles balcones a su majestad”.

     Del Palacio del Retiro no era de destacar su arquitectura, formada por edificios pobres, poco sólidos y nada hermosos. Fue una arquitectura improvisada, sin un plan apriorístico, por lo que resultaba poco ordenado y armonioso. Lo que realmente destacaba de él era su carácter de inmenso escenario teatral, donde se impulsaban las representaciones teatrales de todo tipo. Para ello no sólo se contó con poetas de primera fila, como Calderón o Lope, sino también con grandes músicos y escenógrafos como Baccio del Bianco o Cosme Lotti, que con gran habilidad crearon tramoyas, y complicados escenarios, que hacían volar la imaginación de quienes los contemplaban, acercándoles a la fantasía y alejándoles de lo cotidiano. En este sentido la escenografía más conocida es la realizada por Baccio del Bianco para la “Andrómeda y Perseo” de Calderón representada en 1653 con motivo del restablecimiento de salud de la reina Mariana de Austria y cuyo manuscrito ilustrado se conserva en la Houghton Library de la Universidad de Harvard.

     Asimismo, el Buen Retiro con su arquitectura sencilla e inmensos jardines servía de perfecto marco donde exhibir la inmensa colección de obras de arte del monarca. Para hacerle brillar como se quería se encargaron multitud de obras a artistas tan destacados como Claudio de Lorena, Nicolás Poussin, Massimo Stanzione, Giovanni Lanfranco o José de Ribera, mientras que también se “invitó” a los nobles de la corte a vender sus objetos más valiosos, para que formaran parte de la decoración del nuevo palacio.

     A través de cuadros y comedias, “todas las fantasías del país del ensueño parecían convertirse en realidad”. Pero no siempre pintores y escritores pretendían evadirse de los acontecimientos de su época, sino que en ocasiones hicieron de cronistas de los sucesos que les rodeaban. La política condicionaba el teatro y la pintura barroca ya que la corona era la que sostenía a la sociedad y a la cultura, era el máximo mecenas y condicionante de lo que se representaba en ambos campos. Las grandes victorias militares, los nacimientos o las coronaciones eran exaltadas a través de obras artísticas y literarias. Ese es el caso concreto del cuadro de Velázquez de la “La Rendición de Breda”, del que ya hablamos aquí, y que representa un caso claro de un hecho victorioso de la monarquía que se quiso resaltar y conservar en el recuerdo para la posteridad.

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