La situación social que vivimos en la España actual cada día recuerda más al Lazarillo de Tormes, en donde el pícaro y trilero se mueve a sus anchas –véase el “Pequeño Nicolás”-, mientras que gran parte de la sociedad ha quedado reducida a vagabundos en busca de casa y comida, nos ha servido para hacer unas reflexiones sobre la historia y el arte y darnos cuenta que no hemos avanzado nada desde el siglo XVII, donde estas figuras fueron cotidianas.

José de Ribera: Vieja Usurera. Museo Nacional del Prado.

José de Ribera: Vieja Usurera. Museo Nacional del Prado.

     La dificil situación económica que gran número de países europeos sufrieron durante los siglos XVI y XVII propició la aparición de los denominados pícaros. Destaca especialmente el caso de España, en donde las bancarrotas y guerras comenzaban a destapar la catastrófica situación que el Imperio atravesaba, después de la que parecía una boyante época propiciada por el oro de América. Estos personajes marginales se concentraban sobre todo en las grandes ciudades, donde extranjeros y campesinos empobrecidos intentaban refugiarse y encontrar un modo de subsistencia. Sin embargo el escaso trabajo y mal remunerado obligó a gran número de personas a la mendicidad, el vagabundeo y la picaresca como forma de vida. Estos habitantes de la vida urbana se concentraban en los arrabales, callejuelas y pequeñas plazas. En algunos casos estas concentraciones llegaron a constituirse en autenticas asociaciones de mendigos, las cuales contaban con sus propios reyes o dirigentes, sus leyes, su lengua y una autoridad que se extendía a una extensión variable: barrios o incluso ciudades. Estas asociaciones o “repúblicas hampescas” imponían una serie de reglas (dividían el territorio de acción de los mendigos o ladronzuelos) que eran respetadas por los pillastres. Su poder llegó a ser tan grande que comenzaron a ser vistas como una amenaza ya que podían causar revueltas, pero al mismo tiempo también eran percibidas como algo pintoresco y, por tanto, resultaban atrayentes a la sociedad. Esa atracción de la que eran objeto los vagabundos se refleja en una literatura y unas artes que se ven inundadas por una tendencia realista.

Diego de Silva y Velázquez: El triunfo de Baco o Los Borrachos. Museo Nacional del Prado, Madrid.

Diego de Silva y Velázquez: El triunfo de Baco o Los Borrachos. Museo Nacional del Prado, Madrid.

     En la literatura surge incluso un género, el picaresco, que en España gozará de gran popularidad. Es en 1554, con la publicación de La vida de Lazarillo de Tormes, cuando podemos decir que se inicia la novela picaresca, la cual se consolidará en 1599 con la Primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Estas obras rápidamente llamarán la atención de un público ávido de ficciones realistas. Reflejaban la vida de un hijo del ocio, de un pícaro, de un personaje vinculado a un anhelo de libertad. Como antecedentes literarios de estas obras podemos encontrar varios ejemplos; ese es el caso del Asno de Oro de Apuleyo, en el mundo clásico, el Libro del buen Amor del Arcipreste de Hita, en la Edad Media, o más próxima, el caso de La Celestina (1499) de Fernando de Rojas.

     Pero será con las dos obras que hemos citado al principio, La vida del Lazarillo de Tormes y la Primera parte del Guzmán de Alfarache, con las que la novela picaresca quedará fijada en su contenido y estructura. Este tipo de novela se dedicará a narrar de forma autobiográfica las peripecias de una picarillo por subsistir. Su estructura se basa en la sucesión de peripecias que le sirven para ir pasando de amo en amo y así poder analizar críticamente todos los estamentos de la sociedad.

     Siguiendo el éxito de estas dos novelas surgieron en el siglo XVII un gran número de obras que pretendían explotar todas las posibilidades que este tipo de novela ofrecía. Eran la forma ideal de “plasmación de las realidades sociales” como afirma Rogier Chartier. Surgirán así gran número de títulos, tanto en España como en el extranjero, que además serán traducidos a varios idiomas. El buscón (1626), Il vagabondo (1621), Rinconete y Cortadillo (1613), La vida y hechos de Estebanillo González (1646) y un largo número de obras que debido a su éxito eran reeditadas una y otra vez. Es por tanto notorio el interés y atracción del público por un género que elevaba a la categoría de “interesante” a figuras divertidas del mundo de la marginalidad.

     La novela picaresca, al igual que algunos escritos del siglo XVI que querían hacer una clasificación y enumeración de vagabundos, pretendía comprender y domar el mundo de los marginados, descifrarlo. Así, según Rogier Chartiers, “la literatura va a ser la que fije las realidades sociales”, es decir, estas clasificaciones, van a ser las que creen en el lector la forma de comprensión del mundo real. Esto implica una visión distorsionada y muy parcial de la sociedad marginal del momento. Pero el genero picaresco es ante todo una gran reflexión sobre la licitud del empleo del engaño y la mentira para conseguir ciertos fines. Según Carlos Vaillo “la novela picaresca proclama que la mentira está instalada en el corazón de la sociedad”. Los pícaros se valen de toda clase de fingimientos para conseguir alguna ganancia o ventaja. Sus vidas están llenas de mentiras, mentiras que les son necesarias para sobrevivir en una sociedad injusta y degradada como la de los siglos XVI y XVII. Así pues, la novela picaresca es reflejo sobre todo de esa curiosidad que despertaban en la sociedad los parias de ésta. Hay un gusto por la anécdota, por la peripecia, por las situaciones de tipo realista que podían llegar a sufrir y padecer estos personajes. Los lectores al leer este tipo de novelas se divertían y a la vez exorcizaban el miedo a padecer esas situaciones.

Georges de La Tour: La Buenaventura. Metropolitan Museum, New York.

Georges de La Tour: La Buenaventura. Metropolitan Museum, New York.

     El gusto por la anécdota no sólo se verá en la literatura, sino que también las artes plásticas se dejara ver esta curiosidad por los personajes más desfavorecidos de la sociedad. Así, en el Siglo de Oro proliferarán las estampas relacionadas con la caridad, y con el estado de pobreza de los primeros cristianos: San José carpintero, la Virgen cosiendo, etc. Asimismo, las obras de misericordia gozarán de un amplio desarrollo. Surgieron de este modo los Hospitales de Pobres, que no pretendían saciar el hambre de los desvalidos o dar cobijo a quien estaba sin casa, sino que aspiraban a través de una arquitectura perfecta a la ocultación de la pobreza. Los Hospitales fueron una arquitectura muy extendida durante todo el siglo XVI y principios del XVII. Todos siguieron una misma estructura, intentando ocultar en el interior de sus muros a todos aquellos pobres, enfermos, desvalidos o huérfanos que podían “afear” el aspecto de las ciudades. Con su construcción además se propiciaba la propaganda del poder, mostrando a éste como compasivo y misericorde con los más necesitados.

     Donde podemos observar un mayor interés por el reflejo de los marginados es en la pintura. Fuera de España, en Italia y Francia, el gusto por éste tipo de representaciones de género será muy amplio. Sólo tenemos que recordar los ciegos mendigos pintados por George de la Tour. Pero en España este tipo de representaciones se dan en menor número. La pintura de género no es algo practicado con asiduidad en nuestro país, ya que en España la función esencial de la pintura es conducir hacia Dios. Las ideas de la Contrareforma y la enorme religiosidad española, además del inmenso poder de la Inquisición, hacían que la temática de lo representada fuera muy controlada y se exaltara ante todo la representación de temas divinos. Influenciados por estas ideas encontramos a los dos grandes teóricos pictóricos del siglo XVII: Carducho y Pacheco. Ambos consideraban que la pintura de género no era algo digno de ser representado. Era un descrédito del arte. Aún así en ciudades cosmopolitas como Sevilla o Madrid, sí se realizarán obras con este tipo de temática. La burguesía estaba interesada en la vida popular, la vida de los pobres y necesitados se convertían en temas entretenidos o risibles para el poderoso que lo miraba desde arriba. El mísero pasa a formar parte del espectáculo que es la vida del barroco español. Sin embargo, la carga moral española evita que este tipo de representaciones se den prolíficamente. Lo que sí habrá en nuestro país será un gran interés por reflejar lo cotidiano y por este motivo a partir del primer cuarto del siglo XVII aparecerán escenas realistas, casi documentales, que nos darán una idea de lo que era la vida de la época. Surgen así escenas de mercado, en la que la picaresca de los vendedores se deja ver a través de pequeños gestos y guiños al espectador. Habrá también escenas de tahúres, donde el juego aparece como una de las principales actividades de los ociosos y timadores, y por supuesto, escenas populares, donde mendigos, musiquíllos, pícaros deformes, aguadores o vendedores intentan ganarse la vida pidiendo por las calles. Todas estas obras mostraban la realidad de unas ciudades donde gran parte de su población malvivía y donde sobrevivir era toda una aventura.

     Estas escenas, como ya anteriormente señalamos, se debían más a un afán de plasmar la realidad social del momento, que a una influencia directa de la literatura o a un intento de expresar conceptos alegóricos a través de estas representaciones. Muchos son los que han querido ver, por ejemplo, en los cuadros de Velázquez, de etapa sevillana, como El aguador de Sevilla, Cristo en casa de Marta y María o la Vieja friendo huevos, alusiones a la literatura picaresca. Sin embargo es más probable que estas obras hagan alusión a refranes o dichos populares fácilmente reconocibles en la época que a obras literarias del momento.

     El único pintor cuya obra se relaciona más directamente con la literatura picaresca es Bartolomé Esteban Murillo. El gran número de cuadros de Niños pícaros (Niños contando monedas, Niños comiendo fruta…) que pintó el sevillano reflejan una alegría de vivir que se puede relacionar con la literatura cervantina. Cervantes en su obra exalta la vida libre, esa misma vida que vemos reflejada en los niños murillescos. El niño pícaro es fruto de la orfandad. De ellos se ocupaba la Hermandad del Niño Perdido, pero la mayoría preferían la vida ociosa y libertaria de la calle. Murillo ofrece una visión eufemística, alejada de la realidad, y más próxima a esa alegría de vivir proclamada por la literatura de Cervantes. Por tanto es el único caso en el que podemos relacionar directamente la pintura y la literatura picaresca. Aún así, Murillo en sus cuadros sólo mostraba la apariencia externa de los desarrapados sin detenerse en la crítica social, tal y como hace la literatura. Por lo tanto también podríamos pensar que el sevillano tan sólo siguió las corrientes naturalistas de la pintura barroca española del momento.

     No obstante, es evidente por todo lo que hemos señalado hasta ahora, que hay un interés de las artes por plasmar la situación de los más desfavorecidos. El naturalismo que reinó en las artes durante el siglo XVII propició éste hecho, pero no está tan claro que la literatura picaresca influenciara de forma directa a los artistas a la hora de crear sus lienzos. Posiblemente se trate sin más de que ambas artes pretendían reflejar una realidad que les rodeaba. Lo que sí es cierto, es que la abundancia de referencias a la situación social dadas por la pintura y la literatura marcó la percepción que los consumidores tuvieron sobre la sociedad de su momento, y aún hoy nos marcan. A través de estas obras se nos presentaba un gran número de personajes ociosos, de mal vivir, que se dedicaban al robo, al timo o la mentira como forma de supervivencia. Pero lo que no se nos dice en la mayor parte de esas obras, es que el mal gobierno, los abusos del poder, las guerras, las pestes y las bancarrotas condenaron a un gran número de personas a la más grande de las miserias. El pícaro y el vagabundo, pues, surgen como frutos de la sociedad misma, y para erradicar al pícaro y al vagabundo hay que erradicar las desigualdades sociales, crear una sociedad más igualitaria. Algo que desde luego en el siglo XVI y XVII sonaba a pura utopía y que hoy en día vuelve a ser un tema candente y un objetivo no conseguido.

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