“Quadratura: dícese del género pictórico decorativo derivado del trampantojo que surgió en italia en los siglos XVII y XVIII, difundiéndose por toda Europa, y que se desarrolló a partir de la exigencia de decorar al fresco grandes superficies murales en el interior de iglesias, palacios o villas….”.
Hoy nos vamos a referir a la quadratura, género pictórico al que se le suman elementos arquitectónicos, y que se puso de moda en el barroco madrileño de la segunda mitad del siglo XVII. Periodo artístico que nos es especialmente grato a varios de los componentes de Investigart y el mismo que trató en innumerables ocasiones nuestra maestra la Dra. Dña. Virginia Tovar Martín, fallecida tristemente hace un año. A ella va dedicado nuestro post de hoy.
Nuestra historia comienza en el segundo viaje de Velázquez a Italia, el cual fue auspiciado por el rey Felipe IV. En él, Velázquez debía recopilar en Italia esculturas y vaciados en yeso, para decorar las salas que se habían creado nuevas en palacio tras la reforma en la fachada sur de Juan Gómez de Mora. Asimismo la misión del pintor de corte era contratar a un fresquista que diera un porte más europeo a dichas salas. Felipe IV pensaba en Pietro de Cortona, pero éste denegó la invitación real y finalmente fueron los fresquistas boloñeses, Mitelli y Colonna quienes vinieron a Madrid en 1658. Con ellos trajeron a la corte española un tipo de pintura que tenía gran prestigio en Italia y que se extenderá por el resto de cortes europeas, la quadratura.
El género de la quadratura surgió en Bolonia como deducción del sistema perspectívico de Vignola y logró popularidad en los pontificados de Gregorio XIII (1572-1585) y Clemente VIII (1592-1603) papas de origen boloñés. Su éxito hizo que se convirtiera casi en un género artístico independiente, logrando que gran número de artistas italianos se dedicarán a esa disciplina. Uno de los más destacados fue Girolamo Curti “Il Dentone” (1570-1632), quien fue maestro de los pintores Angelo Michele Colonna (1604-1687) y Agostino Mitelli (1609-1660). Tras su formación, estos dos artistas unierán sus fuerzas y durante una temporada monopolizarán completamente la pintura de quadratura trabajando en Parma, Florencia, Génova, Roma y Madrid. En la decada de los cuarenta ambos artistas ya tenían reconocimiento y fama, e incluso habían pintado en Florencia para Ferdinando II Médicis en el palazzo Pitti. Allí coincidirán con Pietro de Cortona, el gran pintor decorativo de los palacios romanos del siglo XVII, y que representaba en Roma el “pleno barroco”.
Hasta mediados del siglo XVII la pintura al fresco española había carecido de la tradición y de la técnica decorativa escenográfica de frescos de sott’in sú, ya que la práctica española más común era la de dejar desnudos los paramentos y las bóvedas encaladas. No obstante, también existía en España una corriente que decoraba éstos con menudos elementos de estirpe manierista, representada por Nardi o Carducho y Caxés, y cuyo origen se encuentra tanto en las decoraciones del siglos XVI del palacio del Viso del Marqués, realizadas por los italianos Peroli, como en los manieristas reformados que van a pintar en el Escorial, Pellegrino Tibaldi, Niccolò Granello, Giovanni Battista Castello y Rómulo Cincinnato, del que hablamos recientemente aquí.
El Madrid de mediados del XVII, va a sufrir una profunda transformación en el gusto de los artistas hacia posturas de mayor barroquismo. Esto se verá influído por la creciente actividad artística que se estaba desarrollando en el Alcázar madrileño, que por estos años se estaba decorando. Sobre todo se estaba trabajando en las nuevas salas que se crearon en la fachada Sur, que eran el Salón de Espejos y la Pieza Ochavada. Velázquez será el encargado, como aposentador mayor del rey, de crear unas decoraciones acordes con la monumentalidad de dichos nuevos espacios. En éstas la pintura veneciana y flamenca, sobre todo de Rubens, tendrán un mayor protagonismo. Es en este preciso momento, como decíamos antes, cuando Velázquez viaja a Italia y traerá a Mitelli y Colonna a la corte. Jusepe Martínez, tratadista del siglo XVII español, nos cuenta en sus Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura.., que a Velázquez no le gustaba pintar al fresco y por ello trajo a Mitelli y Colonna: “vinieron los pintores; se dio luego orden que se pintase el salón grande, que sale a la plaza, el cual está hecho con grande arte. […] ellos pidieron a S. M. fuese servido de darles ayudantes para concluirla, y así se valieron de dos pintores famosos, que a poca práctica que tomaron los igualaron en bondad y en dibujo y colorido, y después acá se han introducido de tal manera este modo de obrar que hace emulación [… ]estos dos pintores se llamaron los Colonas y el uno murió en España y el otro se volvió a Italia con muchos medros[…]. Como dice Jusepe Martínez, una serie de artistas de pleno barroco entrarán al servicio de la corte para ayudar a los fresquistas italianos Mitelli y Colonna. Los más destacados de ellos serán Ricci y Carreño, quienes continuarán cultivando el estilo de los italianos y crearán una corriente de gran novedad dentro del arte español. A éstos, posteriormente se le unirán otros nombres como Coello o Ximénez Donoso cuyos ornatos de arquitecturas fingidas influirán en otras disciplinas artísticas como las decoraciones escenográficas, las arquitecturas en piedra o en los retablos de madera.
Formado con Francisco Ricci, Claudio Coello (1642-1693) aprenderá la técnica del fresco y recibirá la herencia dejada por Mitelli y Colonna en España. Junto con él colaborará José Jiménez Donoso (h. 1632-1690), discípulo de Carreño que había viajado a Italia, y que reforzará el gusto de Coello por los efectos escenográficos de gran complejidad. Donoso en Roma había estudiado arquitectura y perspectiva, como nos cuenta Palomino al hablar de la vida de éste. Tanto Ricci como Carreño ya habían creado conjuntos de pinturas murales en el Alcázar de Madrid y en la Iglesia de San Antonio de los Portugueses o Alemanes, donde habían pintado el techo.
El proyecto más amplio que emprendieron Coello y Donoso, fue la decoración al fresco en la iglesia del Colegio Imperial, hoy colegiata de San Isidro. En el techo de la sacristía pintarán una Apoteosis de San Ignacio. También en esa iglesia, se les encomendará, entre 1671-1673, la decoración de la cúpula de la capilla de San Ignacio, erigida por la familia Borja para celebrar la canonización de San Francisco de Borja, Allí pintarán una Apoteosis de San Ignacio y la representación de las cuatro esquinas del mundo a las que había llegado el apostolado jesuíta. Destruída la iglesia durante la Guerra Civil, en 1936, nos queda la descripción que de ella hizo Eías Tormo: “La capilla absidal izquierda, de cúpula ovalada posterior y quizá no por fuera de los planos del hermano Sánchez (hoy de la Soledad), fue dedicada a San Ignacio de Loyola por los Borjas de la casa principesca de Esquilache y labrada en 1671, fecha de la canonización del santo Borja, y recargada de más rica decoración en 1736, muy típicamente barroca y cual la de las salas del palacio de los otros Borjas en Gandía. La nueva titular es la en el siglo XVI y siguientes celebérrima Soledad (de vestir), de la reina Isabel de Valois, labrada, no sin portento, para la Victoria, por Gaspar Becerra, acogida aquí (y luego olvidada) al derribo del convento de los mínimos: desdichadamente fue su encarnación renovada y como charolada en el siglo XVIII o XIX. Los brillantes frescos de la bóveda son de la tan acostumbrada colaboración de José Jiménez Donoso y Claudio Coello: triunfo y cuatro escenas de la vida de San Ignacio y las cuatro partes del mundo a que extendió su apostolado la Compañía de Jesús. No de ellos la pintura que oculta las suyas (¿subsistentes?) de la linterna”. Lo único que nos ha quedado de estas decoraciones es un dibujo identificado como Estudio para la capilla de San Isidro, en los Uffizi de Florencia, que debió de ser un estudio preliminar, pues no se ajusta exactamente a la descripción del conjunto realizada por Antonio Palomino en el siglo XVIII. Dentro de San Isidro también se decorará al fresco la llamada Capilla del Cristo, donde Coello plasmará unos ángeles con instrumentos de la Pasión en la cúpula y profetas del Antiguo Testamento en las pechinas, y el también pintor Dionisio Mantuano decorará las paredes.
Todo el increíble conjunto de pinturas murales del Colegio Imperial sucumbió, como la práctica totalidad del templo, en el gravísimo incendio de 1936. Únicamente las capillas del lado de la Epístola quedaron intactas y evitaron que el incendio se extendiese al edificio contiguo, que no era otro que el Instituto San Isidro. Tan sólo la descripción de Tormo y las fotografías antiguas sirven para hacernos una ligera idea de aquél magnífico espacio de devoción, término acuñado por la Dra. Tovar, que debió de ser el Colegio Imperial, con cada una de las capillas pintadas por el tándem Coello-Donoso. El único vestigio que de el trabajo de ambos nos ha quedado son las pinturas del techo del Salón Real de la Casa de la Panadería en la madrileña Plaza Mayor. Un pequeño ejemplo que nos hace darnos cuenta del maravilloso patrimonio de quadratura que hemos perdido…