La fiesta y teatralidad barrocas son testimonio de la política, la cultura, la sociedad y el pensamiento de toda una época, en la cual el esplendor, grandeza y autoridad regia se hacía patente a través de las ostentaciones públicas. Cualquier acontecimiento era susceptible de convertirse en una gran celebración: nacimientos, entradas, bodas, cumpleaños o funerales, en todos ellos el gusto por lo artificioso y lo maravilloso está directamente relacionado con el rígido protocolo de las monarquías del momento, que convirtió la vida cotidiana de los soberanos en una constante representación.
El carácter efímero de estos acontecimientos propició que se desplegara la imaginación de artistas y literatos que buscaban con sus obras sorprender al público. La simulación, el juego y el artificio ideado por estos creadores barrocos logró sus máximas cotas gracias a las arquitecturas efímeras, que con materiales de bajo costo económico como: madera, pasta de papel o tela, crearon arcos triunfales, pirámides, obeliscos, galerías, túmulos…, los cuales junto a la colocación de lienzos, tapices, plantas y fuentes transformaron los espacios reales en puros decorados teatrales.
Las fiestas barrocas cortesanas tuvieron esencialmente dos escenarios: uno privado, la corte, en cuyos regios palacios tuvieron lugar espectáculos como representaciones teatrales y naumaquias, que reafirmaban y exaltaban el poder real y servían de divertimento a los monarcas y nobles cortesanos; y otro público, la ciudad, la cual se transformaba para el pueblo de lugar de vida cotidiana en espacio de diversión y espectáculo para acoger las entradas, bodas y exequias de sus monarcas.
Tanto en la corte española como en la francesa, sus respectivos soberanos mostraron un gran interés por todas las manifestaciones artísticas y de ocio, ya que éstas servían al mismo tiempo para glorificar al monarca y para crear el entorno más espléndido tanto para él como para su corte. Los jardines, patios, salones de comedias… fueron los escenarios de las grandes fiestas regias. En ellos se dieron cita los mejores literatos, escenógrafos, músicos y decoradores los cuales generaron espectáculos unitarios y totales, a través de los cuales reflejaban el poder y la magnificencia del soberano y lograban, como dice Barrionuevo en sus Avisos, “dar un hartazgo a todos los sentidos” (29-5-1655, 112v-113r). En estas celebraciones se dilapidaban grandes sumas de dinero pero, como señala el mismo cronista, no “se suspenden festines por más ahogos que haya” (26-1-1656, 212v). En la España de Felipe IV, el palacio del Buen Retiro fue escenario de algunos de los festejos de mayor inventiva y fastuosidad. Ya en la primera mitad del siglo XVII con la llegada a la corte española de Cosme Lotti, escenógrafo italiano, se entró en una nueva era en el teatro de corte español, en el que el lujo escénico hizo destacar aún más a literatos brillantes como Calderón. Era tal el esplendor de los escenarios creados por Lotti, que en 1629, tras poner en escena La selva sin amor, Lope de Vega, el autor de la obra, reconocía: “El baxar los Dioses, y las demás transformaciones requería más discurso que la égloga, que aunque era el alma, la hermosura de aquel cuerpo hacía, que los oydos se rindiessen a los ojos” (Laurel de Apolo con otras rimas, 1630. B.N- R.14.177. fº.42v). Tras la muerte de Lotti llegó en 1651 Baccio del Bianco, el cual siguió la línea marcada por su antecesor. Éste en 1653 puso en escena la obra de Calderón Andrómeda y Perseo de cuyo montaje se realizaron once dibujos los cuales han perdurado hasta nuestros días y permiten hacernos una idea de la perfección e ilusionismo logrado por estas comedias de tramoyas.
Por su parte, en Francia, fue Versalles fue el escenario de las grandes fètes que Luis XIV daba al aire libre. Les Plaisirs de l’Île Enchantée celebrado del 7 al 9 de mayo de 1664 consiguió, gracias a su espectacularidad, dar renombre al palacio de Versalles y supuso un hito en este tipo de festejos. Cabalgatas, bailes, comedias, fuegos artificiales y banquetes fueron organizados oficialmente en honor a su esposa María Teresa y de la reina Madre para complacer a mademoiselle de la Valliére, favorita del soberano en aquellos momentos. El Duque de Saint-Aignan, conocido por su fértil inventiva, fue el encargado de encontrar el argumento a la fiesta, los amores de Roger con Bradamente, en alusión directa al amor que profesaba Luis XIV a su amante; Molière escribió dos obras, La Princesse d’Elide y el Tartuffe; Vigarini, inspirado en las escenografías italianas, creó maravillosas tramoyas y escenarios llenos de imaginación; Lully, compuso la música para las diversas celebraciones. El espectáculo reunió así a los mejores artistas de la comedia, la ópera y la música, además de equilibristas y acróbatas, que dieron lugar a uno de los eventos más fascinantes del barroco efímero. De estas fétes se realizó una serie de grabados que han permitido que su recuerdo persista hasta nuestros días. En ellos podemos contemplar cómo era uno de los escenarios creados para la representación de La Princesse d’Elide, los festines celebrados a la luz de las antorchas, los castillos de fuegos artificiales y otros “placeres” que encontraron su escena en los jardines de Versalles.
Pero no sólo los cortesanos disfrutaban de los festejos en la europa barroca, sino que también el pueblo participaba de las celebraciones regias, ya que entradas, bodas, nacimientos, cumpleaños o funerales tenían como escenario la ciudad. En estas ocasiones las urbes transformaban su imagen mostrándose como un inmenso decorado teatral. Para convertir estas poblaciones en escenarios no sólo se recurrio al arte efímero, sino que también fueron objeto de cambios urbanísticos con la finalidad de dotarlas de espacios más adecuados para el paso de las comitivas y la colocación de arquitecturas efímeras.
De las diferentes celebraciones públicas que tenían como marco la urbe el nacimiento de un nuevo vástago dentro de la familia real era uno de los acontecimientos más esperados por el pueblo. Durante los nueve meses la ciudadanía vivía casi el día a día del embarazo de la soberana, a través de crónicas y avisos, esperando con ansiedad la llegada de un varón que asegurara la línea sucesoria al trono. El nacimiento del deseado heredero generaba fiestas no sólo en la corte, sino que en las diversas embajadas en el extranjero se reproducían los festejos ante el feliz advenimiento.
Uno de los eventos que no disfrutaba de tan grandes festejos, sino de celebraciones más sencillas eran los matrimonios ya que generalmente la boda se realizaba por poderes en el país de origen de la nueva soberana, y la ratificación y velaciones tenían lugar en algún lugar intermedio del viaje hacia la corte. En la exposición se puede ver la medalla conmemorativa de la boda de Luis XIV con la Infanta María Teresa de España, celebrada en junio de 1660 en San Juan de Luz, que marcó una nueva era en las relaciones hipano-francesas; y dos grabados del almanaque francés que conmemoraban el matrimonio de Carlos II con su primera esposa, María Luisa de Orleans, hecho que también propició un cierto acercamiento entre las cortes española y francesa.
El momento álgido de la exhibición del poder regio tiene lugar en las entradas de las nuevas reinas para las cuales se prepararon los festejos más espectaculares y suntuosos de la corte. El día elegido para la entrada, la reina atravesaba las calles de la ciudad acompañada de un gran cortejo. A lo largo del recorrido numerosas arquitecturas efímeras, ornadas con infinidad de símbolos eruditos, loaban a la institución monárquica y por ende a su nueva soberana. Como ejemplo de estos triunfales recibimientos se expone la medalla de plata que conmemora la entrada de María Teresa en París el 26 de agosto de 1660. Con ella no sólo se celebraba la llegada de la reina sino también la reconciliación entre dos reinos que habían sido enemigos durante largo tiempo. Por otra parte en la muestra contamos con el aguafuerte de Claudio Coello que representa la arquitectura fingida creada para decorar la Calle de los Reinos en la entrada de la reina María Luisa de Orleans. El diseño muestra una espectacular galería que superaba los quinientos metros de largo y en la que se situan una serie de nichos, agrupados de siete en siete, en el interior de los cuales se alternan figuras de ninfas y fuentes con alegorías de los reinos de la monarquía española. El dibujo, creado para ilustrar la Descripcion… de tan magno evento, presenta una lenguaje ornamental de gran riqueza, ensayando formas llenas de inventiva, las cuales era posible llevarlas a los dúctiles materiales efímeros, pero de difícil realización en la arquitectura convencional.
Otro de los motivos por los cuales las ciudades cambiaban de aspecto era por la celebración de exequias, ya fueran regias, principescas o papales. La muerte se convirtió en una manifestación más del ceremonial y de la etiqueta de la época. Los lutos suspendían la vida de la ciudad y ésta se cubría de negro en señal de duelo. Túmulos y catafalcos se llenaban de vanitas y alegorías que pretendían exaltar las virtudes y los hechos más notables del difunto, sirviendo de postrera lauda, además de recordar la brevedad de la existencia. Ejemplo de estos monumentos póstumos son el mausoleo levantado para María Luisa de Orleans, el túmulo realizado para Carlos II y las trazas dadas por Bernini para las tumbas del Papa Inocencio X y Alejandro VII. Estos dos últimos diseños fueron creados para servir de última morada a los pontífices y por lo tanto perdurar en el tiempo, mientras que los dos primeros son bocetos para representaciones efímeras cuya memoria ha pervivido hasta nosotros gracias a las Relaciones, escritas para mantener el recuerdo de tan destacados, pero cortos, eventos. Uno de los textos más importantes a este respecto es el de Juan de Vera Tassis, Noticias Historiales de la Enfermedad, Muerte y Exequias de la esclarecida Reyna… María Luisa de Orleans…, que supone la culminación de un modelo que empezó a desarrollarse con las descripciones de los funerales de Carlos V.
Hemos visto, pues, cómo para preservar la memoria de bodas, entradas y funerales se mandaban acuñar medallas conmemorativas y se promovía la publicación de libros ilustrados que justificaran la ceremonia, rememoraran lo acaecido y sirvieran de elogio y ensalzamiento al prestigio del homenajeado. De esta forma las huellas de la fiesta barroca, acontecimiento puntual que se situaba en los límites entre la realidad y la ficción, han llegado hasta nuestro días convirtiéndose en testimonios de un arte cuyos principales leiv motifs fueron el divertimento y la propaganda del poder.
El presente artículo fue publicado dentro de la exposición Cortes del Barroco: De Bernini y Velázquez a Luca Giordano, 2003, bajo el título “Fiestas Cortesanas en Versalles y Madrid”, y fue escrito por nuestra colaboradora Gloria Martínez Leiva. Para ver el texto original pincha aquí.