Dos noticias recientes aparentemente inconexas nos han hecho meditar estos días acerca de una de las ideas que más juego ha dado en la Historia del Arte y la cultura, sobre todo en la reflexión artística del mundo contemporáneo: ¿ha de perdurar el Arte para siempre? ¿Son las manifestaciones artísticas eternas?
Está claro que la respuesta, sencilla a priori, comienza a complicarse cuando la mezclamos con otros ingredientes: la percepción de nuestra sociedad, los valores heredados, la crisis de éstos, los intereses económicos, el desconocimiento, las señas culturales de identidad, los medios de comunicación de masas… y más aún cuando a la ecuación añadimos: resistencia del material empleado, condiciones de exposición o custodia, catástrofes naturales o artificiales… y finalmente el tiempo que todo lo destruye.
Por ello hoy nos decidimos a hablar del arte con fecha de caducidad, es decir ese que se crea ex profeso para un fin concreto y del que nada, ¿nada?, queda después: el Arte Efímero. Para no abrumar con excesivos datos vamos a tratar el asunto en dos partes.
Las dos noticias que citábamos arriba son por un lado la ceremonia de proclamación del nuevo rey Felipe VI y por otro el desarrollo por parte de la plataforma Google, del proyecto Street Art que recoge algunas de las mejores obras de Arte Urbano o graffiti. En las dos noticias queda implícita la idea de temporalidad, de inexorable fin de las manifestaciones artísticas o culturales, y como en casi toda manifestación efímera quedan documentos que nos sirven para intentar reconstruir, al menos icónicamente, esa obra artítica.
No nos proponemos recoger aquí todo lo dicho o publicado sobre arte efímero, no osamos tan gran empresa, pero sí hacer un variopinto recorrido por algunas de las manifestaciones de este tipo que más nos interesan, gustan o atraen.
En la época moderna se utilizaban las manifestaciones artísticas como elemento de propaganda y cohesión entre la sociedad del Antiguo Régimen. La mejor clasificación de este tipo de arte es la que hizo D. Antonio Bonet Correa hace ya algunos años, pero que sigue siendo una primera aproximación bastante acertada. En este texto Bonet nos habla de la función de las arquitecturas efímeras, que se levantaban para diversas celebraciones, fundamentalmente cortesanas y religiosas. Dentro de las primeras estarían, las entradas a la ciudad de reyes y reinas, celebración de bodas u otros acontecimientos familiares y también las muertes de los monarcas y sus familiares más directos. Entre las religiosas destacan las canonizaciones de nuevos santos y los festejos de Semana Santa, Corpus y santos patronos locales de especial siginificación.
El termino arquitectura, empleado por Bonet Correa, es reducido para referirse a unas producciones en las que intervenían en plena colaboración un gran número de artistas entre los que cabe mencionar: arquitectos, ensambladores, escultores, pintores y literatos. Acompañaban a las estructuras arquitectónicas lienzos y esculturas y normalmente se seguía un plan maestro pensado por algún erudito cronista que se encargaría también de narrar la descripción de tal acto. Es decir eran obras de arte corales y en las que normalmente se implicaban los principales nombres de las escuelas locales.
De esas arquitecturas efímeras nos van a quedar como documentos de su existencia las descripciones literarias, ya sea la “oficial” o las múltiples crónicas laudatorias a mayor gloria del monarca del momento; también los grabados que acompañarán a estas descripciones, aunque no siempre suceda; y finalmente los dibujos que los maestros pintores, escultores o arquitectos hacían para presentarlos como modelos a aprobar o para trabajar con ellos en el taller. En algunos casos además se llegó a realizar cuadros al óleo descriptivos de la celebración de rigor y que son también documento de ésta.
Para la Villa y Corte de Madrid, el primer ejemplo de este tipo de arquitecturas, es la entrada en la capital de Ana de Austria en 1570 y de la que nos queda la narración de López de Hoyos, pero por desgracia no se ilustró con grabados y no tenemos ninguna referencia icónica del mismo. La importancia primordial de esta entrada es que fijó el protocolo de las mismas para posteriores festividades así como la ruta a seguir, ya que Ana de Austria entró a Madrid por el camino de Alcalá, cruzando por la puerta homónima y tras recorrer parte del Prado de los Jerónimos, enfiló la comitiva por la Carrera de San Jerónimo hasta cruzar la Puerta del Sol y seguir por Calle Mayor, hasta la iglesia de Santa María de la Almudena para desde allí llegar al Alcázar. Éste será el itinerario, que con leves modificaciones, se utilizará en las recepciones o entradas a la ciudad.
El siguiente acontecimiento que nos ha dejado memoria de la utilización de decoraciones efímeras es la entrada en Madrid de Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, que se celebró en 1649. Las circunstancias hicieron que quien debería haber dirigido la parte artística de la recepción, que no es otro que el mismo Velázquez, se encontrara fuera de la ciudad de viaje por Italia. Será un conjunto de nombres importantísimos de la generación de pleno barroco madrileño los que se encarguen de dicha tarea. Así arquitectos como José Villarreal o Pedro de la Torre, pintores como Alonso Cano o Francisco Rizi y escultores como Juan Sánchez Barba, Manuel Pereira y Sebastián de Herrera Barnuevo estarán implicados en esta realización, supervisada por Lorenzo Ramírez de Prado quien realizará la descripción literaria del mismo. De esta entrada conservamos varios dibujos que podemos relacionar directamente: Francisco Rizi realizaría el diseño de la portada del libro de Ramírez de Prado (Metropolitan Museum de Nueva York) y el dibujo del Himeneo (BNE Madrid); de Sebastián de Herrera Barnuevo conservamos un diseño para una Venus sobre Pedestal (Courtauld Intitute de Londres) y el dibujo para la Fuente de Palas o Minerva levantada en la Plaza del Salvador (Uffizi, Florencia).
El modelo que se va a seguir en las decoraciones efímeras vendrá marcado por un ejemplo importantísimo: la entrada en la ciudad de Amberes del Cardenal Infante D. Fernando de Astria. Para esta celebración se realizarán arcos y decoraciones diseñadas por el mismísimo Rubens y que se grabaron en un magnífico libro en latín que narraba tal acontecimiento: la Pompa Introitus Ferdinandi de Gaspar Gevaerts.
Años más tarde, el 17 de septiembre de 1665, con motivo del fallecimiento del rey Felipe IV, se encargará al Maestro Mayor de Obras Reales, Sebastián de Herrera Barnuevo el diseño del túmulo y la ornamentación de la iglesia del convento de la Encarnación donde se realizarían las exequias. La Encarnación fue la elegida por ser la más próxima y directamente comunicada con el Alcázar, lo que era más conveniente para la seguridad del nuevo rey Carlos II que apenas era un niño de cuatro años. Hasta ese momento el lugar habitual de celebración de las Exequias Reales era la iglesia del Monasterio de San Jerónimo el Real en Madrid. Pedro de Villafranca será el grabador encargado de la ejecución de las planchas que ilustrarían el libro de Rodríguez de Monforte Descripción de las honras que se hicieron a la Cathólica Magestad de D. Phelipe quarto siguiendo los diseños de Herrera Barnuevo. Por su parte Rodríguez será el erudito que idee el complejo sistema de emblemas y jeroglíficos que ornaban la iglesia. Para la ejecución material del túmulo se contrató al arquitecto y ensamblador Pedro de la Torre, que debía seguir el modelo dado por Barnuevo.
Interesante resulta también la producción de dibujos para obras efímeras que hará el último de los Maestros Mayores de Obras Reales que trabajará para los Austrias: Teodoro Ardemans. Esté preparará los ornatos para la entrada del primer Borbón, Felipe V. Seguramente para este acontecimiento sea el bellísimo dibujo anónimo y que se suele fechar entorno a 1700 (BNE, Madrid), que presenta una decoración de arquitectura y escultura completamente contraria a la forma del caserío madrileño. Es por este tipo de obras por las que se ha destacado tanto la función de ensayo y avance en estilo de las manifestaciones efímeras.
Para terminar no queremos dejar de recordar la que seguramente sea la mejor muestra iconográfica de estas realizaciones efímeras, los lienzos de Lorenzo de Quirós (Museo de Historia, Madrid) que muestran las decoraciones para la entrada en Madrid de Carlos III. En ellos se puede ver como se enmascaró la ciudad de Madrid por medio de arcos, columnatas, templetes, tapices y cuadros. Cuentan que Carlos III quedó decepcionado de la ciudad cuando éstos fueron retirados y se propuso darle el empaque que una capital como Madrid merecía, es por ello que se le sigue citando como ejemplo de monarca ilustrado. Pero para dejar las cosas en su sitio, sólo hay que recordar que es el mismo rey pacato que quiso quemar todos los cuadros de desnudos de la colección real, parado in extremis por Antonio Rafael Mengs, que logró convencerle de no quemarlos pero sí encerrarlos. De esta manera Mengs logró salvar un enorme volumen de patrimonio.
Como hemos visto de todas estas arquitecturas efímeras nos quedan ciertos vestigios, imágenes o descripciones, que ayudan a hacerse una idea de lo que fueron. Sin embargo, al mismo tiempo, nos recuerdan que el arte no siempre se hace para siempre, en algunas ocasiones es aún más especial porque sabemos que no durará, que tiene fecha límite y que es irremediablemente un patrimonio perdido.